San Julio, glorioso mártir.

Por Santos1
San Julio de Dorostoro, "el Veterano", soldado mártir. 27 de mayo.
La versión más antigua que se conoce de las Actas de este mártir se conservaba, según Ruinart, en la biblioteca de la basílica de San Remigio, en Reims. Son Actas que, de las pocas, que se libran de las fabulaciones y las leyendas, y son tenidas por verdaderas incluso por los Bollandistas. El toque cetequético que tienen los diálogos no les resta veracidad, es solamente un estilo de redacción posterior con vistas a ejemplificar. No nos dicen la época en que ocurrió el martirio, pero debió ser cerca del año 300, imperando Diocleciano.

Ilustración hecha en Corel Draw.

Según estas Actas, era Julio un soldado veterano ya, de la zona de Mesia, actual Bulgaria, que fue acusado de cristiano ante el gobernador de la ciudad, llamado Máximo. Este le preguntó si era cierto lo que se decía, que era cristiano, a lo que julio respondió afirmativamente. Ante la conminación a cumplir la ley y adorar a los dioses, respondió: "yo soy cristiano, y jamás podré hacer lo que ellos mandan [los edictos]. No he de renunciar yo al Dios que adoro, que es el Dios vivo, y el Dios verdadero. La Ley de Dios me lo prohíbe y no he de obedecer yo, con perjuicio suyo, a la de un Príncipe infiel. (...) En lo demás, yo he llevado las armas veinte y seis años, pero en todo este tiempo no se me ha visto cometer una mala acción, que me haya obligado a comparecer ante los Jueces. Yo he servido siete campañas sin que ninguno pueda quejarse de haberle hecho la menor violencia; y cuando fue menester pelear, ninguno me dejó atrás. El Príncipe jamás me ha hallado en alguna falta, y ahora que se trata de mostrarle a Dios mi fidelidad, ¿le había yo de faltar a ella?".
Máximo quedó impresionado con la justicia de este argumento, en el que el santo clamaba justicia, en atención a sus méritos, así que para cumplir la ley (recordad que el gobernador tenía que hacerla cumplir) y convencer al santo, le dijo: “Pareces un hombre cuerdo, y así, déjate persuadir sacrificar á los dioses. (…) yo te tomo a mi cargo. Yo soy quien te hago violencia; y quiero que sepan que no haces esto de tu voluntad. Sacrifica, y después te retirarás pacíficamente a tu casa, sin que nadie se atreva a decirte palabra. Toma diez piezas de plata, que estimaré las recibas.” Se ve no conocía este gobernador lo que es un cristiano de temple, que no le importan las apariencias ni los respetos humanos. No era cuestión se supiese o no, era cuestión de su conciencia y su alma ante Dios.
Julio respondió a esa proposición: “No puedo, no me he de exponer yo a perder mi alma por toda una eternidad. Ese es un grandísimo pecado. Ni la plata, ni el dinero del demonio, ni tus falsos discursos me hacen impresión alguna. No me privaré yo a mí mismo, por tan poca cosa y de la posesión de mi Dios. No le renunciaré jamás. Y así, bien podéis, cuando gustéis, pronunciar la sentencia de muerte contra mí como cristiano.” Le dijo Máximo: “Te apresuras por morir, y sin duda te imaginas que el sufrir la muerte te será glorioso. Por la defensa de las que has recibido, de un hombre clavado en una cruz. ¡Qué locura, preferir un hombre común, que ya no existe, a unos Príncipes que viven, que reinan, y que te pueden hacer feliz!” Otro error de quien no conoce a Jesucristo: no hay más felicidad que seguir a Cristo hasta las últimas consecuencias. Y así se lo dijo Julio: “Verdad es que ese hombre de quien hablas, ya no vive, pero es porque se dignó morir por nuestros pecados; y esta muerte es para nosotros el principio de una vida perdurable. Porque en fin, Dios es eterno y cualquiera que no temiere confesarle, eternamente vivirá, pero el que fuese cobarde, y le renunciare, para siempre perecerá. (…) Esa vida que me ofreces, es una verdadera muerte y esa muerte con que me amenazas, es una verdadera vida, que jamás se acabará."
Máximo, ya exasperado, le conminó a obedecer, amenazándole realmente con darle pronta muerte. ¿Resultado? Otra confesión de fe del santo soldado: “Eso es lo que yo deseo de todo mi corazón. Si yo te he de merecer alguna gracia, sea la de quitarme prontamente de este mundo miserable. (…) Para vivir siempre, es necesario que yo muera de este modo.” No quiso perder más tiempo Máximo, y no quedar más en ridículo ante aquel soldado íntegro, y dictó sentencia: “Por haberse resistido Julio a obedecer á los Emperadores, le hemos condenado a perder la cabeza”.
Y le apresaron y le llevaron a las afueras de la ciudad, para ejecutar la sentencia. Cuando le conducían algunos cristianos que no se atrevían a confesar a Cristo, le abrazaban y él les conminaba a proclamar su fe diciéndoles: “Mire cada uno el motivo que le obliga a abrazarme.” Entre los soldados que le custodiaban había uno llamado Esiquio, cristiano escondido también, que se acercó a Julio para decirle “Ve con valor, y corre por la corona que el Señor te ha prometido: y acuérdate de mí, que muy pronto te seguiré. Encomiéndame a los siervos de Dios Pasicrates y Valencio, que por confesar el santo nombre de Jesús, han ido antes que vos al suplicio.” Entonces, abrazándole Julio le dijo: “Hermano, date prisa a venir. Aquellos a quienes me pides salude de tu parte ya han recibido tus recuerdos.” Los Santos Pasicrates y Valencio (25 de mayo) eran soldados mártires que habían padecido dos días antes.
Llegados al sitio de la ejecución, Julio tomó su pañuelo, se vendó los ojos y ofreció el cuello al verdugo. Se arrodilló y clamó: “Señor Jesús, por quien muero, dígnate recibir mi alma y colocarla entre tus ángeles.” E inmediatamente el verdugo le cortó la cabeza del primer tajo.
Fuentes:
-"Las verdaderas actas de los martires" Tomo Tercero.  TEODORICO RUINART. mADRID, 1776.
-"Vidas de los Padres, Mártires y otros principales Santos". Tomo V. ALBAN BUTLER. Valladolid, 1791.