San Lorenzo se queda en Primera. Y la reputísima madre que los parió. Ése desahogo, una mochila cargada, tan cargada, en un peregrinaje eterno, toda una temporada, con fantasmas revoloteando, algunos exportados, otros importados, bien de adentro. En San Lorenzo hay mucha mierda. Y hay que limpiarla, a como dé lugar. Pensar que un resultado coyuntural, festejado sí, cómo no, traerá un aluvión de unidad es pecar de ingenuo. O de boludo, como quieran ponerle. San Lorenzo atravesó este año futbolístico con todo lo inimaginable. Vestuario partido, con líderes de un lado y del otro (Migliore, Romagnoli, Ortigoza y Bottinelli); aprietes de la barra brava con golpes incluidos a Bottinelli; tres cuerpos técnicos como Asad, Madelón y Caruso Lombardi; catch y del bizarro, clase C, entre Fabián García y Caruso Lombardi; una dirigencia acéfala, sin carácter ni grandeza, que prometió y prometió, algunas incredulidades que el socio aceptó como tal y votó, y no cumplió absolutamente nada. Una dirigencia que asumió y a los meses se resquebrajó en miles de partes. Cada uno tirando de su lado, sin importarle el club. Nunca les importó. Lo aclaro yo, por si hace falta. El club saqueado institucionalmente, con una economía partida, incapaz de generar ingresos, que duplicó su deuda, con unas divisiones inferiores a la deriva, todo eso sigue siendo San Lorenzo. Lo fue ayer, hoy cuando Lunati pitó y lo será mañana. Un remedio coyuntural como el de hoy no aplaca la enfermedad crónica que vive la institución. Si no hay cambios sustanciales, profundos, de eje, que modifiquen la ecuación, nada valdrá la pena. Ni los nervios, ni los llantos que se acumularon en todo este tiempo. Si nada se cambia, todo será en vano.
Lo único perenne fue la hinchada, el hincha común que sufrió y sufrió una situación que el club no estaba capacitado para desarrollar. El descenso de 1981 parecía una herida cerrada. Pero el amor azulgrana reflotó, las tribunas explotaron y algunos jugadores comprendieron el mensaje. Uno de ellos, Leandro Romagnoli. El ídolo, el 10, con una rodilla menos, sufriendo cada paso en la cancha, siendo apenas un retazo de lo que supo ser, ése gladiador del 2001, 2002, que pasaba rivales como postes, ya no está más en el Nuevo Gasómetro. Hay otro, uno que resurge con las últimas fuerzas que tiene, sin tanta lucidez ni velocidad, son las últimas fuerzas que tiene, y ayudó en el milagro. Porque fue un milagro, la tarde ante San Martín de San Juan las cartas estaban jugadas, el descenso, parecía, había golpeado la puerta. La suerte, quizás, o vaya a saber qué, le guiñó un ojo a San Lorenzo y le dio otra oportunidad. Y no la desaprovechó.
Mucho mérito en Ricardo Caruso Lombardi. En un personaje de esta estirpe, será prioritario comprenderlo como tal, con sus miserias, tan visibles, tan notorias, tan no dispuestas a cambiarlas, y de lo otro, en tomar a San Lorenzo, muerto, con un respirador artificial, con futbolistas divididos y que no respondieron a lo que pretendía Madelón. Caruso se jugó una patriada, de aquellas para las que hay que tener bolas, y le salió redondo. Hizo jugar al equipo como tenía que jugar estas instancias, a excepción del partido ante Tigre en Victoria. El golpe de gracias fue en Alta Córdoba. Ése 2 a 0 tendrá mérito en Carlos Bueno, otro héroe, hosco, complejo de dilucidar el uruguayo, pero que no sacrificó su esencia, pero también en el planteo de Caruso. Perfecto, ideal, asumiendo como tal la complejidad de la B Nacional y de un rival como Instituto. Caruso entendió que el golpe por golpe no servía, que había que acumular fuerzas para desplegarlas en el momento adecuado. Y así fue.
La gente de San Lorenzo no festejó hoy. Fue un desahogo, una puteada al aire, un abrazo, un llanto, la realidad imperante requiere que, a partir de mañana, la dirigencia tenga la grandeza ausente en todo este tiempo, renuncie y existan elecciones para que el socio pueda elegir un proyecto acorde a lo que necesita el club. Una refundación colectiva, sin mesías que prometan y prometan vaguedades sin contenido, un proyecto, ésa palabrita que tanto falta por Boedo, que tenga, mediante responsabilidad, coherencia y capacidad, tres eslabones ausentes en las últimas dirigencias, propósitos a mediano y largo plazo. No dejarse llevar por la puta actualidad, levantar la mirada, la vista de nuestras narices y trasladar los deseos en hechos sobre qué San Lorenzo queremos. Hoy a festejar, dar rienda suelta a que esa mochila ya no está en las espaldas, por ahora, pero desde mañana participar activamente en la limpieza de este club. Es un deber histórico impostergable.