Me habían contado pero yo me negaba a creer. Me costaba trabajo pensar en que un hecho de ese tipo pudiera ser verdad, me parecía una historia sin chiste, de esas que cuentan los viejos para asustar a los menores o cuentos de borrachos que, entre su alterada realidad, veían cosas que no existían. Me habían advertido pero nunca quise creer hasta que me sucedió.
Salí de ese antro acompañado por un amigo, eran más de las 3:00 de la mañana. Estábamos ebrios, no lo voy a negar. Caminábamos buscando un taxi que pudiera llevarnos a mi casa, sin darnos cuenta y sin recordar las advertencias, tomamos Independencia rumbo al sur, una cuadra, dos cuadras, nuestros pasos nos llevaban más y más lejos del alboroto.
No supimos en qué momento sucedió pero cuando reaccionamos ya era demasiado tarde; estábamos en un lugar que no conocíamos, estábamos seguros que seguíamos en la Avenida Independencia, nunca desviamos nuestro camino, sin embargo, la zona no era nada conocida. Hacía un frío atroz y un viento escandaloso soplaba por todas partes, el cielo no era oscuro sino rojo, ni un sólo automóvil transitaba por la calle, una soledad aberrante se paseaba por el piso de cantera. Al percatarnos de lo ocurrido decidimos seguir caminando, pensamos que nos habíamos equivocado de calle e intentamos regresar a nuestro camino original pero no pudimos. No había manera de volver.
En la distancia una risa aterradora llamó nuestra atención, ni mi amigo ni yo nos atrevíamos a hablar, teníamos miedo de ser descubiertos, lo único que queríamos era ubicarnos o subir a algún taxi que nos alejara de ahí. Dimos la vuelta en una esquina y lo vimos en la distancia; era una persona, un hombre del que no podíamos distinguir su rostro, estaba recargado en la pared, junto a una farola que apenas alumbraba. La risa volvió a escucharse a lo lejos, el viento sopló más fuerte.
Pensando en que este hombre podría ayudarnos, nos acercamos a él para preguntar el nombre de la calle. Error más grande no pudimos cometer. Le hablamos muchas veces pero no contestó, caímos en la trampa y nos acercamos lo suficiente, a tan sólo unos pasos de él levantó la cara helándonos el cuerpo de manera inmediata; su rostro desfigurado mostraba una sonrisa macabra y una mirada demoniaca.
Atónitos no podíamos dejar de verlo, era de esas cosas que te dan asco pero quieres seguirla viendo, era de esas cosas que te dan tanto miedo que no puedes siquiera gritar. Se puso frente a nosotros extendió los brazos y río a carcajadas con esa risa que todavía retumba en mi cabeza. Era como si no quisiera hacernos daño, como si recibiera el mayor placer con el sólo hecho de llenarnos de terror.
Se elevó en el aire y a toda velocidad se precipitó hacia nosotros. Nuestro grito fue lo último que se escuchó. Reaccionamos a media calle, muy cerca de la calle de Fernando Rosas. El claxón de un taxi nos hizo volver a la realidad, nos subimos diciendo al conductor que sólo siguiera de frente. Aún no estábamos seguros si seguíamos vivos, si nuestra alma estaba en nuestros cuerpos.
Ya habían sido muchas personas las que comentaron lo que sucedía en Avenida Independencia cuando la noche ya estaba muy entrada, incluso de madrugada… ya me habían dicho que había un demonio que se alimentaba de tu miedo, del terror que puede llegar a sentir tu alma, de esa sensación de muerte que sientes cuando tu cuerpo se debilita tanto por la impresión que ni siquiera eres capaz de correr o de gritar. Ya me habían dicho pero yo no quería creerlo.