Nació Meinulf sobre 795, de la noble familia Buren, de la Alta Sajonia. Su padre murió estando encinta su madre, la cual tuvo que huir de la casa familiar en Fürstenberg por las proposiciones indecorosas de su cuñado, hermano del difunto. La leyenda dice que su madre se dirigió a Stadberg, donde el emperador San Carlomagno (28 de enero y 29 de diciembre, traslación de las reliquias) tenía temporalmente su corte, para pedir su auxilio. Pero llegando a Alt-Bodeken, tuvo que echarse bajo un tilo y allí dar a luz. Al palacio del emperador llegó con el niño, del que Carlomagno quiso ser su padrino, tomándolo bajo su protección. Le educó en la escuela catedralicia de Padeborn, donde se mostró como alumno aventajado en las letras y la piedad, digno ahijado de su valedor. Un día, oyó una lección del obispo sobre las palabras de Cristo “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza", del evangelio de San Mateo. Inmediatamente la gracia de la conversión tocó su corazón y decidió ser hombre de Iglesia.
Iniciado en la carrera eclesiástica, muy joven fue ordenado diácono y nombrado canónigo de la catedral de Paderborn, de donde luego fue nombrado arcediano. Bajo su mandato se trasladaron las reliquias de San Liborio de Le Mans (23 de julio) a Paderborn y nombrado el mismo patrón de la diócesis. La canonjía asignada tenía numerosos beneficios eclesiásticos, y el título de arcediano era poseedor de numerosas tierras, bosques y algunas granjas con sus siervos. Deseaba el santo hacer alguna obra piadosa a la que destinar sus pingües rentas, para lo cual se decidió a fundar un monasterio de vírgenes que dieran continuo culto a Dios. Recorría un día sus dominios en Bodeken, cuando se perdió y se hizo de noche. De pronto se vio en un claro del bosque, y le llamó la atención un hermoso roble, de cuyas raíces salía un agua límpida como no había visto nunca. En un momento vio salir de la espesura a unos cuantos cervatillos que bebían de aquel manantial, mientras una luz celestial les iluminaba. Este hecho le fue decisivo: este sería el lugar elegido para fundar su cenobio. Otra leyenda dice que buscando el sitio para fundar, llegó a un claro y vio un gran ciervo con una cruz entre las astas que le indicaba con una pata donde debía fundar.
Construido el monasterio, Meinulf lo entregó a las canonesas de Aix-la-Chapelle, reservándose para si mismo una casita junto al monasterio, para servir a las religiosas. La leyenda cuenta que una noche, una de las religiosas sintió frío y se sentó junto al fuego. En un momento tuvo una debilidad y se quitó el velo para peinarse vanidosamente. En un descuido, el velo se le incendió, quedando solo una franja de tela. Lloraba la monja por temor a ser regañada por la abadesa, y arrepentida pedía socorro a Dios. Oyó su llanto Meinulf, se acercó a ella y soplando sobre las cenizas del velo, lo restauró completamente como si nada hubiera pasado. Allí, junto a las monjas transcurrió su vida de presbítero piadoso, y allí murió, sobre 859, cuidado por sus queridas hijas. El cuerpo fue trasladado a la iglesia del monasterio para oficiar los funerales y al punto de ser enterrado, se sentó en el ataúd, abrió los ojos y pidió se eligiera libremente a su sucesor como arcediano en la catedral (este añadido tal vez aluda a problemas o manipulaciones para elegir cargos eclesiásticos). Luego cerró los ojos, volvió a acostarse en su féretro, quedando rígido. Fue sepultado en el monasterio y las velas que se pusieron sobre su sepulcro ardían día y noche sin consumirse. Las monjas hacían oración por su alma constantemente, y una noche que la correspondiente se durmió, una vela cayó sobre su hábito y no la quemó para nada, a pesar de mantenerse encendida.
Fuente:-“Colección de Santos Mártires, confesores, y varones venerables del clero”. Tomo IV. FERNANDO RAMÍREZ DE LUQUE. Madrid, 1805.