San Onofre el penitente.

Por Santos1
San Onofre, anacoreta. 12 de junio.
"Querido hermano Pafnucio, el Señor mi Dios no te abandonará, que Él te bendiga y te confirme en su amor, e ilumine tus ojos para que veas su bondad. Que Él te libre de todas las trampas y asaltos del diablo, y termine en ti el buen trabajo que has comenzado. Que sus ángeles te guarden en el terrible día del Señor". 

Fueron estas las últimas palabras del eremita Onofre a Pafnucio. Pero, ¿quiénes son estos dos personajes?
Leyenda Oriental.
Según cuenta la leyenda, era Pafnucio abad de un monasterio del desierto cuando un día que se retiró al yermo. Luego de varios días de penitencia vio a lo lejos una extraña bestia de dos patas, cubierta de pelos y ceñida con hojas de palma. Al ver que se le acercaba, Pafnucio huyó despavorido a un monte, pero el ser le siguió y al llegar a los pies de la colina habló, porque hombre era: "Santo varón, desciende; que hombre mortal soy y vivo en este desierto". Asombrado bajó Pafnucio de su altura y sentándose junto a él le preguntó quién era. Y el santo viejo, que hacía años no veía a mortal alguno, soltó la lengua:
"Me llamo Onofre y hace sesenta años que vivo en esta soledad, en la que no he visto otra persona aparte de ti. Siendo joven y monje en Tebas oí hablar de la vida que hicieron los profetas Elías y Juan el Bautista en el desierto, entendí que era más perfecto vivir en soledad y apartado de los hombres pendiente de sola la providencia de Dios, que no en comunidad, donde hay tantas ayudas y socorros. Me determiné a seguir lo más perfecto, y tomando algunos pocos panes para cuatro días, salí del monasterio y entré en el desierto. No sabía adonde encaminarme, pero en la noche una luz, que era mi ángel, iba delante de mi guiándome. Animado por aquella compañía caminé por aquella soledad unas siete millas, hasta que llegué a una cueva, de donde salió un venerable viejo que al verme dijo: 'Tú eres, Onofre, mi huésped e imitador: entra, hijo, y persevera en lo que has comenzado, que Dios te ayudará'. Estuve en compañía del viejo algunos días y cuando le pareció que yo estaba bien instruido me llevó más adentro del desierto, a cuatro días de camino, donde hallando una palma cerca de una pobre choza, me dijo que aquel era el lugar que Dios me tenía reservado, y allí hice morada. Una vez al año me visitaba el santo viejo hasta que murió y le enterré junto a su ermita".
Le preguntó Pafnucio a Onofre si en el principio de aquella vida tan austera había padecido mucho por vivir tan austeramente. "Mucho padecí" – respondió Onofre – "sobre todo por el hambre y la sed. Pero contento con mi perseverancia, Dios se apiadó y al cabo de unos años envió su ángel, que diariamente me traía alimento y agua. También dirigió Dios su providencia hacia la palmera a cuyos pies moraba: todos los años me obsequiaba con doce racimos de dátiles, los cuales con algunas yerbas me parecían manjar del cielo".

"Sígueme"

De pronto dijo Onofre: "Sígueme", y se adentraron en el desierto, hacia el sitio de retiro de Onofre. Llegados allí, bajo la palmera había un pan recién horneado y un cántaro con agua limpísima. Ambos dieron gracias a Dios, comieron y se pusieron en oración separados uno del otro a una distancia de un tiro de piedra. A la mañana siguiente Pafnucio halló a Onofre muy pálido y débil, y al asustarse, este le dijo: "No temas, hermano, porque el Señor, que es misericordioso, te ha enviado aquí para que entierres mi cuerpo; pues hoy acabo mi peregrinación, y me voy al lugar de mi descanso. Y si fueres a Egipto, da cuenta a los monjes de lo que te he dicho, y de las grandes misericordias que he recibido de Dios, en cuya bondad confió hará muchas mercedes a los que se encomendaren a él tomándome por intercesor". Pafnucio manifestó querer quedarse allí en su lugar, pero Onofre le reveló que no era esa la voluntad divina, sino que Dios se complacía en que, enterado de las vidas de los santos ermitaños, las diese a conocer a los monjes para su edificación, por lo que debía volver a su monasterio. Aceptó Pafnucio y le pidió: "Bendíceme, padre, y suplica a Nuestro Señor, que como te ha mostrado a mí en la tierra, en carne mortal, me deje verte inmortal en el cielo". Lo bendijo Onofre como leímos al principio, y entregó su espíritu. Se oyeron las voces de los ángeles en el silencio del desierto, Pafnucio hizo una oración y enterró al santo eremita. Y como prueba de la voluntad de Dios, en ese momento se derrumbó la ermita del santo y la palmera que le daba sustento se secó inmediatamente. Fue el 12 de junio de 400.
Leyenda Occidental.
Si bien la leyenda del santo hasta aquí es extravagante, en otros lares y con el tiempo se rellenó los huecos de la infancia y juventud con igualmente otros elementos milagrosos y extravagantes. Onofre habría sido hijo de un rey de Abisinia, cuyos padres no podían tener hijos. Tanto rogó la madre que concibió, pero el diablo malmetió al rey y este creyó que era hijo de un adulterio. "Apenas nazca, tíralo al fuego", le dijo el maligno. Así hizo el rey, pero un ángel sacó al niño del fuego, lo dio a sus padres recomendándoles bautizarle y entregarlo a Dios. Se convirtieron los padres a la fe de Cristo, y llevaron al niño a un monasterio para que fuera educado en la fe. Allí continuaron los portentos, pues una cierva blanca bajaba cada día de los montes para alimentar al niño Onofre ("el que trae lo bueno"). A los tres años de edad se desató una hambruna, pero la Santísima Virgen le daba de comer al mismo tiempo que al Niño Jesús, y así durante años. A los doce años el abad quiso nombrarlo sucesor, pero era muy pequeño, aunque Dios se manifestaba claramente en él. Sabiendo esto Onofre se fue al desierto guiado por el ángel, como ya sabemos, y ocurre lo mismo que narra la leyenda oriental, con algunos añadidos, como la presencia de dos leones que ayudan a Pafnucio a enterrar a Onofre, como leemos también de San Pablo Ermitaño (15 de enero) y San Antonio Abad (17 de enero).
Historia.
La historia de San Onofre tiene orígenes oscuros, pues no hay consenso sobre quién es este "Pafnucio" que cuenta la historia. Según unos es San Pafnucio Abad (9 de febrero), pero la muerte de este consta fue en 370 y la leyenda de Onofre dice que murió en 400, aunque siempre puede ser un error. Otros afirman que es célebre San Pafnucio (12 de septiembre), el que convirtió a Santa Thais (8 de octubre), o el padre de Santa Eufrosina-Esmaragdo (2 de enero y 10 de febrero), que fue monje y eremita, pero en su vida no se lee nada de que haya visitado el desierto. Y otros, finalmente, añaden que es Pafnucio, un discípulo de San Macario el Viejo (19 de enero). Pero en realidad es probable que fuese un desconocido, o su persona sea un añadido para propiciar un diálogo y tener palabras "de primera mano" de Onofre. De hecho, el "Libro de los Padres del Desierto" narra esta historia sin mencionar a Pafnucio alguno.
Culto y patronatos.
El culto al santo se extendió en Oriente con prontitud. En Constantinopla tuvo dos iglesias dedicadas, y de allí pasó a Occidente en épocas de las Cruzadas, cuando su leyenda aparece en Europa junto con dudosas reliquias, como la cabeza que se venera en Munich o los huesos de Brunswick, ciudades de las que es santo patrón. En Roma se le dedicó igualmente un templo. Es abogado de los eremitas, los penitentes y los tejedores (por los largos cabellos), de los peluqueros y se le invoca contra las enfermedades del ganado. En Occidente es habitual encontrar su iconografía con la corona real y el cetro a los pies, como símbolo de abandono del mundo. A veces porta cruz, rosario, piedra para golpearse el pecho, etc., pero es perfectamente reconocible por ir siempre casi desnudo y cubierto con una abundante cabellera blanca.
Fuentes:
-"Vidas de los Santos". Tomo VI. Alban Butler. REV. S. BARING-GOULD.
-"Año cristiano o Ejercicios devotos para todos los días del año". Junio. R.P. JUAN CROISSET. S.J. Barcelona, 1862.
A 12 de junio además se celebra a  
San Odulf de Utrecht, misionero. 
Beata Brígida de Holanda, dominica.