San Valentín [Historia y receta bizarra con mucho corazón]

Por Capitan_rabano @pardeguindillas

El día de San Valentín supone celebrar un rito muy diferente al de Las Lupercales, la festividad romana de la que proviene. Os mostramos un poco de historia para que entretengáis a vuestra pareja mientras cena un plato donde se fusionan las dos visiones: La edulcorada y la bizarra.

Por Carmen Rodríguez.

Como ya hemos visto en otra entrada del blog: El Magosto, muchas de las fiestas paganas fueron filtradas por la Iglesia Católica y esta, exhaltación del amor y por tanto de su consecución carnal, no iba a ser menos.

Las Lupercales se celebraron en la Antigua Roma todos los 15 de Febrero. Esta fecha, marcaba el final del invierno y la proximidad de la primavera, siendo el momento ideal para realizar rituales de purificación ( februatio) y preparación ante la estación de fertilidad que se avecinaba.

Los romanos, muy proclives al desenfreno, crearon a tal efecto una congregación de sacerdotes o Lupercus (de lupus: lobo e hircus: macho cabrío) elegidos entre ciudadanos ilustres que en su adolescencia sobrevivieron cazando en los bosques.

Se reunían en la gruta Ruminal del Monte Palatino, lugar dónde Rómulo y Remo fueron amamantados por la loba y en cuyo honor se hacía la fiesta (conmemoraban así, que en su reinado las Sabinas fueron raptadas y perdieron su esterilidad).

Al comienzo de la misma, se sacrificaba una cabra y con su sangre se tocaba la frente de los Luperci con el cuchillo del sacrificio, seguidamente se frotaba la mancha con lana impregnada en leche de cabra empezando con grandes risotadas una loca "procesión" donde sus integrantes, armados con unas tiras hechas con piel de la cabra, azotaban manos y espaldas de todas las mujeres que encontraban a su paso y que querían participar. Encantadas de hacerlo, pues la flagelación en el rito era considerada una forma de trasmitir la fuerza de la fecundidad y la virilidad del macho cabrío.

Una suerte: Flagelada "ergo" preñada, difícil de entender en nuestros días, pero bien recibida entonces. Como podéis comprender la comitiva, dejándose llevar por el frenesí, terminaba generando situaciones vergonzantes y licenciosas (famoso el juego de la caja donde las jóvenes introducían una prenda femenina, siendo posteriormente extraídas por los muchachos, que terminaban emparejándose con su dueña correspondiente). Es fácil imaginar que después de tanta actividad obscena, sintiesen hambre y se organizase un banquete ritual con la carne de los animales sacrificados convenientemente regada por abundante vino.

Las Lupercales, divertidas a la par que muy útiles en años de falta de nacimientos, cobraron gran importancia en la época de Augusto y se mantuvieron hasta que el Papa Gelasio I, escandalizado ante tanta promiscuidad, prohibió y condenó en el año 494, la celebración pagana de Las Lupercales. Cambiándola ni más ni menos que por la fiesta de la Purificación (la Procesión de las Candelas se celebra el 2 de Febrero) e instituyendo la fiesta de San Valentín: Mártir cristiano y Santo varón lejos de toda sospecha de amor carnal.

Las grandes comilonas eran una parte más de las celebraciones romanas. Antes de la época imperial, los romanos sólo conocieron los alimentos básicos que proporcionaba la tierra: Cereales, legumbres, hortalizas, leche o huevos. Siendo el pan la comida principal del pueblo, reservados a los ricos la carne de oveja, cabra, cerdo, aceitunas y vino. Más tarde, con las numerosas conquistas romanas empezaron a llegar nuevos productos que rápidamente fueron incorporados al menú habitual de las clases pudientes.

El libro de recetas de Marcus Gavius Apicius (s. IV-V) : "De re coquinaria", la biblia de la cocina de la Roma clásica, recoge sofisticadas e imaginativas elaboraciones de exóticos manjares que llegaban a la capital del Imperio desde todas partes del orbe y que eran degustados en largas cenas de más de veinte platos que se podían prolongar hasta diez horas como en las orgías de Nerón y Trimalción el Espléndido.

El loro, el flamenco y la oropéndola eran considerados manjares de lujo, no así el Ibis, la cigüeña y la golondrina, por ser devoradores de serpientes y mosquitos, respectivamente.

Tumbados en sus triclinios, apoyado el codo izquierdo sobre un cómodo almohadón, los invitados a estas fiestas podían disfrutar de platos tan sugerentes como Vulvas de cochinilla, Ubres de cerda rellenas de erizos de mar salados, Testículos de cabrito (ideales para una noche de Lupercales) bebiendo Vino de rosas (Rosatum sic facies) mientras a su alrededor se exhibían bailarinas y equilibristas y el techo de la estancia se abría para dejar paso a un inmenso arco del que colgaban frascos de perfume... Aunque no todo era glamour en los banquetes, pues comer con los dedos estaba permitido y el eructo en la mesa era considerado un signo de cortesía.

A pesar de la gran variedad de alimentos, existía un ingrediente común en casi todos los platos: El Garum. Realizado a base de la fermentación al sol de pescados azules y sus vísceras, peces pequeños y en ocasiones hinojo, cilantro, pimienta y alcaravea (entre otras recetas pues no existe una única) y convenientemente oreado, la pasta resultante era considerada un artículo de lujo, una especie de potenciador del sabor muy preciado en la alta gastronomía romana, como demuestra su uso en las 493 recetas de "De re coquinaria". El Garum en el Imperio Romano sería lo que el Umami en la cocina actual.

Bien difícil resulta encontrar lenguas de flamenco rosa o sesos de ruiseñor en nuestros días. Por eso os sugerimos un plato inspirado en las raices profanas de San Valentín:

Escalopines de corazón de ternera en falso Garum, con guarnición de melocotones secos fritos y patatas rojas.

Receta para el falso Garum:

Se baten dos latas de anchoas con dos cucharadas de aceite de oliva, vino marsala y se añade pimienta, alcaravea, salsa de soja al gusto o salsa vietnamita huoc-mâm y una cucharada de miel hasta que se obtiene una pasta densa.


Receta para el Vino de Rosas:

Se deben usar flores comestibles de buena calidad y que no estén humedecidas por el rocío. Retirad la parte blanca de la extremidad de los pétalos, enfilad éstos en rosarios y ponedlos a macerar durante siete días en vino blanco. Sacad las rosas del vino y repetid la operación tres veces. Filtrad. Cuando se vaya a beber añadirle miel.

La mezcla: Carne, pescado, dulce, salado...resulta extraña a priori pero el caso es que en el plato y en la boca funciona. Guste o no guste tu pareja lo recordará siempre. Ya sabes: Quien no arriesga no gana.😘💖

Hasta pronto: Amor y Kilómetros!