QUE sí, que ya sé que no nos lo podemos gastar, pero este año nos damos un capricho, aunque luego nos pasemos el resto del mes a dieta de patatas, dijo él, cigarrillo en mano, mientras apuraba un culín de cerveza. ¿A patatas? Como se nota que no vas nunca a comprar, más barato nos salen los filetes, cari, que la patata ya no es de pobres. Tampoco los mileuristas, esa definición que contemplábamos con una cierta pena, incluso con desesperanza, y que van camino de convertirse en clase alta, a este paso. Los padres ya no quieren que sus hijos sean funcionarios, ese sueño ya pasó, ahora el sueño es el mileurismo, y así todo. Pero hablemos de amor, y no lo mezclemos con el dinero, por favor. El amor no se cuantifica, no cotiza en Bolsa, si lo hiciera, otro gallo cantaría, que el Ibex 35 no nos mostraría ese dibujo de serrucho gruñón de últimamente. Se dieron el capricho, da igual como se llame la pareja, una pareja cualquiera, que el anonimato en multitud de ocasiones es sinónimo de salud, y reservaron un fin de semana en un todo incluido de la costa. Bañar, nos vamos a bañar poco, vaya tela el tiempecito, pero del spa no me salgo hasta que no se me caiga el pellejo. Las vistas paradisíacas, con tonalidades caribeñas, quedaban al otro lado del hotel, que había que pagar un suplemento, no pequeño, que ya se les salía de madre. Hasta para mirar hay que tener dinero. Cuantificamos el paisaje, en breve el aire que respiramos, respiraremos según nuestra cuenta bancaria. Habrá aires de primera, segunda y tercera categorías, según lo que usted pueda o esté dispuesto a pagar. Eso es una exageración, claro que sí, tan exagerado como pasarse el día segando brotes verdes cuando cada minuto tres españoles pierden su empleo. No hablemos de exageraciones.
El Día de Córdoba