El arzobispo de Toledo, Braulio Rodríguez, se acaba de marcar una homilía de esas para agradar, de las de todo el mundo es güeno y nosotros su pastor. Exhorta a todos a que ejerzamos una "sana laicidad", a que tengamos amplitud de miras, ninguna aceptación de la violencia y el terrorismo y poca resignación ante situaciones injustas que traen tribulación y dolor a los más pobres.
Le ha tocado el papel de policía bueno después de que el obispo de San Sebastián, ese ultra conocido por Munilla, dijera todo lo contrario, es decir, que lo importante no son las vidas y los sufrimientos de los haitianos masacrados por el terremoto, sino la decadencia moral de este país llamado España. Para Munilla, la decandencia moral es ampliar la ley del aborto, los matrimonios homosexuales, la asignatura de la Educación para la Ciudadanía y seguramente también la retirada de los crucifijos de las escuelas. Eso que el ilustre Cañizares denominó "crostofobia". Por esto último quizá, por ser un cristófobo, en Italia han expulsado de la carrera judicial al juez Luigi Tosti, porque se negaba a ejercer su ministerio bajo la advocación de un crucifijo. Y esto sucede en Italia, donde el peso de la Santa Madre Iglesia es aún mayor que en España.
El amigo Braulio se esfuerza por hacer dignamente su papel de poli bueno, pero de lo que no se da cuenta es de que al resto de la caterva se le ve el plumero: allí donde pueden meten el cuerno a la sociedad civil, esa que quieren que tenga una sana laicidad.
En cambio, allí donde saben que gozan de poder y de impunidad, actúan como lobos, no solo imponiendo sus doctrinas cutres y casposas, sino delinquiendo miserablemente contra los más indefensos. Como sucede en Irlanda con los abusos sexuales y la pederastia, donde los curas han delinquido como cerdos y la jeraquía los ha protegido.
Y en los foros internacionales como la ONU, se retratan al alinearse con los países islámicos homófobos rechanzado la iniciativa de la Unión Europea que pretendía supimir la pena de muerte para los homosexuales. Sí, por un lado nos predican que no debe aceptarse la violencia ni el terrorismo pero por otro apoyan la penal capital para la sodomía.
Sería más que conveniente que el amigo Braulio, cuando se ponga el capirucho en la cabeza, hiciera un profundo examen de conciencia y en lugar de reclamarnos a los demás una "sana laicidad", se exigiera a sí mismo y a los suyos una sana religosidad que sea compatible con la Constitución Española y con los Derechos Humanos.