Aunque no soy un fanático de las cuotas sino de las capacidades, hay que resaltar el elevado número de ministras frente al de ministros, aportándole así una de sus notas más características: la amplia participación femenina en asuntos de mucho peso político como la hacienda pública, la economía, la sanidad, la justicia o la administración territorial. Que Sánchez quiere convertir las políticas de igualdad en una seña de identidad de su Gobierno lo pone de manifiesto la recuperación de un ministerio propio que dirigirá alguien con la experiencia de Carmen Calvo quien, además, será la única vicepresidenta. En este organigrama gubernativo que hemos ido conociendo hay mensajes claros en varias direcciones y el apoyo a las políticas de igualdad y género es evidente que se trata de uno de ellos. Pero también lo es el que se envía a los independentistas catalanes designando a Josep Borrel como ministro de Asuntos Exteriores y a Meritxel Batet - ambos de procedencia catalana - como responsable de Administración Territorial. Que Sánchez ha dado en la diana con esos dos nombramientos lo demuestra la reacción de Carles Puigdemont desde su retiro berlinés.
Sabido es - como dicen en la bolsa - que ganancias pasadas no garantizan ganancias futuras y, en política, una buena trayectoria al servicio de lo público se puede truncar si las circunstancias no acompañan o se toman las decisiones equivocadas. Por eso no conviene aún subirse al globo de la euforia sino esperar a conocer los primeros pasos del nuevo Gobierno para ir valorando su gestión. Y sin ánimo de ser aguafiestas, que no olvide nadie la precariedad y heterogeneidad de los apoyos con los que cuenta Pedro Sánchez y la oposición beligerante que con toda seguridad harán el PP y Ciudadanos. Solo si Sánchez y su gabinete consigue ir sorteando esos dos escollos habrá Gobierno hasta 2020, pero si lo que se produce es el bloqueo, la parálisis y el desconcierto sería un grave error no convocar a los ciudadanos a las urnas. En todo caso, alea iacta est.