Publicado por Ezequiel L.
Corren ríos de tinta sobre la famosa reedición de la llamada “pinza”, ingeniosa metáfora acuñada para la estrategia política de bloquear las políticas del PSOE, personificadas en la figura de Felipe González, y llevada a cabo por la derecha (Aznar desde el PP) y por la izquierda (Julio Anguita desde IU), en los 90. Lo cual hizo más sangre en el ya divorcio efectivo entre el PSOE y la, llamémosla izquierda izquierda, o simplemente izquierda.
La existencia de esta pinza, más allá del afán de poder de ambos frentes sobre la bisectriz, colocaba al PSOE en una curiosa situación, se hacía oficial a los ojos de la sociedad que el PSOE iba perdiendo aquello que una vez tuvo. El PSOE se convirtió en ese jersey rojo que algunos han tenido alguna vez, que ya no es rojo, después de tantas lavadoras.
Pero esta nueva posición, muy establecida en Europa a partir de los 90 y hoy en cuestión, es la llamada socialdemócrata. Que no es otra que “la actualización” de los partidos tradicionalmente marxistas, al menos socialistas, a los nuevos tiempos que corren post-muro de Berlín. La conveniencia de colocarse lo más inconexo posible con posibles fantasmas, colores, sonidos y luchas pasadas. El consentimiento del sistema neoliberal globalizado de la existencia de un actor espejo al partido neoliberal, un Zipi para un Zape, un Tom para un Jerry. ¿La condición? Abandonar de facto el socialismo.
Así la socialdemocracia se convierte en ese club de bellas durmientes, ese club de hijos y nietos de luchadores, nacidos y crecidos en época de anestesia, bienestar y la promesa del ascenso social. La promesa implícita de pertenecer a la “lucha” sin luchar. El beneplácito de codearse con clases vetadas en otro tiempo. La cercanía al billete, al corruptor. La neutralización del sindicato.
La ilusión de la desaparición de la clase obrera, la aparición de una zanahoria que seguir llamada clase media.
Si se piensa es el producto perfecto. Pensemos en el caso de Andalucía y Susana Díaz. Es el perfecto ejemplo de la falta de talento, del vivir de las rentas políticas de opiniones de otro tiempo. Vivir del fantasma del coco que vendrá si no estoy yo. Es el neoliberalismo vestido de campechano. A lo Borbón. Y así elección tras elección llega la lluvia de votos, o de precipitaciones en este caso.
Una vez vislumbrado el proceso de potabilización sufrida por los partidos socialistas, cuyas políticas atacan problemas instantáneos pero no la base, la raíz, ni la infraestructura que provocan los males; una vez sufridos años de la política del paracetamol y mucha agua como única alternativa a la amputación propuesta por el otro bando; podemos llegar a entender la existencia de un sujeto como Sánchez.
Cuando se hace la analogía de pinza, entre la situación actual y la de los 90 con Felipe González, olvidamos que el denominador común es Felipe González. Entra en escena nuestro Gepetto, fabricador de títeres y titiritero cuando hay un hueco.
Podría decirse que él es el verdadero bloqueador de la situación.
Un hombre que convierte lo muy cuestionable en incuestionable; un hombre con la decisión acotada; un hombre con una ideología como aquellos aparatos enormes que al desatornillarlos están huecos por dentro, con engranajes de adorno; un hombre sin poder para negociar, con tirantes hilos que penden de su chaqueta en todas direcciones; un hombre que se ve triunfador en el espejo; un hombre que se mira los pies al andar y cada paso que da lo considera histórico. Como diría Nietzsche, el que no tiene personalidad para dirigir, aunque sea a sí mismo, será dirigido por alguien. Este es Pedro Sánchez.
Al igual que su creador, recurre a la misma falacia vestida de estrategia, de identificar por propiedad transitiva dos elementos que comparten opinión en una pregunta de Sí o No, como un mismo elemento. Así Pablo Iglesias y Rajoy serán la misma persona si aman el café con leche.
El problema no es de conspiraciones, es de integridad. La integridad de la izquierda entonces y ahora, y la coherencia de la derecha, entonces y ahora.
Es completamente respetable el pacto propuesto por Ciudadanos, y merece un bravo a esta nueva formación. Es un ejercicio de coherencia ideológica, intento de aglutinar socios impecable que demuestra de Albert Rivera, aunque inexperto, no es ningún inútil y demuestra una talla mucho mayor que la de Pedro Sánchez.
De hecho, para mí, el único problema del pacto, la única cosa que no cuadra es que sea para la investidura de Pedro Sánchez y no para la de Albert.
El problema no es echar a Rajoy, al igual que la República no es echar a un rey. El problema es la infraestructura. No puedes querer echar a Rajoy, tu archienemigo teatral y continuar una política de parches, una vez más.
El resultado electoral demuestra que la gente camina hacia un ejercicio de transición política, a través de la puesta en duda de una infraestructura, unas instituciones mal usadas, mal diseñadas, podridas, o algo peor, funcionando para la gente equivocada.
Creo que hay unos posos que no han sido bien interpretados por la bancada socialista. Que con sus decisiones y amistades, se dirigen PASOK a PASOK hacia unas nuevas elecciones.