Sánchez, Torra y los chalecos amarillos

Publicado el 17 diciembre 2018 por Abel Ros

Tras casi ocho años de silencio en las plazas españolas, los chalecos amarillos han resucitado con fuerza a los indignados de Hessel. El grito contra la subida de los carburantes y la desigualdad social han tenido su efecto en las rectificaciones de Macron. Existen paralelismos entre las revueltas parisinas y el movimiento 15-M. Ambos son movimientos apolíticos, heterogéneos y con gran capacidad para movilizar a las masas. Movimientos, como les digo, que han surgido de la desafección e inconformidad ciudadana con el funcionamiento injusto del sistema. En la Hispania de las Autonomías, le comentaba esta mañana a Peter, hace falta que nos pongamos los chalecos amarillos. Y hace falta, queridísimos lectores, por el hartazgo que supone vivir en un país fracturado por la grieta territorial, los brotes antimonárquicos, los populismos, la corrupción galopante, el desempleo y la politización mediática.

La celebración de un posible Consejo de Ministros en tierras catalanas, custodiado por un millar de policías, es síntoma de que algo va mal en nuestros intramuros democráticos. La aplicación del artículo 155, por parte de don Mariano, ha sido comida para hoy y hambre para mañana. La polarización de la sociedad en Cataluña entre separatistas y unionistas ha insuflado oxígeno al populismo de derechas. Un populismo, como saben, de corte lepenista que construye su discurso con los ladrillos de la xenofobia, el machismo y el patriotismo. La visita de Sánchez a Torra escenifica, de alguna manera, la humillación del esclavo ante los pies de su amo. Si Pedro no estuviera en deuda con los independentistas, otro gallo cantaría en los patios catalanes. El interés partidista por reconquistar La Moncloa explica por qué, una vez más, los catalanes sacan tajada de la aritmética del hemiciclo. Por ello, por estas ocurrencias sinsentido, por parte de nuestros elegidos, es necesario que las plazas rompan su silencio.

Estamos ante un país anómalo. Estamos ante un Estado de las Autonomías que fundamenta la desigualdad territorial entre los de arriba y los de abajo. Es precisamente esta asimetría entre las distintas regiones, la que encenderá tarde o temprano la llama de la indignación. No se puede tolerar que los caprichos históricos legitimen un modelo de Estado basado en Comunidades Autónomas de primera y de segunda. Ante esta desigualdad, entre comillas "inconstitucional", hace falta compensación territorial. Solamente así, con el instrumento de la equidad interregional se conseguiría frenar el auge de la extrema derecha y el etnocentrismo catalán. Ante esta utopía, que supondría la deconstrucción de las Autonomías, es necesario que miremos a la realidad. Y la realidad no es otra que el brote independentista de una parte del país. Un brote separatista que "quiere y no puede" conseguir su fin. Y esa frustración es canalizada por el discurso populista. Un discurso que, tarde o temprano, terminará en una plaza Sol repleta de "chalecos amarillos". Atentos.

Por Abel Ros, el 17 diciembre 2018

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