Pase lo que pase en España, el daño causado por Pedro Sánchez y sus seguidores es ya irreparable. El mal de la inmoralidad, la codicia y la falta de escrúpulos es cancerígeno, pues todos somos culpables. Por estúpidos, por indiferentes, por cobardes. Por soportar en la cumbre del Estado a corruptos con las riendas en la mano.
Del actual drama español es responsable un país que permite que miserables silben a su himno nacional y a su rey, escupan sobre nuestra bandera, que simboliza la unidad, y que corruptos encaramados al poder dividan la sociedad y la llenen de desconfianza, odio y pesimismo.
La tradicional alegría española se diluye en la baba ácida del socialismo corrupto sanchista.
España es cada día manos un país de gente alegre y brava y se transforma, empujada por una de las peores clases dirigentes del planeta, en una pocilga que parece diseñada para que vivan bien los ladrones de viviendas, los saqueadores y esquilmadores con impuestos injustos, los carteristas, los especuladores, los políticos desalmados y los inmigrantes ilegales que llegan cargados de odio y sin ánimo de integrarse.
Los jueces desconfían de los políticos, los periodistas tienen imagen de mercenarios, los policías actúan a veces como la cruel y famosa Stasi de la Alemania comunista, y los políticos, con la peor imagen del país, ya no gozan de la confianza y el respeto de los ciudadanos.
Esta es, por desgracia, la nueva imagen de España, que se abre paso cada día con más fuerza, impulsada por un gobierno corrupto e ineficaz y por una oposición de derecha moderada cada día más contaminada de cultura marxista y globalismo traidor.
La letrina española ya no se arregla con cambios de gobierno porque requiere un profundo y drástico reseteo y una refundación de su política, hasta que florezca algo que España desconece: una democracia de ciudadanos libres, guiados por políticos decentes.
Francisco Rubiales