Sandra era una mujer de cabello exuberante y pelirrojo, su andar era peculiar… La mayoría de las personas deambulaban por la ciudad de una manera mecánica, abstraídas en sus propios pensamientos. En cambio Sandra, poseía la peculiaridad de ser reconocida a metros de distancia, era sensual e imprimía dicha sensualidad en cada uno de los movimientos, que adoptaba su atractivo cuerpo al caminar, era un curioso sello que Sandra poseía. El día se había despertado cálido extrañamente por aquellas fechas. Ella portaba un vestido lánguido de gasa verde, que fluctuaba y se adaptaba a su cuerpo con cada uno de sus movimientos. Una brisa suave acarició sus arrogantes senos, el collar de diminutas piedras verdes tintineó atrayendo la curiosa atención de algunos rezagados, que distraídos portaban sus periódicos. La mujer se detuvo ante un edificio de mármol blanco, en el se mezclaban diversos estilos arquitectónicos, que dotaban de gran belleza y suntuosidad a dicho edificio. Ventanas adinteladas, columnas jónicas…. Unas esculturas le llamaron la atención, flanqueando la entrada habían varias figuras de hombres y mujeres semidesnudos, que suscitaban sensualidad picardía y complicidad, como si conocieran un secreto juego que ella desconociera.
Inspiró profundamente y toqueteó su falda algo inquieta, el vuelo de esta onduló a la altura de sus prietos muslos. El sol acarició cadenciosamente su piel canela, el brillo del aceite depositado hacía unas horas generaba una atractiva imagen sobre su cuerpo. Algo ingenua, desconocía el efecto que ejercía sobre algunos desconocidos, que ocasionalmente se cruzaron con ella en esos instantes...