Lina Meruane (Santiago de Chile, 1970) ya había publicado 3 novelas, Póstuma (2000), Cercada (2000) y Fruta podrida (2007), y un libro de relatos, Las infantas (1998), antes de Sangre en el ojo (2012). No estoy seguro, pero yo diría que este último es el primer libro suyo que llega a España. En la actualidad Meruane trabaja en la universidad de Nueva York impartiendo clases sobre literatura y talleres de escritura creativa.
El título de esa novela, Sangre en el ojo, no podría ser más literal. El primer capítulo es angustioso: en la fiesta celebrada en un piso de hispanoamericanos en Nueva York la narradora (en primera persona) siente que se revientan las venas de uno de sus ojos y queda parcialmente ciega: “Eso sería lo único que vería, esa noche, a través de ese ojo: una sangre intensamente negra” (pág. 13). Las frases, en muchas ocasiones, y sobre todo cuando se quiere marcar la tensión, son entrecortadas, y en más de un caso se quedan a medias. Así comienza la novela en la página 11: “Estaba sucediendo. En ese momento. Hacía mucho me lo habían advertido y sin embargo. Quedé paralizada, las manos empapadas empuñando el aire”.
Poco después le ocurrirá algo parecido con su segundo ojo, y la narradora –de la que descubriremos, poco después del arranque narrativo, que se llama igual que la autora de la novela, Lina Meruane, que también es una chilena profesora de literatura en Nueva York y que ha publicado algunas novelas– sucumbirá a la angustia y a la rabia. Sus esperanzas de recuperación se centrarán en la consulta del doctor Lekz, eminente oftalmólogo de origen europeo.
Al principio, dada la intensidad de la prosa, que tiene un poso expresionista, pensaba que la enfermedad de la narradora no era una enfermedad que exista en la realidad; que era un juego simbólico para explicar la angustia de la enfermedad, del desamparo de quedarse de repente ciega, y que a su vez esto –la enfermedad, la ceguera– eran metáforas de otra cosa: la enfermedad de la vida, que acaba en la muerte; la ceguera del amor, que lleva a la dependencia más que a la convivencia. Y todo esto está en la novela, pero ha sido grande mi sorpresa cuando he leído en una entrevista en Internet que ese problema de la ceguera temporal le ocurrió a la autora en la realidad.
El marco temporal de la novela es éste: “El once de septiembre. El primer aniversario” (pág. 62), por tanto, en 2002; y el marco físico es la ciudad de Nueva York, y también Santiago de Chile y algunas ciudades cercanas.
Lina vive con Ignacio, un español de Santiago de Compostela, y la narración de Sangre en el ojo está dirigida a él: “Lo veo todo sin verlo, viéndolo desde el recuerdo de haberlo visto o a través de tus ojos, Ignacio” (pág. 20), un “Ignacio” que se irá transformando en un pronombre, “tú”. Como la operación que plantea el doctor Lekz no puede realizarse hasta que no transcurra más de un mes, Lina decide ir a visitar a su familia a Santiago de Chile; más tarde, Ignacio se reunirá allí con ella. Lina le muestra a su pareja la ciudad desde los ojos del recuerdo; las alusiones al pasado político dictatorial son ligeras pero presentes, además se incide en la idea de degeneración de la actualidad: “El cielo de Santiago ya no es lo que era, dijo melancólico mi padre. (…) Y saqué la cabeza para inhalar esa brisa llena de partículas tóxicas que certificaba mi regreso” (pág. 69).
Y si bien Sangre en el ojo es una novela sobre la angustia de la enfermedad, sobre un mundo que se va volviendo negro, que nos expulsa de nosotros mismos (la narradora sigue leyendo, gracias a novelas que escucha grabadas, pero ha de abandonar el ejercicio de la escritura), según avanzamos por sus páginas nos vamos percatando de que principalmente es una novela sobre el amor, sobre la dependencia que supone el amor. Lina siente rabia por lo que le está ocurriendo, porque los demás sean condescendientes con ella, porque los amigos de su novio parecen sugerirle que no se comprometa con una inválida… y todo esto se transformará en una lucha por acaparar a Ignacio, por hacerle comprender, por hacerle formar parte de su vida, es decir, de su enfermedad.
Y, como había supuesto al principio, la novela sí que acaba tomando derroteros expresionistas: la ruptura definitiva con lo real se produce en el viaje de vuelta de Santiago a Nueva York, cuando Lina aprovecha el sueño de Ignacio para lamerle (literalmente) sus ojos sanos: una metáfora vampírica del sacrificio que va a suponerle su amor por ella.
Sangre en el ojo es una novela angustiosa y eléctrica, potente y rítmica, escrita con un lenguaje muy trabajado –prolijo en metáforas y chilenismos–, que nos hacen pesar en una narradora ya madura, después de cuatro libros publicados, para su salto internacional (Sangre en el ojo se ha publicado simultáneamente en España, Chile y Argentina). Imagino que oiremos hablar bastante en el futuro de esta autora. Para mí ha sido todo un descubrimiento.