Sangre en París. Un nuevo desafío.

Publicado el 17 noviembre 2015 por Salva Colecha @salcofa

Una vez más hemos recibido en nuestra casa el zarpazo del terrorismo salvaje. Me da igual quien dispara, al final, a los muertos ya no les importa quién ha segado sus vidas, todos los terrorismos  se resumen en hacernos sentir terror y muerte. El resultado es ese, vidas destruidas y dolor irreparable para las familias, para TODAS las familias y terror para todos. Pero me parece que las cosas no funcionan así para la “opinión pública” amarillista y morbosa que es capaz de hacernos recordar u olvidar a su antojo, ¿nos acordamos de Ayllan?¿ Y de las niñas de #BringBackourgirls?.

Parece ser que la barbaridad de París es más barbaridad que otras. Hemos puesto banderitas francesas pero muy pocos recordamos a los muertos del Líbano. Empatizamos más con París, son “de los nuestros” y sus muertes nos afectan más por aquello de la similitud pero tampoco es justo olvidar el dolor de otras familias. Nos solidarizamos con los nuestros, pedimos oraciones por ellos sin darnos cuenta de que, quizá, deberíamos apartar a Dios de todo esto porque, todavía hoy, cada vez que lo metemos por en medio en estos asuntos acaban inocentes recibiendo tiros.

Los asesinos han sembrado el terror en el corazón de Occidente con pasmosa facilidad, una vez más. Ya lo hicieron en New York, en Madrid, en el Charlie Hebdo… Pero también lo hacen todos los días en Siria, en Damasco… No convendría olvidarlo a la hora de mantener la cabeza un tanto fría para entender que nos ha ocurrido. Unos salvajes nos han sacudido fuerte, nos han hecho pupa. Dicen que en nombre de un dios. Mienten, no existe ninguna religión que pretenda la guerra, en la que Dios (llámale como quieras) mande asesinar y sembrar el dolor a no ser que sea la del petroleo y los negocios oscuros.

Hemos de mantener la cabeza fría para no seguir el camino de la venganza que no lleva más que a mayor violencia (a Israel me remito). Gandhi decía que si aplicasemos aquello de “ojo por ojo” el mundo sería ciego. Tengamos presente esta frase para decir NO a la guerra declarada por Francia y que nos arrastra a nosotros también según los tratados de la UE y la “Defensa Colectiva”. Derecho Internacional en mano, razón no les falta, han sido atacados. Pero la declaración de guerra habilita a la utilización de los instrumentos de la guerra convencional y el derramamiento de litros de sangre de inocentes que condenan las muertes tanto como nosotros. “Daños colaterales” que no van a salir por la tele.

Pensar que el Islam es culpable y merece ser destruido es igual que decir que los noruegos son unos asesinos después de los hechos de la isla de Utoya. ¿Verdad que ese razonamiento sería una soberana tontería? Pues mucho me temo que este mismo argumento servirá para generar islamofobia y abandonar otro reto por resolver, las políticas de ayuda a los refugiados que llegan huyendo justo de lo que vivimos el viernes.

Estos días se reúnen en Turquía  los gobernantes más poderosos del mundo para intentar dar una solución al problema Yihadista (ya dudo hasta de que la encuentren aunque pusiesen algo de ganas al asunto). Convendría recordarles que ISIS mata también en Siria o en Iraq donde ¿sin querer? les hemos entrenado y armado. Es verdad que urge encontrar una solución para Oriente Medio ahora que sólo Aznar se enorgullece de la guerra de Iraq. Pero también existe un caldo de cultivo que ignoramos y que se encuentra en nuestras casas. Muchos de los terroristas vienen de barrios marginales europeos, víctimas de la pobreza, la exclusión social, el paro y la desesperación por no encontrar futuro. Personas al límite, víctimas de la destrucción social fruto de la austeridad inmisericorde a que nos han sometido y que los fácilmente captables.

Vienen tiempos complicados en los que nos va a tocar luchar contra el terrorismo yihadista en muchos frentes distintos y no debemos dejarnos llevar por la ola de islamofobia que vamos a vivir. Hemos de ser capaces de no renunciar a nuestros derechos porque intentarán, una vez más, vendernos seguridad a cambio de lo poco que queda de nuestros derechos. Estamos sensibles y vulnerables al chantaje. Hemos de aferrarnos a los principios que han costado a esta vieja Europa siglos de lucha y sangre. Hemos de enrocarnos en los principios de la antigua Revolución Francesa, aquellos de libertad, igualdad y fraternidad… Nos van a hacer falta.

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