En 2010, Geim y Novoselov obtuvieron el Premio Nobel de Física por un descubrimiento en apariencia anecdótico -el grafeno ya se conocía desde 1930-, pero que con el tiempo resultó poseer un potencial práctico incuestionable para la tecnología de las comunicaciones. Observaron que la estructura laminar del grafeno lo convertía en óptimo candidato para sustituir al silicio, semiconductor esencial en la fabricación actual de componentes informáticos. Pero el silicio, además no tener los atributos de ductilidad del grafeno, comenzaba a dar problemas de imagen a las grandes compañías del sector de las telecomunicaciones. El silicio se obtenía especialmente en países africanos como el Congo, donde las ganancias que generaba su extracción no beneficiaban a la población autóctona, sino que servían para financiar sus guerras tribales. Además, las condiciones laborales de los trabajadores eran infrahumanas. Multinacionales como Apple o Intel reducen costes facilitando con sus negocios el aumento de la miseria y la hostilidad interna en esos países.
Con la aparición del grafeno, estas empresas pretenden limpiar su imagen de tiburones insensibles a las desgracias ajenas y ofrecer una cara amable, solidaria y ecológica de sus negocios. El secretismo de estas multinacionales es absoluto. Solo después de muchos años la verdad llega a la opinión pública; y solo entonces estas empresas, presionadas por razones publicitarias, deciden modificar su política de obtención de minerales. Mientras tanto, en el mundo desarrollado seguimos consumiendo móviles, tabletas, ordenadores y demás artefactos tecnológicos, ajenos a la triste realidad que subyace durante su proceso de elaboración.
Por esta razón, se agradece descubrir documentales valientes y necesarios como Blood in the mobile, que ponen de manifiesto la inmoralidad y la impunidad con la que estas multinacionales operan a su antojo en numerosos países pobres, recrudeciendo su situación más que aliviándola. ¿Por qué la Televisión pública no emite en horarios de máxima audiencia este tipo de documentales? ¿Por qué Wikileaks no se impone a sí misma el deber moral de publicar estos hechos? Es evidente que la globalización de la economía permite -no precisamente por leyes del azar- establecer una estrecha relación entre nuestro bienestar y la pobreza del resto de habitantes del planeta. Un efecto mariposa manipulado por aquellos que detentan el poder económico. Y todo bajo nuestra complicidad. Los ciudadanos del mundo desarrollado necesitamos seguir consumiendo, adaptándonos al tren del progreso tecnológico; para ello necesitamos que los países pobres sigan viviendo en condiciones de miseria. Es el nuevo modelo de esclavitud del siglo XXI. Todos tenemos manchadas nuestras manos de sangre. El mismo que escribe estas líneas lo hace gracias a la tecnología de una empresa que abarata costes para que yo pueda comprar sus productos a un precio sostenible, pero a costa de perpetuar el determinismo económico que condena a millones de personas a una pobreza vitalicia.
Sucedió durante la revolución industrial y también ahora, a través de la explosión tecnológica. La necesidad de fuentes de energía y minerales revela un nuevo formato de colonización, basada en el modelo de economía globalizada, en el que unos se convierten por decreto tácito en consumidores y otros en operarios, dejando a una minoría privilegiada el rol de productores. Como afirmaba Marx, el capitalismo no ha reducido las viejas formas de esclavitud, tan solo las ha simplificado. La única diferencia con respecto al capitalismo primitivo reside en que la explotación de seres humanos se ha globalizado a través de un modelo de interacción económica similar al de la Grecia Clásica. El mundo desarrollado del consumo mantiene un tren de vida, nuestra sociedad de bienestar, gracias a que el resto de la población mundial vive en la miseria. Los consumidores somos una pieza más dentro de esta inquietante maquinaria social.
Ramón Besonías Román