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Según Europa Press, Sanidad financiará los tratamientos para dejar de fumar. Esto supone un enorme ejercicio de hipocresía por parte del gobierno de la nación, que se viene repitiendo desde finales de los 80.
Los que tenemos cierta edad podemos recordar cómo hasta principios de los 80 el tabaco se publicitaba abiertamente en cine y tv, únicos medios audiovisuales para el gran público por aquellos años, y no solo mediante anuncios dedicados a la marca de este producto. Los protagonistas más guapos y duros de las películas y las series eran fumadores. No era raro que esos mismos actores que habían interpretado a los “duros” y a las “guapas” ganasen sustanciosos ingresos extra, aprovechando el momento de fama, apareciendo en espacios comerciales de todo tipo mostrando las maravillas de tal o cual marca de cigarrillos. Incluso alguna de esas marcas pagaba buenas sumas de dinero al actor y a la productora para que fuese su tabaco el que siempre fumaba el protagonista. Posiblemente uno de los últimos ejemplos de estas tácticas comerciales en todo el mundo fue el de los cigarrillos Lucky Strike, que el protagonista de la famosísima serieMiami Vice fumaba en cada capítulo, y promocionaba en páginas de revistas, paneles publicitarios y mensajes comerciales de TV.
Pero a finales de los 80 la tendencia de presentar al tabaco como un producto de moda, que había comenzado ya en el cine sin sonido de las dos primeras décadas del siglo XX, dio un giro de 180grados. Primero en los países anglosajónes, y después paulatinamente en el resto del mundo.
Los protagonistas de las películas y series de televisión ya no fumaban. Solo lo hacían los malos. Paulatinamente, ni los invitados a programas de televisión, como tertulias, podían fumar ante las cámaras. Ni el público que asistía en directo a espectáculos televisados, como los típicos de temporadas de verano. Ni siquiera Eugenio, el genial contador de chistes, podía aparecer sentado en su taburete sosteniendo un cigarrillo en la mano.
Las marcas de tabaco subsisten a pesar de esa supuesta guerra que las autoridades de muchos países sostienen contra ellas. Todavía muchos fumadores se inician en ese nefasto vicio a edades muy tempranas, y aunque la publicidad del tabaco está prohibida, sigue habiendo millones de adictos que entregan su dinero a las tabaqueras y a los impuestos de los estados, y su salud la arrojan a diario al contenedor de la basura.
Como ciudadano pagador de impuestos, me parece magníofico que el dinero que me quita el estado se dedique a la atención y cuidado de enfermos y necesitados. Ojalá todo el dinero que pago yo, todo el dinero que pagamos todos los españoles, que es mucho gracias a los sucesivos gobiernos herederos del infame Rodriguez Zapatero, se dedicaran a fines nobles, y no se destinara un solo euro a sostener a partidos políticos, sindicatos, rescates financieros, terroristas, independentistas, y redes corruptas de todo tipo. Y si nos ceñimos al tabaco, reconozco que me ofende que se dedique dinero público a sufragar tratamientos para dejar de fumar, que es un vicio al que nadie se apunta con una pistola en la cabeza, mientras hay otros tratamientos que la seguridad social no cubre y que son mucho más necesarios para una mayoría de enfermos.
Aún más allá-y aquí expongo una vez más un argumento que defiendo sin fisuras aunque me haya valido no pocos desprecios-Yo daría prioridad de tratamiento a personas que sufran, por ejemplo, cáncer de pulmón y que no hayan fumado nunca, sobre otros enfermos que hayan contraído la misma enfermedad envenenándose a diario y año tras año, sabedores de que el tabaco es altamente cancerígeno.
Pero todo lo anterior, en realidad, no deja de ser papel mojado si nos hacemos la pregunta definitiva. ¿Por qué los estados siguen permitiendo la venta de un producto altamente dañino como el tabaco? Ya sabemos la respuesta: por cada paquete de cigarrillos los estados ingresan dinero en impuestos. Pero también sabemos que esos impuestos al cáncer no serían necesarios si los demás impuestos que pagamos fueran utilizados racionalmente y sin corrupción de por medio.
Y como cada vez que he abordado este tema en los últimos 30 años, lo finalizaré con una especie de paradoja:
Ustedes no pueden presentarse, por ejemplo aquí, en Zaragoza, en medio del Paseo de la Constitución, para desplegar una mesa y vender bocadillos que hayan preparado en casa con la intención de ganar un dinero. La policía local del sistema corrupto les incautará sus bocadillos, si hay suficientes se comerá alguno, y propondrá a un juez que usted sea multado por vender sin el permiso de un ayuntamiento abarrotado de políticos y funcionarios indeseables (Sí. Es cierto que algunos honrados hay también). Posiblemente hasta sea usted sancionado por atentado contra la salud pública, dependiendo del humor de ese día de dicho juez. Usted no ganará dinero. Además lo perderá en multas a favor de un sistema altamente corrupto, se quedará sin bocadillos… y sin mesa. Sin embargo, la venta de tabaco, un producto altamente cancerígeno, además de muy dañino en otros aspectos, está protegida y abiertamente permitida al gran público por un entramado de leyes y concesiones de licencias por parte de las administraciones públicas.
¿Y no sería más lógico, más racional y más humano, prohibir la venta de este producto, verdaderamente nocivo y letal para sus consumidores?
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