Santa hildegarda de bingen, poetisa y mística; teóloga y artista

Por Joseantoniobenito

Benedicto XVI: santa Hildegarda de Bingen, poetisa y mística

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 1 de septiembre de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la catequesis pronunciada hoy por el Papa Benedicto XVI durante la Audiencia General celebrada hoy en la plaza frente al Palacio Apostólico de Castel Gandolfo, con peregrinos venidos de todas partes del mundo.

Queridos hermanos y hermanas,

en 1988, con ocasión del Año Mariano, el Venerable Juan Pablo II escribió una Carta Apostólica titulada Mulieris dignitatem, tratando sobre el papel precioso que las mujeres han desempeñado y desempeñan en la vida de la Iglesia. “La Iglesia – se lee en la Carta – da las gracias por todas las manifestaciones del genio femenino que han tenido lugar a lo largo de la historia, en medio de todos los pueblos y en todas las naciones; da las gracias por todos los carismas que el Espíritu Santo ha dado a las mujeres en la historia del pueblo de Dios, por todas las victorias que ésta debe a su fe, esperanza y caridad; da las gracias por todos los frutos de santidad femenina" (n. 31).

También en esos siglos de historia que nosotros habitualmente llamamos Edad Media, diversas figuras femeninas destacan por la santidad de su vida y la riqueza de sus enseñanzas. Hoy quisiera comenzar a presentaros a una de ellas: santa Hildegarda de Bingen, que vivió en Alemania en el siglo XII. Nació en 1098 en Renania, en Bermersheim, en los alrededores de Alzey, y murió en 1179, a la edad de 81 años, a pesar de la permanente fragilidad de su salud. Hildegarda pertenecía a una familia noble y numerosa y, desde su nacimiento, fue entregada por sus padres en voto al servicio de Dios. A los ocho años, para recibir una adecuada formación humana y cristiana, fue confiada a los cuidados de la maestra Jutta de Spanheim, que se había retirado en clausura en el monasterio benedictino de san Disibodo. Se fue formando un pequeño monasterio femenino de clausura, que seguía la Regla de san Benito. Hildegarda recibió el velo del obispo Otto de Bamberg y, en 1136, a la muerte de la madre Jutta, convertida en Superiora de la comunidad, las hermanas la llamaron a sucederla. Llevó a cabo esta tarea haciendo fructificar sus dotes de mujer culta, espiritualmente elevada y capaz de afrontar con competencia los aspectos organizativos de la vida claustral. Algún año después, también con con motivo del creciente número de mujeres jóvenes que llamaban a las puertas del monasterio, Hildegarda fundó otra comunidad en Bingen, dedicada a san Ruperto, donde transcurrió el resto de su vida. El estilo con el que ejercía el ministerio de la autoridad es ejemplar para toda comunidad religiosa: éste suscitaba una sana emulación en la práctica del bien, tanto que, según los testimonios de la época, la madre y las hijas competían en amarse y en servirse mutuamente.

Ya en los años en los que era superiora del monasterio de san Disibodo, Hildegarda había empezado a dictar sus visiones místicas, que recibía desde hacía tiempo, a su consejero espiritual, el monje Volmar, y a su secretaria, una hermana a la que tenía mucha estima, Richardis de Strade. Como siempre sucede en la vida de los auténticos místicos, también Hildegarda quiso someterse a la autoridad de personas sabias para discernir el origen de sus visiones, temiendo que éstas fuesen fruto de ilusiones y que no viniesen de Dios. Se dirigió por ello a la persona que en sus tiempos gozaba de la máxima estima en la Iglesia: san Bernardo de Claraval, del que ya he hablado en algunas catequesis. Este tranquilizó y animó a Hildegarda. Pero en 1147 ella recibió otra aprobación importantísima. El papa Eugenio III, que presidía un sínodo en Tréveris, leyó un texto dictado por Hildegarda, que le había sido presentado por el arzobispo Enrique de Maguncia. El Papa autorizó a la mística a escribir sus visiones y a hablar en público. Desde aquel momento, el prestigio espiritual de Hildegarda creció cada vez más, tanto que sus contemporáneos le atribuyeron el título de "profetisa teutónica". Y esto, queridos amigos, es el sello de una experiencia auténtica del Espíritu Santo, fuente de todo carisma: la persona depositaria de dones sobrenaturales nunca presume de ello, no los ostenta, y sobre todo, muestra total obediencia a la autoridad eclesial. Todo don distribuido por el Espíritu Santo, de hecho, está destinado a la edificación de la Iglesia, y la Iglesia, a través de sus pastores, reconoce su autenticidad.

Hablaré de nuevo el próximo miércoles sobre esta gran mujer “profetisa”, que nos habla con gran actualidad también hoy a nosotros, con su valerosa capacidad de discernir los signos de los tiempos, con su amor por la creación, su medicina, su poesía, su mísica, que hoy está siendo reconstruida, su amor por Cristo y por su Iglesia, sufriente también en aquel tiempo, herida también en aquel tiempo por los pecados de los sacerdotes y de los laicos, y tanto más amada como cuerpo de Cristo. Así santa Hildegarda nos habla a nosotros; hablaremos aún el próximo miércoles. Gracias por vuestra atención.

Santa Hildegarda de Bingen, teóloga y artista

Benedicto XVI:Intervención de Benedicto XVI en la audiencia general del miércoles, celebrada en el Aula Pablo VI del Vaticano, en la que continuó con la presentación de la figura de santa Hildegarda de Bingen que había comenzado la semana anterior.

Ciudad del Vaticano, miércoles 8 de septiembre de 201

Queridos hermanos y hermanas:

  Quisiera retomar y continuar la reflexión sobre santa Hildegarda de Bingen, importante figura femenina de la Edad Media, que se caracterizó por su sabiduría espiritual y santidad de vida. Las visiones místicas de Hildegarda se parecen a las de los profetas del Antiguo Testamento: al expresarse con las categorías culturales y religiosas de su tiempo, interpretaba a la luz de Dios las Sagradas Escrituras, aplicándolas a las circunstancias de la vida. De este modo, todo los que la escuchaban se sentían invitados a vivir un estilo de existencia cristiana coherente y comprometido. En una carta a san Bernardo, la mística del Palatinado Renano confiesa: "La visión atrae todo mi ser: no sólo veo con los ojos del cuerpo, sino que se me aparece en el espíritu de los misterios... Conozco el significado profundo de lo que se expone en el Salterio, en los Evangelios, en los demás libros, que se me han mostrado en esta visión. Ésta quema como una llama en mi pecho y en mi alma, y me enseña a comprender profundamente el texto (Epistolarium pars prima I-XC: CCCM 91).

  Las visiones de Hildegarda están llenas de contenido teológico. Hacen referencia a los principales acontecimientos de la historia de la salvación, y usan un lenguaje principalmente poético y simbólico. Por ejemplo, en su obra más famosa, titulada "Scivias", es decir, "Conoce los caminos", resume en treinta y cinco visiones los eventos de la historia de la salvación, desde la creación del mundo al fin de los tiempos. Con los rasgos característicos de la sensibilidad femenina, Hildegarda, en la parte central de su obra, desarrolla el tema del matrimonio místico entre Dios y la humanidad realizado en la Encarnación. En el árbol de la Cruz se realizan las bodas del Hijo de Dios con la Iglesia, su esposa, llena de gracias y que ha recibido la gracia de ser capaz de dar a Dios nuevos hijos, en el amor del Espíritu Santo (Cf.Visio tertia: PL 197, 453c).

  A partir de estas breves referencias vemos ya cómo también la teología puede recibir una contribución peculiar de las mujeres, porque son capaces de hablar de Dios y de los misterios de la fe con su inteligencia y sensibilidad propias. Aliento por este motivo a todas aquellas que desempeñan este servicio a realizarlo con profundo espíritu eclesial, alimentando la propia reflexión con la oración y teniendo en cuenta la gran riqueza, aún en parte inexplorada, de la tradición mística medieval, sobre todo la representada por modelos luminosos, como Hildegarda de Bingen.

  La mística renana es autora también de otros escritos, dos de ellos particularmente importantes, porque muestran, como en "Scivias", sus visiones místicas: el "Liber vitae meritorum" (Libro de los méritos de la vida) y el "Liber divinorum operum" (Libro de las obras divinas), también llamado "De operatione Dei". En el primero, se describe una visión única y poderosa de Dios que vivifica el cosmos con su fuerza y con su luz. Hildegarda subraya la profunda relación entre el hombre y Dios y nos recuerda que toda la creación, de la que el ser humano es la cumbre, recibe la vida de la Trinidad. El texto está centrado en la relación entre virtud y vicios, de manera que el ser humano debe afrontar diariamente el desafío de los vicios, que le alejan en el camino hacia Dios y las virtudes que le favorecen. Es una invitación a alejarse del mal para glorificar a Dios y entrar, después de una existencia virtuosa, en la vida "llena de alegría".

  En el segundo libro, considerado por muchos su obra maestra, describe la creación en su relación con Dios y la centralidad del hombre, expresando un fuerte cristocentrismo de sabor bíblico-patrístico. La santa, que presenta cinco visiones inspiradas en el Prólogo del Evangelio de san Juan, refiere las palabras que el Hijo dirige al Padre: "Toda la obra que has querido y que me has encomendado, la he cumplido, y yo estoy en ti y tú en mi, y que somos una sola cosa" (Pars III, Visio X: PL 197, 1025a).

  En otros escritos, por último, Hildegarda manifiesta una variedad de intereses y el dinamismo cultural de los monasterios femeninos de la Edad Media, a diferencia de los prejuicios que todavía hoy siguen extendiéndose sobre esa época. Hildegarda se dedicó a la medicina y a las ciencias naturales, así como a la música, pues tenía talento artístico. Compuso también himnos, antífonas y cantos, recogidos con el título Symphonia Harmoniae Caelestium Revelationum (Sinfonía de la Armonía de las Revelaciones Celestes), que eran gozosamente interpretados en los monasterios, difundiendo una atmósfera de serenidad, y que han llegado hasta nosotros. Para ella, toda la creación es una sinfonía del Espíritu Santo, que es en sí mismo alegría y júbilo.

  La popularidad que rodeaba a Hildegarda llevaba a muchas personas hacerle consultas. Por este motivo, disponemos de muchas de sus cartas. A ella se dirigían comunidades monásticas de hombres y mujeres, obispos y abades. Muchas de las respuestas siguen siendo válidas para nosotros. Por ejemplo, a una comunidad religiosa femenina Hildegarda le escribía: "La vida espiritual debe ser atendida con mucha dedicación. Al inicio el cansancio es amargo. Dado que exige la renuncia a los caprichos, al placer de la carne y a cosas semejantes. Pero, si se deja fascinar por la santidad, un alma santa experimentará como algo dulce y agradable el mismo desprecio del mundo. Sólo es necesario prestar atención inteligentemente a que el alma no se marchite" (E. Gronau,Hildegard. Vita di una donna profetica alle origini dell'età moderna, Milano 1996, p. 402). Y cuando el emperador Federico Barbarroja provocó un cisma eclesial oponiendo tres antipapas al Papa legítimo, Alejando III, Hildegarda, inspirada en sus visiones, no dudó en recordarle que también él, el emperador, estaba sometido al juicio de Dios. Con la audacia que caracteriza a todo profeta, escribió al emperador estas palabras de parte de Dios: "¡Atento, atento a esta malvada conducta de los impíos que me desprecian! ¡Escucha, rey, si quieres vivir! ¡De lo contrario mi espada te traspasará!" (Ibídem, p. 412).

  Con la autoridad espiritual de la que estaba dotada, Hildegarda viajó en los últimos años de su vida, a pesar de la edad avanzada y de las penosas condiciones de los desplazamientos. Todos la escuchaban con gusto, incluso cuando utilizaba un tono severo: la consideraban una mensajera enviada por Dios. Exhortaba sobre todo a las comunidades monásticas y al clero a vivir en conformidad con su vocación. En particular, Hildegarda se opuso al movimiento de los cátaros alemanes. Los cátaros, literalmente "puros", propugnaban una reforma radical de la Iglesia, sobre todo para combatir los abusos del clero. Ella les reprendió con fuerza por querer subvertir la naturaleza misma de la Iglesia, recordándoles que una verdadera renovación de la comunidad eclesial no se consigue tanto con el cambio de las estructuras, como con un sincero espíritu de penitencia y un camino de conversión. Este es un mensaje que nunca debemos olvidar.

  Invoquemos siempre al Espíritu Santo para que suscite en la Iglesia mujeres santas y valientes, como santa Hildegarda de Bingen, que apreciando los dones recibidos de Dios, aporten su preciosa y peculiar contribución para el crecimiento espiritual de nuestras comunidades y de la Iglesia en nuestro tiempo.