Revista Cultura y Ocio

Santa Teresa y la reforma del Carmelo: Estímulo y respuesta

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

Santa Teresa y la reforma del Carmelo: Estímulo y respuesta                 Daniel de Pablo Maroto, ocd

“La Santa” (Ávila)

En el aniversario de la muerte de santa Teresa, el día 15 de octubre, ofrezco una reflexión sobre la acción más sorprendente que acometió en una época nada propicia para la creatividad de las mujeres. Me refiero a la reforma de la orden del Carmen fundando 16 conventos de monjas y promoviendo la de los frailes. Como telón de fondo, utilizo una idea del documentado trabajo de Arnold J. Toynbee, Estudio de la Historia, en el que explica la “génesis de las civilizaciones” por varias fuerzas que la impulsan; entre ellas, propone “la incitación”, a la que un genio o todo un pueblo dan una “respuesta”. Quiere decir que ante un estímulo, a veces una circunstancia hostil, la persona o el grupo reaccionan creando un sistema de pensamiento o un nuevo movimiento social o religioso que, con el tiempo, se puede convertir en una nueva “civilización” (ver vol. I, Buenos Aires, Emecé, 1961, pp. 232-373). Aprovecho este sugerente montaje ideológico –la incitación y la respuesta– para explicar la creatividad de la fundadora Teresa como respuesta a un estímulo interior.

Los que conocen la trayectoria vital de santa Teresa y los lectores de sus obras se preguntarán cuál fue el “estímulo” que impulsó a Doña Teresa de Ahumada, monja carmelita en La Encarnación de Ávila, a dar una “respuesta” iniciando una aventura tan extraordinaria como la reforma de la orden del Carmen. Pues, querido lector, aunque parezca mentira, fue el enfado o disgusto consigo misma, con su manera de vivir la vida religiosa. En un clima conventual de tibieza y atonía espiritual, Teresa renunció a su vida cómoda y de cierto bienestar, como reconoce ella misma, para vivir en un ambiente de soledad, de silencio, de ascesis y despojo de los pocos bienes materiales que poseía; renunció también a las hermosas vistas de la ciudad amurallada que admiraba desde su apartamento conventual y se encerró en la estrecha clausura del convento de San José para vivir en pobreza absoluta, fiándose de la Providencia de Dios no de las “rentas” del capital; abandonó la algarabía de una comunidad de casi doscientas monjas para fundar una fraternidad con un puñado de pocas y valientes mujeres que la aceptaron como líder de un movimiento espiritual. Estas y otras muchas fueron las renuncias que eligió para iniciar la aventura de convertirse en fundadora.

Profundicemos en el móvil último de su actuación de una manera tan aparentemente extraña; busquemos la “incitación” o estímulo que provocó la “respuesta” de Doña Teresa iniciando la “reforma” del Carmelo, una nueva “civilización” espiritual. Y esa “incitación” es, paradójicamente, el desasosiego interior que sentía en la comodidad de una vida tibia y anémica que se vivía en su convento. Su respuesta al ambiente fue una protesta contra sí misma, no contra la institución a la que pertenecía, ni siquiera contra los “tiempos recios” que le tocó vivir que provocaron “grandes tempestades” en la Iglesia.

El enfado, el disgusto personal por la mediocridad de una vida conventual, he aquí el estímulo que impulsó a Teresa a iniciar la Reforma del Carmelo. Pero, con anterioridad, había sucedido un hecho extraordinario: su primera conversión ante un “Cristo muy llagado” y la definitiva, que la liberó de sus apegos afectivos por obra del Espíritu Santo. En el clima conventual de aparente sosiego mental y espiritual, ella aspiraba a una vida de mayor entrega, hecha de renuncias por amor a Cristo y su Iglesia, por la pasión de salvar almas. Ese deseo le quemaba el alma como una inspiración divina. Una fuerza interior le empujaba a cumplir un destino superior, una misión de insospechadas consecuencias hasta la muerte.

Hace días, Pablo D’ Ors publicó una tercera de ABC sobre el “entusiasmo” de los grandes genios de la humanidad, también de los cristianos, dotados de una impresionante energía creadora que contagian a un grupo de seguidores y herederos de su espíritu; pero advertía que los grandes del cristianismo, comenzando por Jesús de Nazaret, se sienten mediaciones de alguien superior que los envía, como Jesús, que se siente enviado por su Padre Dios. A él se pueden añadir los grandes profetas del Antiguo Testamento, elegidos y enviados por Yavhé; y, en el cristianismo, por el mismo Jesucristo. El “entusiasmo” del que viven y proyectan los entusiastas cristianos procede de una llama divina, un arrebato místico, una pasión emocional. Uno de esos genios del cristianismo es Teresa de Jesús, poseída por la iluminación e inspiración de la gracia sobrenatural.

 Para concluir, aludo al debate que existe entre algunos carmelitas descalzos que les parece poco prestigioso y digno el título de “reformadora” aplicado a la Santa abulense y le conceden el de “fundadora”. Siempre me ha parecido un falso problema, además de creer, con algunos de los antiguos escritores que, en aquel cuadrante histórico, era más arriesgado y heroico la “reforma” de una orden de varones, clérigos para más señas, realizada por una mujer-monja.

Para clarificar el tema con pocas palabras, recuerdo que los carmelitas descalzos primitivos, lo mismo que las monjas, generalmente se refieren a ella como “fundadora” de nuevos conventos y “reformadora” de la institución de monjas y frailes descalzos. Me parece que el título más exacto aplicable a la acción de la madre Teresa es el de “fundadora de la nueva reformación”, como aparece en la bula de canonización (1622) donde se dice que hizo “una obra grandísima y dificultosísima, pero utilísima para la Iglesia”, como fue “la reforma de la orden carmelitana”. De hecho, ella confiesa que no pretendió crear una orden nueva, rechazando la acusación de los carmelitas calzados. Con algunos ejemplos espero que el problema debatido quede aclarado.

Teresa se sintió siempre y en toda ocasión miembro de la orden del Carmen. En sus obras escritas recuerda emocionada sus orígenes eremíticos en la montaña del Carmelo poblada de “santos padres nuestros” viviendo en soledad y silencio, entregados a la contemplación divina en austeridad de vida y en fraternidad comunitaria. Pues bien, sobre aquel espejo lejano se contempla cuando inició su Reforma en el convento de San José de Ávila. Su acción fue la de restauradora de la vida de los orígenes con los medios más eficaces; no fue fundadora de una nueva institución. Otro ejemplo. Si un edificio en ruinas es “restaurado”, no podemos considerar como autor al restaurador de la obra. ¿No es así? Pues eso fue lo que hizo Teresa sobre el vetusto edificio del Carmelo: darle un nuevo esplendor que había perdido en los siglos pasados.

Finalmente, imaginemos que Teresa injertó en el añoso tronco del Carmelo una rama verde que no cambió su esencia ni sus frutos, pero lo hizo florecer y evolucionar con nuevo vigor. La historia posterior ha demostrado que el injerto lo hizo una sabia y santa jardinera. Pensemos, por último, que Teresa descubrió un caudaloso manantial, el de la contemplación mística, y lo condujo a la corriente semiseca del Carmelo hasta desbordar el cauce primitivo. Pues todo esto es lo que hizo Teresa como “fundadora de una Reforma”, viviendo las antiguas tradiciones elianas y marianas del Carmelo, la experiencia de los carmelitas medievales, y todo enriquecido con la sabiduría, la santidad y el entusiasmo místico de Teresa de Jesús.

(Para entender el tema, remito a mi estudio Ser y misión del Carmelo Teresiano. Historia de un carisma, Madrid, Editorial de Espiritualidad, 2011, pp. 355-382: “Apéndice. Teresa de Jesús, fundadora de una Reforma”).

Anuncios

Volver a la Portada de Logo Paperblog