EL VIRREY TORRES Y EL ARZOBISPO MOGROVEJO FRENTE A LA PESTE DE SU TIEMPO
José Antonio Benito
Esa formidable novela de "Los novios" de Manzoni que registra la terrible peste que asoló Milán comienza apelando a la Historia "como una guerra contra el tiempo, pues hace revivir los olvidados hechos del pasado" y, al encontrarse con un cartapacio de documentos le sabía mal que una historia tan hermosa hubiese de permanecer, a pesar de ello, desconocida; porque, como historia, puede que el lector opine otra cosa, pero a mí me había parecido bella, como digo, muy bella".
La historia como maestra de la vida nos brinda lecciones para agradecer el pasado, servirnos en el presente y proyectarnos con esperanza hacia el futuro.
También a mí, recluido como tantos en mi casa, me han parecido muy bellos estos dos testimonios vividos en nuestro Perú virreinal y se los comparto. Sus protagonistas, el séptimo virrey don Fernando Torres y Portugal, Conde Villar-don-Pardo y el segundo arzobispo santo Toribio Alfonso Mogrovejo, quienes debieron enfrentar su "covid" con la terrible peste general denominada de "las viruelas" de 1589 a 1591.
Del primero contamos con una dramática carta dirigida al Rey Felipe II un 19 de abril 1589 dejó testimonio de su interés por la salud de los nativos así como procurar medidas que pudiesen paliar las lamentables consecuencias de la peste (viruela, sarampión o romadizo).
"Señor,// Escrito tengo a Vuestra Majestad la enfermedad que comenzó a tocar en la provincia de Quito de viruelas y sarampión de que comenzaba a morir alguna gente y particularmente iba haciendo daño en los naturales y que avisaría de lo que adelante sucediere y habiendo esta pestilencia, que así le llaman, por haber destruido y muerto mucha suma de indios que es la gente a quien el rigor de ella se endereza más, en particular ha venido cundiendo por diversas partes encaminándose a estas provincias y en la cuenca de Loja y Paita se fue acrecentando su furia y ha llegado, con mucha más, hasta la ciudad de Trujillo, dejando los valles de su distrito tan arruinados que se han asolado muchos pueblos con pérdida notable de sus moradores.
Según de todo esto me ha dado aviso en esta manera y aunque desde el comienzo he puesto el cuidado necesario en el reparo que ha parecido convenir visto lo que se va entendiendo, lo he puesto mayor y con los medios más eficaces que en semejantes casos suelen aprovechar, ordenando a todos los corregidores en sus distritos que con mucha diligencia acudan a la cura y el amparo de los dichos indios y provean las medicinas y sustento conveniente de las cajas de las comunidades donde está el dinero que para esto se aplica, ocupándose ellos y los demás ministros en solo lo que a esto conviene con puntualidad y diligencia que semejante conflicto ha de menester para reparar el daño irremediable que se espera de todos los llanos donde está la viruela toca y a vuelta de ella un tabardete pestilencial que a ninguno da que escape.
Ordené también a los dichos corregidores los remedios que os médicos de esta ciudad parecieron convenientes, a los cuales hice juntar para ello y con acuerdo de los más experimentados se hace la cura que conviene a los enfermos en todas las partes donde llega este mal y que los encomenderos acudiesen a sus repartimientos y ayudasen a esto con la diligencia posible y mandé que fuesen a esta ciudad algunos de los dichos médicos para que con la misma entendiesen el cumplimiento de estas cosas y al corregidor de ella y a los demás de ciudades y pueblos de españoles se les ordenó que pusiesen la guarda y el reparo necesario en la con los pueblos que estuviese tocados de esta peste de manera que aplicándose todos los medios humanos quedase el disponer el suceso a la voluntad de Nuestro Señor que se sirva por su misericordia de aplacar su ira.
Me han escrito que en las provincias de arriba casi en un mismo tiempo ha tocado otra enfermedad de tos y romadizo con calentura de la cual aunque hubo días que en Potosí enfermaron de ella más de diez mil indios y algunos españoles no ha hecho hasta ahora daño notable allí ni en el Cusco y Huancavelica donde de presente anda de ninguna manera de estas enfermedades mueren hasta ahora españoles y esos mozos nacidos en este reino, Nuestro Señor guarde a Vuestra Majestad, en Lima 19 de abril 1589"[1].
El doctor Uriel García Cáceres en su interesante artículo "La implantación de la viruela en los Andes, la historia de un holocausto" [2] rescata, además, la actuación del mismo virrey frente a las epidemias que asolaron a los nativos para aliviar las epidemias simultáneas de viruelas, sarampión y tabardete a los indios de los pueblos de Surco, Lati y Lurigancho por haber en ellos muchos enfermos y morirse casi todos. En otro documento similar del AGN de Lima, da cuenta de otra epidemia igualmente terrible en los pueblos de Matucana, Surco y San Mateo donde nombró a un cirujano, don Francisco de Velásquez, para que atendiese a los enfermos. Resulta, que en esos tiempos, las enfermedades con brotes cutáneos, como la viruela y el sarampión, eran atendidas por los cirujanos, llamados latinos, que tenían estudios universitarios, todas las enfermedades llamadas externas, como viruela y sarampión, eran de competencia de estos profesionales de la salud; pues los doctores, llamados físicos, que ostentaban el título de mayor rango académico, no estaban para atender vulgares males supuestamente cutáneos.
Del segundo, del Arzobispo Santo Toribio Mogrovejo, contamos directamente con el testimonio de sus secretarios en el "Diario de la Visita"[3] que mencionan en dos momentos la peste general o "viruelas". Cuando visita Carabayllo en julio de 1593 anota que "Halló que hay, según dijeron los curacas y el dicho Padre, después de las viruelas, sesenta indios tributarios, y ocho reservados y doscientos indios de confesión y doscientas y cuarenta y cinco ánimas chicas y grandes". Más adelante, en octubre de 1593, al pasar por el pueblo de San Sebastián de Huaraz, refiere que "confirmó Su Señoría la vez pasada [1585] en esta doctrina, antes de la enfermedad de las viruelas, 2430 personas".
De otra parte, su inseparable ayudante Sancho Dávila, declarará en 1595: "Por abreviar y darse prisa no confirmaba sentado, como otros Prelados hacían, sino haciendo en la Iglesia muchas hileras de los indios e iba por cada una confirmando en pie, sufriendo su hedor, que en algunas partes era insufrible, y algunas veces confirmaba a las mil ánimas juntas…En especial, en el tiempo de las viruelas y peste general que hubo en este reino, que por estar todos los indios en sus casas caídos con la dicha enfermedad, se andaba el dicho señor Arzobispo de casa en casa, a confirmarlos, sufriendo el hedor pestilencial y materia de la dicha enfermedad"[4].
Queda claro que las dos supremas autoridades del Perú, el virrey y el arzobispo, fueron conscientes del mal que tuvieron enfrente y lo combatieron de modo real, comenzando por el ejemplo en servicio de los demás.
[1] Leviller R. Gobernantes del Perú, cartas y papeles. Tomo XI (El Virrey Conde del Villar, 2ª Parte). Madrid: Imprenta Juan de Peyó; 1925. p. 207-8.
[2] Revista Peruana de Medicina Experimental y Salud Publica v.20 n.1 Lima ene./mar. 2003
http://www.scielo.org.pe/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1726-46342003000100009&lng=es&nrm=iso
[3] BENITO, J.A. Libro de visitas de Santo Toribio (1593-1605) (Colección Clásicos Peruanos, Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial 2006
[4]GARCÍA IRIGOYEN, C. Santo Toribio Lima, 1904, II, p.134