La verdad, fue bastante precipitado, de hecho creo que nos podríamos haber ahorrado la noche de hotel, podríamos habernos ido hacia El Pireo y esperar allí al barco, pero en fin, no conocíamos la ciudad, ni las distancias. Pero esa es otra historia, ya hablaremos en otra ocasión de la locura ateniense. En fin, sin apenas haber dormido, engullimos un desayuno especial que nos prepararon en el hotel y nos fuimos en taxi hacia el puerto cuando aún no había amanecido.
El Pireo antes de amanecer
Hacia las 6 y media de la mañana embarcamos en un enorme ferry que nos llevaría, tras una travesía de 8 horas, hasta la hermosa Santorini. Y aquí surgió el primer problema, los billetes. Como es lógico, estaban escrito en griego, quiero decir, con letras griegas, vamos, que no teníamos ni puñetera idea de que tipo de billete teníamos. Así que nos colocamos en la cubierta de popa, en un rincón dónde poder sentarnos e incluso tumbarnos para intentar dormir un poco… A las 8:00 horas el barco soltó amarras, la mañana era preciosa, llena de luz. En los muelles cientos de mercantes y de todo tipo de embarcaciones, mostraban la naturaleza del pueblo griego, que siempre ha mirado al mar y a las tierras que hay más allá, a lugares que explorar y conocer. Digamos que las primeras horas fueron maravillosas, disfrutábamos de la brisa marina y el sol acariciaba nuestros rostros… pero… empezaba a acariciar demasiado. Teníamos un problema, en la cubierta apenas había sombra, dentro, el espacio estaba abarrotado por cientos de familias griegas que ocupaban todos los rincones posibles, que no se cortaban en desplegar manteles y viandas que compartían ruidosamente (y luego dicen que los españoles hablamos alto, mete a dos griegos en un lugar abarrotado y sólo los oirás a ellos), especialmente pepinos y litros y litros de café frappé. El Ferry hace escalas en islas como Paros, Naxos y alguna más que no recuerdo… y cada vez hacía más calor.
<>Puertos del Egeo
Hubo un momento en que el hacinamiento era espectacular, decenas de personas nos apretujábamos en el poco espacio sombreado que había en la cubierta, el sol era implacable. Alrededor del medio día la situación era insoportable, ¡qué calor!, recuerdo que compartimos un poco de charla con una pareja estadounidense que al enterarse de que éramos españoles nos dijo: ¡España, qué bonita!, pero no nos hemos atrevido a ir porque hace mucho calor.¡¡¿Cómo?!!, ¡pero por Dios!, ¡en ningún lugar del mundo hacía más calor que en la cubierta de ese barco!. Y mientras, yo envidiaba a los pudientes viajeros de primera clase que iban sentados en cómodas butacas con aire acondicionado… Os ahorraré más desagradables momentos del viaje. Bien, pasadas las 14:00 horas llegamos al puerto de Santorini. La llegada a la isla es sencillamente espectacular, cuando el barco comienza a penetrar en el espacio de la antigua caldera del volcán, cuando aprecias los inmensos acantilados y las casas blancas de tejados azules que parecen sostenerse increíblemente colgadas… se te encoje el corazón, ¡hasta los griegos callaron!, el espectáculo es grandioso, sólo por eso merecieron la pena las penurias del viaje.
¡Pero teníamos hambre!, era muy tarde y tras registrarnos y acordar cómo alquilar un coche para el día siguiente (madre mía del amor hermoso, ¡qué aventuras vivimos con el coche!) pusimos rumbo a la playa, dónde nos dijeron que podríamos comer algo.
Volvimos al hotel, un baño y un descubrimiento. Si creía que hacía calor durante el día, ¡lo de la noche fue algo horrible!. Resulta que al caer el sol una espesa niebla cubre la isla, ¡cada noche una niebla cálida y bochornosa!, ¡una auténtica sauna griega!. Bueno, volvamos a la historia.
A la mañana siguiente, tras un maravilloso desayuno, nos subimos a nuestro pequeño Hyundai Atos y pusimos rumbo a los pueblos de la isla, ¡porque tiene varios!, ¡y son preciosos!. Ahora bien, tuvimos una idea espantosa, ir a la única playa arenosa de la isla y eso, no os lo recomiendo, a no ser que os guste el agua repleta de algas y la arena rebosante de colillas. Salimos espantados y recorrimos varios pueblos, todos ellos blancos, de tejados azules y pulpos secándose en los balcones.
Una casa típica
Llegando la hora de comer fuimos a Thira, la capital. Allí dejamos el coche y buscamos afanosamente un local con aire acondicionado, porque, de veras, en pocos sitios he pasado más calor.¿Vértigo?
El volcán
Allí disfrutamos de una deliciosa comida a base de pescado, entrantes tradicionales, ensalada y un fantástico vino blanco típico de la isla (atención, ¡importante!, en Santorini hay vinos locales realmente fantásticos de los cuales hablaremos algún dia, no hagáis el turista y pidáis vinos tradicionales de retsina, de veras, no merece la pena).