Santorini y su puesta de sol

Por Capitan_rabano @pardeguindillas

Como decíamos ayer…

Cruceros llegando a Santorini

Ya era otro día y hacía el mismo calor. Dimos cuenta de otro fantástico desayuno y nos fuimos hacía el puerto, donde nos esperaba un barco para realizar una curiosa excursión.

El destino no era otro que el centro de la caldera volcánica, dónde asoma el volcán en forma de isla, Néa Kaméni. El paseo por ese raro paisaje merece la pena, básicamente porque desde allí se ven los acantilados de la isla. La parte mala es que hace el mismo calor, no hay ni una sombra y encima, ¡el suelo tiene calor propio!, hay zonas en las que se ven columnas de humo y huele a azufre… digamos que no es lo mejor para abrir el apetito.

 


El embarcadero de Néa Kaméni

Caminando por el volcán

Un consejo, llevaos agua.
Tras el paseo, volvimos a embarcar, pero no para volver, sino para ir hacia otro lugar de la isla dónde poder bañarnos en aguas 'termales y marinas'. Me explico, hay una zona en la que bajo el agua, el calor de las emanaciones volcánicas hace que ésta esté aún más caliente y de un peculiar color rojizo.

La verdad es que parece una aventura interesante, lo malo es que consiste en pasar más calor, vamos, que cuando el agua está más caliente que el aire y éste supera los 35ºC, sinceramente, no le veo el encanto, ¡y encima el bañador se te tiñe de rojo!.

Bañándonos en las aguas del volcán

Tras el baño pusimos rumbo hacia un pequeño acantilado que es el resto del cono volcánico que queda después de la brutal erupción que en torno al 1600 ac. dio a la isla su forma actual y causó el final de la civilización cretense.

Allí hay un chiringuito de lo más cutre dónde te dan de comer según las especialidades marineras típicas de la isla, ósea, pulpo a la parrilla y brochetas de langostinos. Menos mal que tenían cerveza fría, empezaba a pensar que moriría deshidratado en las Cícladas.

Y por fin volvimos, llegamos hasta un embarcadero al pie de una rampa de una pendiente imposible que te lleva hasta las cercanías de Oia (se pronuncia Ia). Pero la excursión no había acabado, aún quedaba la gracieta para los turistas, que no es otra que subir esa rampa a lomos de un burro. Sí, un burro.

Y allí estaba yo, enfrentándome al dilema de subir andando aquella cuesta y enfrentarme a la posibilidad de morir debido a un golpe de calor a mitad de camino o atreverme a subir a un burro que probablemente se despeñaría por el acantilado, en este caso, justo al final de la ascensión. En fin, como no quería seguir sudando, me subí al burro.

No sé si los burros trotan o galopan, ¡el mío iba a toda leche!. Tomaba las revueltas derrapando, a mi se me caían los empastes y estaba totalmente… acongojado.

Os lo digo en serio, he tenido la suerte de probar a conducir un monoplaza de 200 cv. en un circuito y nunca he tenido tanto estrés como a lomos de aquel bicho. Y encima, cuando llegué a la cumbre, harto de la experiencia me bajé lo más rápido que pude, vamos, que me arrojé y entonces un griego cabreadísimo me echó la bronca de mi vida, porque resulta que cuando el burro nota que te bajas, se da la vuelta y emprende el camino de vuelta, lo que puede provocar un accidente al cruzarse con los que suben a los turistas. Así que ya sabéis, ¡no os bajéis del burro hasta que el griego gesticulante te da permiso!.

Bueno, ya estábamos arriba y teníamos que hacer tiempo para ver el gran acontecimiento: la puesta de sol que muchos consideran la más hermosa del mundo. Yo tenía mis dudas, he visto ponerse el son en Finisterre y en las Cíes y creo que no veré otras mejores, pero en fin, había que probar.
 

Nos tomamos una cerveza en una terraza sobre el volcán y paseamos por la ciudad, que cada vez estaba más llena de turistas, porque no sólo los que se alojan en la isla, sino los que vienen en los cruceros, suben todos a Oia a ver el anochecer.


Cruceros llegando a Santorini

   Había españoles, pero sobre todo, pudientes jubilados alemanes, ingleses, americanos, etc… que son objeto de timos por parte de desaprensivos vendedores ambulantes que anuncian botes pequeños de alcaparras en vinagre… ¡¡¡¡a 12€!!!!, en serio, cuando ojiplático me quedé mirando al vendedor que los anunciaba, éste, al ver mi aspecto me dijo:
- ¿Español?.
- Pues sí…
- ¡Largo!, son para los ingleses.

Cada vez había más gente y había que buscarse un sitio, al estar las casas 'colgando' por el acantilado, esto puede ser sencillo, yo me subí al tejado de una casa, que era la terraza de otra y allí esperé.

Agolpados esperando el anochecer

Pero entonces ocurrió lo mismo que la noche anterior, una densa bruma húmeda y tórrida comenzó a adueñarse del paisaje mientras el sol descendía hasta el punto de que la puesta de sol se convirtió en un espectáculo brumoso de colores anaranjados a través de la niebla de la sauna griega. Decepcionante.


Y se hizo de noche y había que volver al hotel, al otro lado de la isla, en la zona baja, así que, a bordo de nuestro Hyunday, que no tenía faros antiniebla, comenzamos a recorrer el camino por una carretera sin señalizar, en la que sabías que al lado derecho, en algunos tramos había un acantilado descomunal y detrás un autobús lleno de jubilados escandinavos conducido por un griego loco que conducía poseído haciendo uso del cláxon y arrimándose como el tipo del camión de la peli de Spielberg. Os aseguro que lo pasé mal hasta que el tipo tomó el desvío hacia el puerto y yo fui hacia el hotel, donde me esperaba una deliciosa cena al borde de la piscina justo antes de irme a la cama a disfrutar de otra insalubre noche de calor y pegajosa humedad.
Y si alguien deduce de mis palabras que no me gustó, está equivocado, ¡¡quiero volver!!.
Aún pasamos un día más en la isla, pero nos dedicamos a descansar en el hotel, no pudimos ir a visitar las ruinas de Acrotiri, estaba cerrado, por lo que bueno, disfrutamos de un día de relax y piscina.

Relax piscinero

Aún quedó algo curioso y divertido (más o menos), teníamos que volver a Atenas. El barco salía por la tarde y era el mismo con el qué habíamos llegado, estábamos escarmentados e intentamos buscar un sitio dónde pasáramos menos calor, aunque iba a ser complicado.
Allí había cientos de personas hacinadas en las cubiertas intentando escapar del sol. De nuevo, familias enteras comían pepinos y bebían café, ¡a la vez! y algunos jóvenes intentaban perder el conocimiento bebiendo toda la cerveza posible.
A las dos horas de aquel infierno decidí mandarlo todo a tomar por saco y me colé en la zona de primera, me senté en una comodísima butaca en un salón con aire acondicionado mientras veía un peli en griego, una gozada.
Y entonces, como no podía ser de otro modo, apareció una revisora, mi placer había durado menos de un cuarto de hora. Decidí hacerme el loco, pero cuando me tocó en el hombro le tuve que enseñar mi billete, ella lo miró y en español, me dijo:
- Bien, buen viaje señor.
- ¿¿¿???
¡¡¡¡teníamos billetes de primera!!!!, ¡¡¡la madre que me…!!! y nosotros pasando calor.
Moraleja: Ve a la zona de primera, siempre hay tiempo para que te echen.