Foto: ANB
Y los del Alto bajaron. Por segunda vez en dos años estalló como cristal esa frontera que divide la ciudad brillante y lustrada para el turismo, de la otra. La rota y muerta de frío, la arrasada por el abandono y la desigualdad, por el paco y el alcohol, la confinada a la meseta, la que tiene hambre y casas de leña y chapa para los 10 grados bajo cero del invierno y los 40 centímetros de nieve en las rodillas. La que en los días festivos ve ensancharse aún más la brecha, cuando el pan dulce, las almendras y el champán contrastan con la mesa vacía y el chaperío.
Bajan, los del Alto, y cuando bajan se hacen visibles y vienen con piedras y rabia atávica y ponen los pelos de punta de gobernadores, intendentes y dirigentes que se echan chispas por el poder y depositan en los pobres una sobreestimación de anarquistas e izquierdistas en franco camino de toma del poder, legionarios del apocalipsis zombie o narcotraficantes superorganizados: el gobernador Alberto Weretilneck responsabilizó por los saqueos a "grupos ligados al narcotráfico" e "integrantes de organizaciones políticas de carácter anárquico que vienen extorsionando a las distintas autoridades". Su archirrival, el senador Miguel Pichetto apuntó contra "grupos duros con posiciones anarquistas" y origen en la "extrema izquierda", que poseen "características delictivas".
"Hay un sector de la Argentina que quiere teñir de sangre estas fiestas2, lanza Sergio Berni desde Bariloche, esta vez, lejos de Puerto Madero y sin el traje antibacteriológico.
La complejidad extrema de la verdad a veces suele reducirla a un griterío de mentiras que confluye y se ensambla. Los del Alto olvidado bajaron a salpicar las joyas del Bajo porque la inequidad es brutal, la pobreza confinada y escondida, el contraste, obsceno y la dádiva oficial, vergonzosa y mezquina.
La interna política que consume a Río Negro desde el desafortunado año nuevo de Carlos Soria tiene especial caldo de cultivo donde la desigualdad es extrema. La marginalidad de quienes fueron expulsados del sistema y de la vida buena es permeable, con lógica férrea, a la alternativa laboral que ofrece el mercado de paco y cocaína para zafar mucho más holgadamente que con el trabajo precarizado y pésimamente pago al que se puede acceder por derecha. Un fogoneo mínimo con las intenciones más dispares, enciende la mecha de todas las rabias contenidas. Y los del Alto bajan. Como lo hicieron en junio de 2010, después de que la policía rionegrina matara a Diego Bonefoi. Bajaron y les mataron a dos más, en el invierno terrible de 2010. Cuando no había más leña ni para robarse y el gas costaba cuatro veces más que el de la gente del Bajo porque no hay redes y es de garrafas y para calentarse se quema lo que se puede, allá en lo más alto y lejano y ventoso de la meseta.
De ahí bajaron en 2010, de donde en los junios la gente se muere de a decenas por monóxido de carbono o por incendios.
Bajaron como ayer, cuando no había bolsas y la navidad está tan cerca que duele en el alma porque el que nace va a nacer desnudo y sin mañana, como viven ellos en el Alto. De donde bajaron. Porque el intendente Omar Goye decidió que a las bolsas las tenían que entregar los hipermercados y no el Estado y las empresas rechazaron la propuesta por "improcedente". Todos saben en Bariloche que hay 30.000 personas sin nada en la punta de la meseta. Pero están ahí, nacen, sobreviven, mueren ahí. Los mata la policía o el paco o las enfermedades evitables ahí. Y es la policía, el paco y las enfermedades las que marcan la frontera que divide la ciudad de chocolate, nieve y pinares de aquella indeseable de allá arriba.
Abajo está la ciudad rica, de facciones suizas, de gesto germano. De vecindades como Priebke y sus defensores filonazis. De un célebre desfile “de colectividades extranjeras, pero que en realidad es el desfile de los descendientes de alemanes, austríacos y suizos, ya que no desfilan ni los descendientes de chilenos ni los miles de bolivianos que ahora viven allí”, como escribió la doctora en Ciencia Política María Esperanza Casullo. “El alto, del otro lado de la cadena de cerros que le da a Bariloche su espectacular vista, no tiene nada de eso. No tiene asfalto, no tiene gas, no tiene cloacas y no tiene casi transporte público. No tiene vista al Nahuel Huapi, ni a ningún otro lago. Tiene, o tenía hasta hace poco, el desempleo más alto de la provincia de Río Negro. No tiene hospital, no tiene basurero. Tiene mucha población joven y muchos homicidios, varios de ellos a manos policiales”.*****
La mecha se enciende veloz. La tierra arde con la celeridad de los tiempos. Uno, dos, diez saqueos. Los diarios multiplican. Replican el quejido viejo. El devenir cotidiano en las barriadas, entre las calles oscuras y barrosas de un país tan paraíso como infierno que devora y vomita odio. Los medios anuncian y pre-anuncian. Se suben a la ola. Deslizan horrorizados “alguien con hambre no roba un LCD”. Se diluye en un chasquido de dedos el contexto histórico y el análisis.
“En Gálvez grupos de jóvenes saquearon un supermercado”, dicen en títulos catástrofe. Hace rato que Villa Gobernador Gálvez se hunde entre los palotes y telones de plástico tomados en las afueras por cuatro mil personas. Que se atraviesa por la droga y que un 40 por ciento de la población tiene necesidades urgentes. Para el hambre nunca hay títulos catástrofe.
El Sur lanza al aire sus gritos de tristezas viejas. En el Oeste de Neuquén la policía mata a Braian, con 14 años, con un disparo en la nuca desde la luneta del auto. Igual que Poblete al maestro Fuentealba. Mientras los trabajadores de la energía defienden sus puestos de trabajo contra la política privatizadora y de vaciamiento de Sapag.
En Zárate, a un manojo de kilómetros de Campana –donde detuvieron a un centenar por saqueos a cuatro mercados- la cámara de empresarios convocaba a bajar las persianas de los comercios. "Fue una noche rara para nuestra ciudad, fue una noche de locura, hubo saqueos a cuatro mercados, a las 6 de la tarde empezaron a convocar a la gente por mensajes de texto y redes sociales, decían que les iban a dar mercadería, cosa que era falsa, la gente intentó entrar a Carrefour, no pudieron porque la policía lo impidió, y a razón de eso saquearon dos mayoristas", relató un periodista de La Auténtica Defensa. La mecha, no hay dudas, enciende veloz.
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Cinco o seis gendarmes cada cuadra son el muro de cemento contra el pobrerío. “Lo de ayer fue triste y preocupante. Hay miedo a la represión”, decía Edith Espinoza desde Bariloche. Un trozo de carne, un ramillete de acelga o unas frutas multicolores bajo el brazo vistieron la mesa de vaciedades antiguas por un rato. “Esto que pasó es claramente por la ausencia del Estado y las consecuencias entre los que más sufren. Puede haber habido una inicial intención política como puntapié para el desborde pero se sumó una infinita cantidad de gente que está muy mal y a la que movió la oportunidad de sacar un pedazo de carne, un poco de comida, de fruta. Y que por ahí se llevó también el plasma al que de otra manera jamás hubiera podido aspirar”, agregó.
Foto: ANB
Muchos niños y jóvenes entremezclaron sus cuerpos en la irrupción al supermercado. El nene salió corriendo con una pelota y una sonrisa de soles brillantes. El joven rió fuerte con el celular y el plasma entre las manos. Otro, más allá, se subió a la bici reluciente. Por una vez se cobraron el derecho por la fuerza. Saltaron el cerco de la inequidad y rompieron el contraste por cinco minutos. No más. Después, todo volvió a la normalidad. A esa normalidad sin igualdades y con demasiado barro entre los pies.
"Acá en Bariloche se mira siempre para el costado", siguió Edith. "La única respuesta que dieron es instalar fuerzas policiales y gendarmería en las calles".
Bariloche está en orden.
Fte: Agencia de Noticias Pelota de Trapo, 21.12.2012 (la imagen, los enlaces y los resaltados son agregados míos)
EL RINCÓN DE ANAHÍ