Título original: To Be Devoured
Traducción: Juan Ángel de Dios
Idioma original: Inglés
Ilustraciones portada: Pablo Caballo
Año: 2019
Editorial: Dilatado Mentes Editorial (2021)
Género: Novela corta (terror)
Todo lo que se menea, a la cazuela
Con esta tosca apropiación de refrán cañí podría dar por finiquitada la reseña de Ser devorado. Pero no vais a tener esa suerte, no os dejaré a vuestro aire para que exploréis. No, me pienso enrollar un poco. Tranquilas, que tampoco voy a destripar mucho esta novela corta.
Es más, voy a comenzar con una anécdota personal, se me perdone el ombliguismo -¿por qué corréis?-. Cuando era crío tuve varios jilgueros y canarios, recuerdo la peste cuando limpiaba sus jaulas. Creo que haberlos poseído, haberlos obligado a encierro y canto fue uno de mis primeros acercamientos al horror. Gracias a mi afán de tirano, de señor de los pájaros, se alimentó la mitad de los gatos del barrio. Algunas veces amanecían las criaturicas profundamente dormidas (guiño, guiño), otras papá me decía que se habían escapado para buscar novia, no sé yo cómo se busca novia en el cubo de la basura, pero bueno. Pues bien, que sobre mi conciencia pesan sus jaulas y ahora no quiero oír hablar de pájaros reos. ¡Ay, las primeras experiencias infantiles con la parca!, ¡Qué nostalgia! Todo este rollo vintage es para haceros ver que la protagonista de esta novela prefiere pajarracos más grandes, los más gordos que ha parido Gaia, y los quiere libres, para aprender de ellos, para amadrinarlos y para otras delicias relacionadas con lo depravado.
También tenemos un epílogo a cargo de Erica Couto-Ferreira, otra voz más que autorizada en esto de lo escabroso y los apetitos extraños. En dicho epílogo se nos habla con calma del clavo ardiendo al que se aferra Andi, la prota de esta historia, para hallar algo de significado a su caída en picado. Se sostiene ese hierro candente bien a la vista, en alto, para que la sensibilidad de la piara de estómagos acostumbrados a lo insípido, a lo no nutritivo, no pueda negar la evidencia.
El acto de comer no solo sirve para satisfacer la necesidad básica de nutrirse, sino que es una acción transformadora que va más allá del mero "comer para vivir". Lo dijo la sabiduría popular y Feuerbach le dio la razón: somos lo que comemos y de lo que se come se cría.
¿A qué sabe la carne humana?
Esto ya lo preguntó El Loco de la Colina, Jesús Quintero, a uno de los supervivientes del accidente de avión más famoso de la historia y que dio lugar a la consiguiente romantización cinematográfica que es Viven.
Efectivamente, comemos para satisfacer necesidades no biológicas. Nos atiborramos de basura y, claro, después cuesta forzar la máquina del raciocinio para que nos ayude con los problemas de digestión. En Ser devorado se orbita siempre alrededor de ese hambre aparcada en lugares oscuros, de lo difícil que es digerir la realidad y cómo esos ardores y reflujos nos llevan a dejarla por imposible y pasar a otra cosa, a otra cosa cruda.
Nos encontramos a un personaje que se trae una bizarra manualidad entre manos, para qué está haciendo eso, nos preguntamos con la repugnancia hasta el borde de la piscina. La respuesta a nuestra extrañeza no tarda en llegar. La obtenemos cuando la protagonista emerge de ese sótano y toma el coche para ir a ver a una nueva terapeuta. Ahí la narradora demuestra mucha habilidad porque es capaz de ponernos en antecedentes de quién es y qué hace Andi, sobre la que se apoya la narración, en un lugar tan apartado, qué la ha llevado a aislarse. En ese paseo hasta la consulta (veréis al acabar el libro la peculiar decoración de la misma) conocemos bien las obsesiones de Andi que son detonante de lo que luego sucederá. Un inicio hiperconcentrado en el que las claves de lo que se nos viene encima están ya ahí, latentes. No creo que se pudiera hacer de otra forma tratándose de una novela tan breve.
La realidad está sobrevalorada
Ser devorado es un cuento sobre alguien roto que intenta encontrar motivos para juntar sus pedazos, que busca sentidos y símbolos en lugares nuevos, extraños. La norma, la planicie igualadora de la realidad nada tiene que ver con la protagonista de esta obra. Vemos como la acosan la ira y los recuerdos morbosos, como la tragedia ha estado siempre en su vida. Caemos en la historia cuando todo ese pasado difícil de encajar ha hecho aguas y se ha transformado en obsesiones; llegamos justo cuando estas obsesiones están mutando en unos apetitos inefables, en una voracidad que se relaciona con la necesidad de saciarse, de inundarse, de colmarse de algo que pueda traer consigo la sensación de estar viva.
Durante todo este tiempo, me sentía más como la hija de la ira que como la hija de mi madre.
Todo transcurre de forma fulgurante en Ser devorado, la novela se nos hace un suspiro. Pero el fulgor que hay en estas páginas nada tiene que ver con esa pátina de obra hollywoodiense que señala lo podrido pero, al mismo tiempo, le pone vestidos de seda; no, en esta película hay algo que se consume ante nuestros ojos y nos interpela, que nos coge del cuello, nos arranca los párpados y nos dice "mira aquí, no apartes la mirada, esto eres tú, va a suceder, atento". Lo que aquí arde es la duda del qué haría uno mismo si estuviera en la piel de Andi, cuál sería mi hambre o mi cuerda floja.
Necesito que alguien me oriente para llenar el dolor hueco de mi cuerpo. De lo contrario, estaré siempre ávida de ayuda, sin saber cómo pedirla.
Del dolor que no vale un pimiento
Para hacer patente ese dolor, por eso son necesarias historias como esta, que incluyan lo negado, el extremo, todas esas cosas de mujeres histéricas que parecen no tener valor, pero que son la otra parte, la no atendida, la que completa el mundo. Solo así, quizás, consigamos paliar tanta hipocresía y tanta espada.
Lo breve, sus pros y sus contras
Pero la historia, hablamos ahora de los pros, tiene una fuerza especial, una condensación, que puede que también sea fruto de su extensión, que hace que la intensidad de algunos pasajes sea capaz de tumbarte, de dejarte exhausto. Sí, todo pasa muy deprisa, de forma muy explícita, pero eso no impide a la voz narrativa desarrollar los pocos personajes que aparecen en la trama e ir dosificando la tensión hasta que pasa lo que nos tememos que va a pasar.
Mientras que la inmensa mayoría nos obnubilamos, nos entretenemos decorando el yugo con pedrería barata, hay personas que son coherentes con su dolor y su conciencia afilada, con el mundo sin imposturas que esta nos da a conocer. Carrusel y algodón de azúcar o barbarie asilvestrada, he ahí la decisión que debemos tomar. Yo lo tengo clarinete.
Todas las criaturas atadas a la rutina están inmersas en una búsqueda desesperada de algo que nunca encontrarán
Termino ya. Creo que el nombre de Sara Tantlinger me lo apuntaré en el listado de voces que saben de lo cruento. Os recomiendo que paséis por Ser devorado, otro acierto editorial de Dilatando Mentes, porque es una historia en la que un ruiseñor se convierte en un pájaro demente. Picotead, picotead la bandeja de canapés putrefactos, mis queridos zopilotes.
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Imágenes extraídas de Piqsels