Y es que, desde hace ya muchas semanas, los candidatos a estas elecciones generales están en “precampaña” atormentándonos a base de consignas, anuncios, mensajes, advertencias, denuncias, reformas, promesas, prioridades y demás palabrarerías que llevan a la confusión al más centrado. No se puede estar meses y meses, por prensa, radio, televisión e Internet, intentando convencer a los ciudadanos de lo que harán cuando consigan su confianza y de que todos los males son debidos al contrario, enemigo o adversario, gobierne o esté en la oposición, o en ninguna de esas situaciones.
Con Ciudadanos, aparentemente en la cresta de la ola, sucede algo similar, pero aún más confuso y con mayor sensación de desconfianza. No porque sean originariamente catalanes, que también, donde nacieron para hacer política españolista, sino porque si existe posibilidad para un partido bisagra será, con seguridad, con éste, máxime tras la desaparición fulminante de UPyD. No hay más que ver cómo se han comportado en Andalucía y Madrid, apoyando derechas e izquierdas. Los fans -porque ya no hay seguidores ni militantes sino fans- de Albert Rivera parecen seducidos por su imagen limpia, moderna y modosita, como si fuera el último artilugio que la propaganda exhibe en electrónica o telefonía. Es decir, lo consumen porque es lo último en el mercado del voto, sin importar programa, lo que represente o prometa. Es un líder joven que, aunque tiene sus tics, habla bien y comunica cosas razonables, si no se para uno a analizar en detalle. Está atrayendo a todos los desencantados a diestra y siniestra.