¿Se puede escribir la historia del rock sin nombrar a Wanda Jackson, Love o Captain Beefheart, la de la literatura sin Alistair McLeod o Anna Ajmátova, la de la pintura sin las flores de Martin Johnson Heade o Georgia O'Keeffe? Pudiera parecer que no, pero si el intento fuese obra de Jostein Gardeer, autor de El mundo de Sofía, ese libro que resumía la historria de la filosofía para todos los públicos y que si llegabas a 1996 sin haberlo leído, y recomendado, te convertía en el mismo ignorante que quien no hizo después lo propio con El código Da Vinci o la trilogía Millenium, si la firma fuese la del profesor noruego, las posibilidades de que no apareciesen dependerían de su gusto o intención. Como aseveración baste decir que en aquellas más de 600 páginas, no un manejable estudio de bolsillo, era capaz de no trascribir ni media palabra de Lucáks, Wittgenstein, Cioran, el antropólogo Lévi-Strauss o Schopenhauer -echas un vistazo al índice onomástico, te informas del volumen de ediciones y ventas, y te da un pasmo y como advertencia para quien, preocupado por entender la evolución del conocimiento y del obrar humano, tecleé la palabra clave en la wiki: se topará con sorpresas similares-. En fin, que la historia no es lo que pasó, sino lo que te cuenten mañana. Y si resultaría asombroso la falta de cualesquiera de ellos en sus respectivas enciclopedias, la de Arthur Schopenhauer, ahora que se cumplen 150 años de su fallecimiento (acaeció el 21 de septiembre de 1860 en Frankfurt am Main), un aniversario de número tan válido como el 513 que el pasado día 17 el eterno aspirante Rajoy le llevó a visitar Melilla y conmemorar la toma de la plaza por las tropas del duque de Medina-Sidonia, es además una insensatez, tan vivos como están hoy, y necesarios como son, sus pensamientos.
Procedente de una familia acomodada de Danzig, donde nació en 1788, a Schopenhauer se le recuerda hosco, rudo, sarcástico, bendecidor de la ociosidad y del concienciado cautiverio de Cervantes, insobornable, cabezón en sentidos literal e ideal, misógino y misántropo (“La esposa y los hijos son una carga; los amigos o nos traicionan son unos pesados”), excelente prosista de la lengua alemana, de claras exposiciones, admirador de Platón e Immanuel Kant, del brahmanismo y el budismo, a su juicio religiones más cercanas al cristianismo que el judaísmo, inclinaciones que no le impedían advertir de la improbable existencia de un Dios Todopoderoso, ensalzado por autores tan fuera de toda sospecha literaria como Borges y que cuando alcanzó el reconocimiento por su libro Parerga y paralipómena ya era un sexagenario de vida apacible y recluida (lo publicó en 1851), convencido de que su obra capital la había escrito mucho antes (El mundo como voluntad y representación, 1818). Polémico, fue también perdedor del pulso que le hecho a Hegel, su rival en el raciocinio: cuando ambos ejercían la enseñanza en la Universidad de Berlin, hoy Universidad de Humboldt, Schopenhauer hizo coincidir el horario de sus dictados sin ningún éxito en el intento de dejar sin alumnos al popular metafísico, un duelo que sin duda le humaniza.
Extraer algunas sentencias de rotunda conclusión entre los ensayos y aforismos de su obra de madurez, es bien sencillo, tantas como tiene, y que aquí abrevio:
- Querer es esencialmente sufrir, y como vivir es querer, toda vida es por esencia dolor.
- No hay más que tres resortes fundamentales de las acciones humanas: el egoísmo, la perversidad y la conmiseración.
- El Estado no es más que el bozal que tiene por objeto volver inofensivo a ese animal carnívoro que es el hombre y hacer que tenga el aspecto de un herbívoro .
- La vida de cualquier animal me ensancha el corazón. Por el contrario, la vista de los hombres enciende casi siempre en mi una aversión muy señalada
- Para leer lo bueno no es necesario leer lo malo, pues la vida es corta y el tiempo y las fuerzas son limitadas.
Todo un pesimista, pero lúcido, capaz de resumir en tres las condiciones fundamentales que nos diferencian: lo que uno es, lo que uno tiene y lo que uno representa, de calificar la Historia Universal pasada y futura como una historia de las convulsiones, los errores y los padecimientos de la especie humana y de que este mundo es el peor de los posibles siendo la vida una condena de la que sólo nos libra la muerte,
Se podrá estar en desacuerdo con sus principios, pero si la filosofía la entendemos como la forma de expresar con sencillez lo que pensamos y observamos, la ordenación y escritura de nuestras ideas y procesos de asimilación, Schopenhauer es un maestro. Siglo y medio después de su muerte no es el más actual de los filósofos porque la historia no es lo que pasó, sino lo que te quieren contar hoy del ayer, de cuando el último de los romanticos puso en solfa todo el Sistema.
En 1920, cuando Danzig se constituyó en una Ciudad-Estado, autonomía que terminó en 1939 ante la reivindicación irredentista de Hitler, su figura era tan grande y admirada que fue impresa en los billetes de ¡500 millones de marcos! Tiempos de hiperinflación, de la fagocitosis capitalista de la figura del doctor. En 1960, en una conferencia que honraba la memoria de Schopenhauer, Max Horkheimer concluyó que “no existe ningún pensamiento que los tiempos necesiten más ni que pese a toda su desesperanza – y por manifestarla-, sepa más de esperanzas que el suyo”. (No busquen a Horkheimer en El mundo de Sofía: tampoco se le menciona.) En 2010, lees al admirable Schopenhauer y, si creías que te han tocado vivir tiempos confusos, descubres que siempre fue igual, que 150 años no son nada.
Billete con la efigie de Schopenhauer