Lorenzo Scupoli, Combate espiritual, Venecia 1589.
Un acercamiento a un clásico de la espiritualidad que recomendaba el mismo san Francisco de Sales
Agonía (ἀγωνία) de Cristo en Getsemaní
(ἀγών significa 'lucha')
1 - El autor
Lorenzo Scupoli nació alrededor de 1530 en Otranto. En 1569 ingresó en los Clérigos Regulares, orden fundada en por 1524 san Cayetano de Thiene (1480-1547) junto con el obispo Juan Pedro Caraffa (1476-1559), futuro papa Pablo IV. Tras ingresar en la orden de los teatinos, pasaron varios años hasta que recibió la ordenación sacerdotal, concretamente en el año 1577. Scupoli murió en 1610 en la misma ciudad que su padre fundador: Nápoles. Hasta ese momento, la vida de nuestro autor puede recorrerse fijando la mirada en unos jalones que no señalan precisamente el camino del éxito: una vida oculta y anónima que hace que «hasta el más sagaz y paciente de los investigadores sea capaz de desanimarse si se propone indagar y escribir sobre la vida de Lorenzo Scupoli», según las palabras del estudioso teatino Bartolomé Mas. Y este es dato curioso, dado que en pleno siglo XVI, y ante la crisis protestante, gran número de teatinos fue protagonista de la reforma católica en Italia. De hecho, el maestro de Scupoli fue san Andrés Avelino (1521-1608), quien hubo de abandonar su cargo de maestro de novicios cuando en 1573 fue destinado a Milán para unirse con los compañeros de san Carlos Borromeo ayudando a éste en la reforma eclesiástica postridentina. Y aún hay más: la vida de Scupoli, además de oculta y anónima, fue una vida humillada, pues a los quince años de ingresar en la orden, concretamente en 1585, fue condenado en el Capítulo general, suspendido a divinis y llevado a Venecia para ser encarcelado durante un año. Nadie sabe el motivo ni el supuesto «delito», cuyo esclarecimiento no se ve favorecido en absoluto ante la regla capitular vigente entonces entre los teatinos de quemar anualmente toda acta o proceso efectuado en contra de cualquier religioso. En 1588, reexaminada la sentencia, la condena fue de nuevo ratificada, y esto durante nada menos que veinticinco años: «sólo se verá libre de ella poco antes de su muerte».
2 - La obra: Combate espiritual
No es extraño, pues, que en 1589, año en que se publica nuestra obra, Scupoli mantuviese el anonimato y la publicase con portada en la que se lee: «Combattimento / spirituale / Ordinato / da un servo di Dio. / Con Privilegi, / In Venetia, apresso i Gioliti, 1589». Las palabras iniciales de esta primera edición, dirigidas a una también anónima hermana en Cristo, rezan así:
«Queriendo, como quieres, amadísima hermana en Cristo, conseguir la corona de la perfección, te es necesario combatir generosamente para vencerte a ti misma, y las pasiones que te impiden la carrera hacia tan gloriosa vistoria. Y yo, pues que así de mí lo quieres, voy a enseñarte ahora el modo, y a darte las armas, con que puedas ejercitarte en esta espiritual batalla».El libro sí tendrá buena acogida (tanta que Jean Pierre Camus, amigo de san Francisco de Sales −y éste mismo− conocieron en persona al propio autor, cuyo 'anonimato' ya no era tal [1], y le describían en su lengua francesa como «un saint personnage», hasta el punto que el mismo san Francisco de Sales asegura haber llevado durante dieciocho años seguidos en su bolsillo esta joya redactada por Scupoli) [2]. Todo ello propició sucesivas ediciones, que contaban cada vez con más capítulos... Dejo ahora de lado este proceso de redacción y de editorial, que el padre Bartolomé Mas explica amenamente en la Introdución de la edición que manejo [3], para detenerme en la idea fundamental de la obra así como en algunas breves citas de su contenido. La idea fundamental viene dada por la definición ya clásica de la obra de Scupoli: se trata de un auténtico curso de estrategia espiritual. 'Estrategia', sí, palabra ésta de honda carga, pues supone una clara vinculación con los términos lucha y combate. No en vano, admás del título original, la versión griega de la obra, debida a un monje del Monte Athos −Nicodemo Hagiorita, † 1809−, y traducida al ruso por el conocido autor Teófano el Recluso († 1894), lleva el título de Aóratos Pólemos, es decir «Guerra Invisible». Y es justo aquí donde se da un aspecto clave en la espiritualidad católica del siglo XVI que bien convendría que muchos católicos de hoy tuvieran bien presente: me refiero a los católico-fideístas, a los que consuman el último acto de su sesera justo antes de dar el paso de creer; me refiero a esos para los que la más que luminosa encíclica de un tal Juan Pablo II, titulada Fides et ratio (Fe y razón, para los de la ESO), bien podría haber recortado de su título la pésima y onerosa segunda palabra que tanto les obliga a pensar. Pido ahora prestadas las palabras al padre Mas:
«El gran combate se da sobre todo en torno a la voluntad, que en el hombre es la potencia dominante, la reina de todas las demás potencias y facultades [...]: bien ordenada la voluntad, queda ordenada toda la persona.[...] Scupoli había recibido y madurado su formación teológica en pleno siglo XVI. La doctrina católica, reafirmada por el concilio de Trento contra los seguidores del autor De servo arbitrio, se oponía fuertemente al aserto luterano de que el arbitrio es una palabra vana, res de solo titulo, titulus sine re.Scupoli jamás entra en polémica directa contra nadie. Pero sus afirmaciones sobre la libertad de nuestra voluntad son tan claras y enérgicas, que difícilmente podrán hallarse otras semejantes en controversistas católicos contemporáneos suyos».Así, Scupoli afirma:
«Dios ha dotado a nuestra voluntad de tal fuerza y libertad, que, aunque todos los sentidos, con todos los demonios y el mundo entero, se armasen y conjurasen contra ella, atacándola y acosándola con todas sus fuerzas, ella puede, a pesar de todo, y a despecho de todos, querer o no querer, con absoluta libertad, todo lo que quiere o no quiere, y todas las veces, y todo el tiempo y en el modo y para el fin que ella quiere [Capítulo 14]».Nótese que no se trata de voluntarismo o de autosalvación por puños, dado que las palabras de Scupoli, como es lógico, atribuyen a solo Dios el origen de la voluntad humana creada por Él. De hecho, para quien haya retenido en su memoria las palabras del Evangelio, Scupoli se basa claramente en palabras del propio Jesús nuestro Señor, cuando dice: «Si quieres ser perfecto, etcétera (Mt 19, 21)»; y también: «Si alguno quiere venir en pos de mí, etcétera (Lc 9, 23)». Libre opción por la santidad y gracia divina injertada en una voluntad bien dispuesta: sensato, ¿no? Y digo que no se trata de voluntarismo porque ya el propio Scupoli comienza señalando en el mismísimo primer capítulo de su obra cuatro armas imprescindibles: la desconfianza de sí mismo; la confianza en Dios; el ejercicio; la oración. Cuatro 'armas' que darán la estructura interna de todo el tratado.
Influencias
Asombrará a quien esto lea la cantidad de santos y tantísima gente de verdadera devoción a quien el Combate ha ayudado como verdadera guía espiritual. La lista pasma: Jean Pierre Camus, amigo de san Francisco de Sales; el propio obispo de Ginebra; Pierre de Bérulle; san Andrés Avelino; santa Juana Francisca de Chantal; la sierva de Dios Mary Ward; san Pablo de la Cruz; Carlos Tomasi de Lampedusa y su sobrino, san José María Tomasi; el venerable Louis María Baudouin; Fenelón; Pascal; el siervo de Dios Pedro José Triest; Nicodemo Hagiorita; Teófanes el recluso; E. B. Pusey, quien lo introdujo en el Movimiento de Oxford; Jacques Maritain...
Conclusión
En fin, se nos presenta una sana y optimista antropología cristiana (lo siento mucho, señor Lutero), un bello ascetismo del amor puro, devoción al divino amore, cuyo norte es la sequela Christi: cristocentrismo y centralidad de Jesús, el «divino Capitán, en cuyo honor combatimos». Así, para acabar, y ya que se acerca el tiempo de la Semana Santa, tomo una cita del Capítulo 51, Sentimientos que se pueden obtener de la meditación de la pasión de Cristo. Creo que en la cita que escojo se aglutinan de algún modo tanto los momentos de meditación dolorosa de la Pasión como los de alegría y admiración de la Resurrección, pues buen aprecio tengo al axioma que reza: tan Pascua es el Viernes de Pasión como el Domingo de Resurrección. Bien, allá va la cita (la negrita es mía):
«Y si el alma, conmovida por su amado Jesús, sigue avanzando con el pensamiento [al meditar], verá que puede compadecerse de él por penas gravísimas, no sólo a causa de los pecados cometidos, sino también por los que jamás llegaron a cometerse, pues, sin duda, nuestro Señor, con el precio infinito de sus sufrimientos, nos consiguió el perdón de unos y la preservación de los otros».Hala, a leer.
NOTAS
[1] L. Rolfo, San Francesco di Sales. Tutte le lettere I, San Paolo, Roma 1967, 887, carta del 24 de julio de 1607 a la baronesa de Chantal. Cfr. la edición francesa: Lettres III, Annency 1904, 304, donde se corrige el error de transcripción de L. Rolfo, «otto anni» por «dix huit ans».
[2] Aún así, la obra no se publicó bajo la autoría de Lorenzo Scupoli hasta después de la muerte de éste, curiosamente veintiún días después. [3] Lorenzo Scupoli, Combate espiritual, San Pablo, Madrid 1996; traducción de José Antonio Pérez Sánchez.