No sé si la noche del 22 al 23 de agosto hubo una conjunción astral o mis hijos hablaron entre ellos y se pusieron de acuerdo para darme una sorpresa de cumpleaños relacionada con el sueño, la cuestión es que aquella noche pasaron dos cosas muy raras. La primera, que Bebé batió su récord personal y superó las 5h 30 min de sueño ininterrumpido (marca que no ha vuelto a repetir, que le vamos a hacer…). La segunda, objeto de este post, que mi hijo mayor puso punto y final a casi dos años de colecho.
¿Qué pasó? Pues ya digo que debió ser una conjunción astral o similar porque Mayor no había dado señales hasta el momento de querer dormir en su cama y en su cuarto. Alguna vez, muy de pasada, le habíamos hecho referencia a esta posibilidad pero hubiera jurado que le había entrado por un oído y le había salido por el otro y, desde luego, hacía muchas semanas que no le habíamos comentado nada.
Sí que es cierto que ya en los últimos meses, de vez en cuando, se había ido él solito a nuestra cama a dormir y sin compañía de nadie se había quedado frito. Para mi aquello era un signo claro de que ya no necesitaba nuestra presencia para dormirse y probablemente tampoco para mantenerlo, pues aquel radar que tenía que le hacía abrir los ojos de par en par en cuanto yo movía un músculo hacía tiempo que no funcionaba bien. Pero, vamos, de ahí a que se fuera a su cuarto…
Fuera como fuera, aquella noche dijo algo así como: vamos a la camita pequeña. Pensamos que era coña. De hecho, estuvimos a punto de decirle que no, porque lo que queríamos era que se durmiera ya, puesto que era tarde, y no empezar un baile de voy y vengo para terminar colechando como siempre. Pero tras unos minutos de indecisión, decidí llevármelo allí, tumbarme con él, enceder unas lamparitas quitamiedos, ponerle su botellita de agua y explicarle que su camita era súper especial de niños mayores con unas sábanas megachulas de marcianitos y que estaba muy contenta y muy orgullosa de él. No tardó en dormirse ni 10 minutos.
Hubiera podido ser sólo un amago, una prueba de independencia, pero no, aquella noche el colecho llegó a su fin. Todas las noches se va a su camita tranquilamente sin poner pega ninguna y se duerme igual de rápido que antes y casi siempre sin nuestra presencia. Si se despierta y necesita algo, llama a su padre, lo cual ha sucedido pocas veces, sigue durmiendo las mismas horas y por las mañanas o bien nos llama o bien se baja y viene a vernos.
Yo me he quedado un poco huérfana. Como ya he dicho en otras ocasiones, tenía ganas de que se independizara porque por motivos organizativos me parecía más práctico para todos, empezando por él. Pero reconozco que las primeras noches se ha hecho muy raro y ahora cuando me levanto por la mañana y le veo durmiendo en su cama me parece taaaaan mayor que miro a su hermano y me da pena comprobar lo rápido que se nos escapa la infancia de nuestros hijos. Ñoñerias mías, quizá.
Desde luego que no hay nada como dejar fluir las cosas. Durmió solo mientras quiso, durmió acompañado mientras lo necesitó y se ha independizado cuando lo ha decidido el mismo, sin sufrimiento, sin una lágrima, y como un gran orgullo para su autoestima de niño mayor. Para que luego digan…