Se acabó la papilla, se acabó la ofuscación

Por Sandra @sandraferrerv
A veces tenemos la teoría clarísima; perfectamente apredida; tanto, que hasta nos atrevemos a dar consejos por pensar que lo hacemos perfecto. Pero a veces no es así. Hace unos meses que empecé a introducirle diferentes papillas a mi pequeña foquita por aquello de que tenía que empezar a probar la comida.
Los cereales: Se me secaron en el bote y tuve que tirar una suerte de bloque de cemento que bien podría haber servido como la primera piedra del chalet que nunca tendré.
La fruta: uf! La fruta. Es que parece que lo sepa. Vamos, que no.
La verdura: bueno, tira que te vas. Hemos aguantado unos meses engañándola. Eso sí, sólo si era judía verde con huevo y/o pollo. El bistec y el pescado, nada más olerlo, la boca cerrada y la cara como un retrato egipcio. Vamos que si se gira más da la vuelta entera a lo Niña del Exoscista.
La cosa ha ido degenerando hasta que el sábado por la noche se cuadró y dijo que no a nada. Un berrinche que seguro que desde vuestras casas lo oísteis. Yo nerviosa, la niña gritando y mi bebé gigante mirando para otro lado, seguro que pensando, no vaya a recibir yo también.
Mira que la enfermera de pediatría, que es un sol, ya me dijo que las papillas eran simplemente para provar que toleraba los alimentos; mira que toma lactancia materna; mira que estilizada no está, precisamente. Pues yo, que siempre voy por ahí diciendo que se les ha de dejar a su aire en el tema de la comida entré en un círculo vicioso de ofuscamiento total.
Suerte de mi madre (a veces me olvido que la iaia fue mamá antes que abuela) me suelta ayer paseando: “¿y por qué no le das lo mismo pero a trocitos? Total, con la leche tuya ya va bien servida...” Olé. A eso se le llama un buen consejo a tiempo. De hecho hacía días que mi pequeña foquita, como siempre está sentada en mi regazo mientras yo como, me pillaba garbanzos, algún que otro lazo de pasta, hasta un trozo de piza.
En fin, que desde ayer que le pongo un platito con cuatro trocitos de patata, judía, zanahoria, pollo... o lo que sea que le toque. Coje hasta el tenedor. Con gran estilo, sí señor. Come muy poquito, es verdad, pero por ahora tiene mi leche y lo sólido es para ir haciendo práctica. Así que ahora comemos tranquilamente, ella contenta, sin necesidad de estar en mi regazo, y yo más tranquila.
Explico todo esto porque, como decía al principio, a veces es necesario, ante una adversidad con nuestros hijos, parar, respirar hondo, mirar el paisaje y escuchar, atentamente, las voces de otros que muchas veces tienen más razón que nosotras mismas.