Casualmente, la llegada de estas fechas para mí tiene además otro significado; vuelvo a casa y esta vez parece que para quedarme.
Cuando vives fuera, tus amigos se convierten en tu familia: un amigo es tan importante en una tarde de aburrimiento como lo son sus abrazos en un día malo; compartes muchas cosas y ahora toca decirles adiós; o tal vez hasta luego. Lleno las cajas de la mudanza y se me vienen a la mente las sonrisas por los buenos momentos y los escalofríos por los no tan buenos; al fin y al cabo estoy empaquetando gran parte de lo que ha sido mi vida estos últimos años. De todas formas, algo me dice, que no son las últimas cajas que hago.Recuerdo Navidades anteriores en esta ciudad, recuerdo las fiestas navideñas más surrealistas jamás organizadas en una residencia de estudiantes y la ausencia completa de fiesta el año del Master. Aquí dejo muchas cosas, amigos ganados y perdidos, mil y un historias para no dormir y la duda de saber si exprimí a fondo cada minuto vivido, o si tiré mis horas y mi esfuerzo por la ventana estudiando y trabajando para lucir un currículum que está visto a nadie interesa; a veces también me pregunto si me interesa a mí. A lo largo de estas semanas los más afortunados vuelven a sus casas con sus familias vibrantes de ilusión, para volver tras las fiestas quejándose por el excesivo control que supone vivir con los padres al cual, ya se han deshabituado. Los menos, se quedarán aquí y harán todo lo posible por buscar la compañía de los amigos evitando estar solos; echan de menos a sus padres. Los últimos días antes de volver son una locura, apenas hay tiempo para pensar y cuando lo encuentras, no sabes que pensar: hacer cajas, cerrar la cuenta del banco, quedar con todos tus amigos, vender los muebles, comprar los regalos. Intentas pensar en lo que dejas pero las obligaciones prácticas te invaden por completo, de la misma manera que cuando llegas a casa una avalancha de padres, amigos, recados y un calendario de eventos no te deja tiempo ni para la añoranza ni para asumir que has aterrizado. Creo que el siete de enero eclosionará el universo.
Me gusta la Navidad, es una época curiosa. Vivo en Estrasburgo donde se vanaglorian de ser la “Capital Europea de la Navidad” y la verdad es que aquí se vive de una manera diferente. Durante cinco semanas las calles se llenan de luces, adornos, lazos y peluches en las fachadas; cada plaza de la ciudad está tomada por un mercadillo y el empalagoso olor del vino caliente lo inunda todo, es una locura, como en un cuento. Navidades son muchas cosas: para unos, religión y para otros, tradición, familia y soledad, viajes de ida y viajes de vuelta y para la mayoría un inevitable balance del año.