Alguno, con las prisas, olvidó el abrigo en la percha del fondo y el estuche en la cajonera, da la vuelta, arremete contra el resto -cinco de la tarde, las cinco- se abre paso a codazos para llegar antes de que la profesora cierre definitivamente por hoy la puerta de la clase. Que a estos, sí, no les importa hacer los deberes, aprender una poesía, leer un cuento. Ya vendrán tiempos peores de obscena Secundaria para protestar y rebatir que no, que la culpa de que no haga los deberes es tuya, profe -me decía aquel, al fondo a la izquierda-, que es tu deber lograr que los haga.
Pobre, lastimoso ese, que piensa que el deber del profesor no es luchar contra la ignorancia, sino contra su ausencia de curiosidad...