Por eso no quiso mirar atrás cuando se despidió de sus padres e ignoró el sabor salado de las lágrimas con las que sellaron aquél nocivo acuerdo: “Todo lo que poseemos a cambio de un pasaje para el sueño de nuestro hijo”.
Pero nadie se prepara lo suficiente para vivir una experiencia tan dramática como la vivida en aquella dantesca travesía de la muerte; el mar se le antojó entonces un inmenso ataúd azul cargado de cadáveres.Hoy, junto al mar, su imagen se perpetúa en el tiempo como una esfinge tallada de ébano; resiste el día a día de la indiferencia siempre al margen de la ciudad. Los turistas se hacen fotos junto a él, como reliquia viviente de un pasado reciente. Hay días que permanece con los ojos cerrados durante horas; la realidad le sobrecoge; aún no ha conseguido dejar de sufrir de soledad y aislamiento. Aunque vive en la derrota, no se siente derrotado, pues “el soñador de ciudades” se niega a abdicar de su sueño.Texto: María Isabel Machín García