La manifestación del 11 de septiembre de 2012 tiene que servir al menos para hacer reflexionar a todos. Es innegable que una gran parte de la sociedad catalana está harta.
Los catalanes están hartos de estar pagando la fiesta y recibir a cambio insultos y desprecio de una parte del país.
Nadie quiere estar en un club en el que no es bienvenido y encima le cuesta un ojo de la cara: 16.000 millones de déficit suficientes para evitar el cierre de hospitales y escuelas.
Catalunya es solidaria pero no está dispuesta a que la solidaridad le cueste el porvenir de su sociedad mientras otras regiones despilfarran el dinero en obras faraónicas y subsidios a granel.
La mayoría de la sociedad catalana estaría encantada de formar parte de España siempre que se les respete y se les acepte con su sentimiento nacional.
En cambio las declaraciones de políticos como los presidentes de Extremadura y Galicia sólo sirven para distanciar más a la sociedad catalana del resto de España.
Tanto cuesta de entender que un ciudadano catalán, vasco o gallego pueda tener el mismo sentimiento por su bandera que el que tiene cualquier español por la bandera española?
Pero Catalunya debe entender que existe una Cataluña que también debe ser respetada
Desgraciadamente en Catalunya también existe parte de la sociedad que, como consecuencia del odio percibido de personajes como Monago (presidente de Extremadura), no se muestran tolerantes con la sociedad catalana de sentimiento español.
No es de recibo que a una persona que lleva la Senyera se le denomine nacionalista y a la persona de Barcelona o Girona que sale a celebrar el triunfo de la selección española se le tache de facha.
No se puede tratar distintamente a una persona que lleva la pegatina de burro catalán que a uno que lleva el toro de Osborne.
Todos debemos aceptar que en Catalunya convive una sociedad plural y que los insultos de unos y otros sólo sirven para extremar posturas y hacer desaparecer el ambiente de concordia del que llevamos disfrutando tantos años los catalanes.