Tendría que retomar la sana costumbre de escribir. Escribir es darle salida a las emociones del alma y a las intelectuales.
Otras veces se escribe para entretener o para tejer una historia: real o imaginaria. Este blog ha dado tantas vueltas temáticas que nunca se sabe lo que van a parir mis dedos. Pero aquí seguimos: con distinto objetivo o el mismo; en ocasiones, perdida; en otras, en un cruce de caminos; a veces, en la cima; también, comiendo el barro.
Las personas nos empeñamos en ser originales, en intentar aportar algo que nadie más lo ofrezca, olvidándonos de ser uno mismo. Pienso que a veces ni uno mismo sabe quién es y es fácil confundir a aquel que camina a tu lado o que caminó en algún momento de tu vida. Lo único constante es el cambio, – ya, sé que no es mía la frase-, pero seguimos sin ser agua, sin ser contenido que se adapte al continente. Es difícil adaptarse a otros, a los vaivenes emocionales de un segundo si no somos capaces de adaptarnos a los nuestros. Y hay que sobrevivir. Sobrevivir a los cambios, a las mutaciones, a las mudas de piel.
No intentes comprender, simplemente siente. Acéptame como soy: como ser imperfecto dentro de un mundo corrupto, lleno de falsas expectativas, rebosante de envidias, de sentimientos pasajeros y superficiales, de contactos de conveniencia, de amores en las buenas, de querer vivir una vida de apariencia o de amistades con fecha de caducidad.
Siente. Y si lo que sientes es reconfortante, sigue adelante: que te cambie el semblante; que seas capaz de sonreír con la mirada, con el alma, con el cuerpo, con la actitud… No seas fachada. No vayas de duro. Que tu palabra favorita no sea un “nunca más” ni que marquen tus pasos las opiniones de los demás. Sé libre, pero de verdad.