600 Millas (México-EU, 2015), de Gabriel Ripstein. La opera prima de Gabriel Ripstein no muestra, por ningún lado, influencia de su señor padre Arturo y para bien. Estamos ante un emocionante thriller bien escrito, mejor actuado y con una espléndida fotografía de Alain Marcoen. Mi crítica en el Primera Fila del Reforma del viernes pasado.
La Vida de Alguien (Argentina, 2015), de Ezequiel Acuña. Guille (Santiago Pedrero) fue parte de una banda hace diez años y, ahora, una firma musical está interesada en sacar a la luz un disco que Guille y sus compañeros dejaron inédito. Como la razón de que la banda se disolviera fue la desaparición de uno de sus integrantes, el hecho de que el resto de la banda se reúna revive los sueños pero también las diferencias y tensiones de hace una década. A esto habría que agregar un nuevo ingrediente: la bella voz y la atractiva presencia de Luciana (Aislín Salas), la nueva solista del revivido grupo.
Un palomero melodrama musical melancólico que, leyendo las críticas de los colegas argentinos, gustó bastante en su país de origen. A saber por qué.
Dulces Sueños, Mamá (Ich seh, Ich seh, Austria, 2014), de Severin Fiala y Veronika Franz. Una mujer delgada, casi esquelética, con todo su rostro vendado, regresa a su casa, que se encuentra en las afueras de un pueblo casi desierto, al lado de un precioso lago y un espeso bosque. En la casa están sus dos hijos de 9 años, los gemelos Lukas y Elias (los hermanos gemelos Lukas y Elias Schwarz), quienes reciben con cierta distancia a su madre. Es claro que hay algo raro en el ambiente, algo que sucedió en el pasado reciente y que flota, ominoso, entre la mujer (Susanne Wuest), una famosa conductora televisiva, y sus dos hijos quienes, de hecho, empiezan a sospechar que esa mujer vendada del rostro no es su verdadera mamá.
Producido por el autor austriaco ya consolidado Ulrich Seild, el segundo largometraje -primero de ficción- de Veronika Franz y Severian Fiala (mujer y sobrino de Seidl, nada menos) inicia como un frío y contenido estudio de las dinámicas familiares -la madre distante y autoritaria, los hijos curiosos y rebeldes- para convertirse, en la última media hora, en otra cosa muy diferente, no sé todavía sí mejor, pero sí diferente. Hay una vuelta de tuerca dizque sorpresiva que, en realidad, es bastante obvia pero esto es lo de menos: aunque uno adivine lo que sucederá al final yo, por lo menos, no estaba preparado para lo que Fiala y Franz nos muestran en la pantalla. Y no creo, tampoco, que usted lo esté.