El Juicio de Viviane Amsalem (Gett, Israel-Francia-Alemania, 2014), de Ronit y Schlomi Elkabetz. El tercer largometraje de los hermanos Elkabetz es un desesperante drama de juzgado que se desarrolla a lo largo de varios años en el interior de un juzgado civil-religioso, pues en Israel el divorcio lo deciden los rabinos. La protagonista y codirectora Ronit Elkabetz está espléndida atrás y frente a la cámara. De lo mejor que vi el año pasado, como lo anoté en su momento en esta lista. Mi crítica en el Primera Fila de Reforma del viernes pasado.
Moebius (Moebiuseu, Corea del Sur, 2013), de Ki-duk Kim. Después de ese horror cinematográfico que fue Arirang (2011), me había prometido no volver a ver otra cinta de Kim, a menos que me pagaran por hacerlo. Falté a mi promesa y ahí te voy. Como en el caso de Arirang, no terminé de verla. Eso me pasa por no ser hombre de palabra.
Caníbal (España-Rumania-Rusia-Francia, 2013), de Manuel Martín Cuenca. Vista hace año y medio en La Habana 2013, ha llegado a las salas de la ciudad de México el más reciente largometraje de Manuel Martín Cuenca, cuya carrera es prácticamente inédita en este lado del charco. Ante de la visita de este filme, acaso habría que ir a revisar sus anteriores películas. Carlos (mesurado Antonio de la Torre) es el mejor sastre de Granada. Un tipo solitario, silencioso, profesional. En algún momento alguien le dice que es de “los tíos que les gusta ver”. Y, en efecto, le gusta ver. O, mejor dicho, estudiar a su presa. Luego, cazarla. Y después, comérsela. En efecto, Carlos es el caníbal del título a quien vemos, en la secuencia inicia, ejecutar con precisión su modus operandi.No hay una sola escena de violencia gráfica en el filme –todo sucede fuera de cuadro o en los intersticios narrativos- pero tampoco es necesario: basta ver cómo guisa sus filetitos de cristiano que engulle con toda parsimonia, acompañado de una buena copa de vino tinto, para sentirnos un poco mal.La rutina perfecta de Carlos se rompe cuando se involucra con una vecina rumana y “masajista” llamada Alexandra, y, después con su hermana Nina (las dos, bien interpretadas por la guapa Olimpia Melinte), por quien empieza a sentir algo nuevo para él. No es que no quiera comérsela. El problema es que también quiere algo más de ella. Recuerdo que vi esta película en el cine Riviera de La Habana, con un público cinéfilo isleño común y corriente –el público festivalero estaba rumbo a la ceremonia de inauguración, chismes a los que siempre evito ir-, lo que resultó un plus. Los habaneros comentaban a voz en cuello, gritaban asombrados, reían de manera nerviosa, le advertían a algún personaje que no fuera para allá, etcétera. Todo un espectáculo aparte.A la distancia, no estoy seguro que me haya convencido del todo el desenlace, pero la cinta merece la revisión –el nivel de suspenso creado llega a resultar insoportable- y en cuanto a su director, Manuel Martín Cuenca, no hay que perderlo de vista e, insisto, acaso habría que ver lo que ha hecho antes de esta película.