Pues este primer fin de semana después del año nuevo no quise saber mucho. Sólo vi J. Edgar (Ídem, EU, 2011), el trigésimo-segundo largometraje de Clint Eastwood que no es, ni de lejos, el desastre que algunos dicen. Mi crítica está publicada en el Primera Fila del Reforma del viernes pasado pero quiero rescatar aquí un par de argumentos. Por una parte, Eastwood ha tomado el camino complicado de no vapulear facilonamente al fundador y director durante medio siglo del FIB J. Edgar Hoover (un espléndido Leonardo DiCaprio), sino de mostrar el contexto socio-político-policial en que se hizo del poder durante los gobiernos de ocho presidentes de la República. Es decir, señalar claramente la paradoja política/moral de que Estados Unidos necesitó en cierto momento a alguien como Hoover pero que, también, ya en otro momento, necesitaba librarse de él. Eastwood -y su oscareado guionista, el activista gay Dustin Lance Black- no tienen empacho, por otra parte, en mostrarnos a Hoover como ese patético homosexual semi-enclosetado y reprimido que destestaba/gozaba de los pecados sexuales de sus muchos adversarios políticos: King, Kennedy, la señora Roosevelt, et al. Después -o antes- de ver J. Edgar recomiendo revisar Contra el Imperio del Crimen ("G" Men, William Keighley, 1935), dinámica glorificación del naciente FBI: el perfecto programa doble. PS. Eso sí, no se puede negar que el trabajo de maquillaje va de lo pasable a lo risible, como el caso del avejentamiento del Armie Hammer, quien encarna al amado-amante gay de toda la vida de Hoover. Hammer no parece anciano sino un ser deforme de rostro casi chamuscado.
Pues este primer fin de semana después del año nuevo no quise saber mucho. Sólo vi J. Edgar (Ídem, EU, 2011), el trigésimo-segundo largometraje de Clint Eastwood que no es, ni de lejos, el desastre que algunos dicen. Mi crítica está publicada en el Primera Fila del Reforma del viernes pasado pero quiero rescatar aquí un par de argumentos. Por una parte, Eastwood ha tomado el camino complicado de no vapulear facilonamente al fundador y director durante medio siglo del FIB J. Edgar Hoover (un espléndido Leonardo DiCaprio), sino de mostrar el contexto socio-político-policial en que se hizo del poder durante los gobiernos de ocho presidentes de la República. Es decir, señalar claramente la paradoja política/moral de que Estados Unidos necesitó en cierto momento a alguien como Hoover pero que, también, ya en otro momento, necesitaba librarse de él. Eastwood -y su oscareado guionista, el activista gay Dustin Lance Black- no tienen empacho, por otra parte, en mostrarnos a Hoover como ese patético homosexual semi-enclosetado y reprimido que destestaba/gozaba de los pecados sexuales de sus muchos adversarios políticos: King, Kennedy, la señora Roosevelt, et al. Después -o antes- de ver J. Edgar recomiendo revisar Contra el Imperio del Crimen ("G" Men, William Keighley, 1935), dinámica glorificación del naciente FBI: el perfecto programa doble. PS. Eso sí, no se puede negar que el trabajo de maquillaje va de lo pasable a lo risible, como el caso del avejentamiento del Armie Hammer, quien encarna al amado-amante gay de toda la vida de Hoover. Hammer no parece anciano sino un ser deforme de rostro casi chamuscado.