Heli (México-Alemania-Francia-Holanda, 2013), de Amat Escalante. ¿La mejor película de Escalante hasta el momento, como dicen algunos? No estoy seguro. En todo caso, sostiene el nivel -e, insisto, acaso lo supera- que mostró en su anterior filme, Los Bastardos (2008). Mi crítica, aquí. El Niño y el Fugitivo (Mud, EU, 2013), de Jeff Nichols. Dos de los mejores descubrimientos personales del año han sido el cine de Ben Wheatley -vi sus cuatro películas en unas cuantas semanas- y de Jeff Nichols -vi sus tres filmes en un periodo similar de tiempo. El Niño y el Fugitivo -qué afrenta de título en español, me cae- es lo más convencional que ha dirigido Nichols hasta el momento y, sin embargo, sigue siendo mucho mejor de lo que acostumbramos ver en cualquier fin de semana en el multiplex más cercano. Mi crítica en el Primera Fila de Reforma del viernes pasado. Alto en el Camino (Halt auf freier Strecker, Alemania-Francia, 2011), de Andreas Dresen. Exhibida hace un año en la 11a. Semana de Cine Alemán, llega finalmente el estreno -en Cineteca y sus sedes alternas- de este notable melodrama médico-familiar sobre el diagnóstico, enfermedad y muerte de un tipo con un tumor en el cerebro. Volveré a esta cinta en la próxima semana.
Paraísos Artificiales (México, 2011), de Yulene Olaizola. Con dos años de retraso, he aquí el estreno en la Cineteca Nacional de Paraísos Artificiales (México, 2011), primer largometraje de ficción de Yulene Olaizola (multipremiada cinta documental Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo/2008, Fogo/2012). Luisa Pardo -la única actriz profesional del filme- es Luisa, una joven con adicción a la "chiva" -heroína, pues- que pasa unos días en algún rústico hotel de Las Tuxtlas, en Veracruz. Ahí, hace migas con un trabajador, Salomón (Salomón Hernández), un hombre de mediana edad, viudo, más o menos articulado, que dice que no tiene muchos vicios, aunque luego vemos que le entra con fruición a la motita -quesque no hace daño, dice Fox- y se pega unas borracheras monumentales. Slow-movie autoconciente a todo lo que da: el primer diálogo -más bien, un rezo- se escucha en el minuto nueve, la señorita Pardo interactúa con niños y adultos que se interpretan a sí mismos, y aunque el personaje -¿o será la persona real?- de Don Salomón no deja de resultar interesante a ratos, su registro actoral es nulo, por lo que hay un constante falta de balance en pantalla. No falta tampoco el grito de "corte" que viene desde fuera del encuadre, como para recordarnos que estamos viendo una película. En efecto, eso estamos viendo aunque, al final, con todo y la buena fotografía de Lisa Tillinger, debo confesar que el asunto no me pudo interesar menos. Olaizola no juzga a sus personajes ni a sus adicciones, pero esto no es una virtud. Es nomás un hecho.