Los bañistas (México, 2014), de Max Zunino. La opera prima de Zunino es una meritoria y pertinente historia de solidaridad inter-generacional en una caótica pero esperanzadora Ciudad de México. Como de costumbre, Sofía Espinoza está impecable. Mi crítica en el Primera Fila de Reforma del viernes pasado. (* 1/2)
El patio de mi casa (México, 2015), de Carlos Hagerman. El tercer largometraje documental de Hagerman -la extraordinaria obra mayor Los que se quedan (2008), codirigida con Juan Carlos Rulfo; la gozada acapulqueña Vuelve a la vida (2010)- es un entrañable retrato de sus padres, el arquitecto rural de origen español Don Óscar Hageman y la educadora y activista Doris María Ruiz quienes, instalados ya en plena vejez, no quisieran bajarle al ritmo de sus actividades a favor de las comunidades indígenas mexicanas. Sin embargo, el envase se desgasta y si bien es cierto que "hace falta valor para la vejez", también hace falta valor para saber cuándo retirarse y pasar la estafeta a quien pueda seguir en el camino. En el caso de Óscar y Doris, el relevo no es su hijo, el cineasta Carlos, sino Enedino e Isabel, dos indígenas de la sierra de Puebla, discípulos aventajados del matrimonio y que parecen ya estar listos para continuar con la tarea de sus maestros. Hagerman nos presenta un retrato familiar genuinamente conmovedor que no se conforma con mostrarnos al viejo matrimonio perfectamente bien avenido, sino los añejos orígenes familiares y, por supuesto, el futuro -que ya es presente- a través de Mateo, el hijo del cineasta y nieto de los protagonistas. Sin asomo de ñoñez y con un espíritu siempre lúdico -¡esa danza de las sillas!-, Hagerman nos ha entregado otra valiosa cinta sobre su tema recurrente hasta el momento: la familia y los recuerdos. (**)