El Milagro del Papa (México, 2009), de José Luis Valle. En 1990, en su visita a Zacatecas, el reciente beato Juan Pablo II beso la frente y tocó la cabeza de un niño enfermo de leucemia. El escuincle, milagrosamente, se recuperó, creció y ahora, 20 años después, es un hombrón aniñado, barbado, que vende chorizos y toma cerveza en cantidades industriales. La historia, en sí, es interesante -me recuerda aquel chiste de La Vida de Brian (Jones, 1979) cuando un leproso malagradecido le reprocha a Jesús que lo curara-, pero Valle se desvía del tema y su mirada transmite un inocultable aire de superioridad. Es claro, por lo que vemos en pantalla, que el caso del niño salvado no fue más que una mezcla de fervor religioso y oportunismo eclesiástico/político/económico. Pero no creo que sea de buen gusto burlarse de la fe y la simpleza de la gente. Y lo dice alguien que no es creyente ni cree en milagros.
Thor (EU, 2011), de Kenneth Branagh. Por su mal comportamiento, Thor (Chris Hemsworth) es desheredado por su padre Odín (Anthony -juayderito- Hopkins) y enviado a la Tierra. Ahí, en un pueblito de Nuevo México, el menonita mitológico (Enrique Vazquez dixit) se encontrará con Natalie Portman ganándose la papa y será víctima de unos running gags genuinamente chistosos. Las peleas, eso sí, son más aburridas que un informe de Miguel de la Madrid. Supongo que volveré a esta película en la semana.
Post Mortem (México-Chile-Alemania, 2010), de Pablo Larraín. El tercer largometraje de Larraín es otra desagradable película que trata oblicuamente el tema de la dictadura pinochetista. Y escribo "desagradable" como un elogio, que quede claro, porque también era desagradable su anterior filme, Tony Manero (2008). La toma final de ocho minutos con cámara fija y sin corte es abrumadora. Mi crítica, en el Primera Fila del Reforma del viernes pasado.