-¿Está triste?No debería llamar a los Bomberos por eso. Ya sabe, hay otros servicios que…
-No, no, oiga , por favor, se-me-ha-caído-el-cielo encima, literalmente.
-¿Está de broma, entonces?
-Le digo que tengo el cielo, montado en mis hombros, deslomándome la espalda, hundiéndome en la tierra.
-Si le pasa todo eso, ¿cómo es posible que esté llamando a los Bomberos por teléfono?
-Es que se me ha caído, justo cuando pasaba por delante del teléfono y ha quedado aquí, sepultado bajo el cielo, conmigo.
-Vale. El cielo. ¿Y qué quiere que hagamos por Ud?
-Necesito ayuda. Necesito que me saquen el cielo de encima.
-¿No querrá decir el techo, no? Si lo que se ha caído es el techo…
-No es el techo, le digo que es el cielo. Noto las nubes, que me susurran detrás de las orejas, todas esas estrellas fugaces que me hacen cosquillas mientras se pasean por mi espalda. La Luna, esa sí que pesa. Se me ha quedado en equilibrio, encima de la cabeza. Temo que si me muevo, se va a caer y se va a romper en mil pedazos.
-Un poeta…Vale. Oiga, deje la línea desocupada para las verdaderas emergencias. Buenas noches.
Un par de llamadas, una de un vecino, asustado por las extrañas luces y destellos de la casa de al lado y otra que provenía de la misma dirección y que se clasificó como “falsa”, provocó el servicio de los Bomberos.
Nunca supieron explicar lo que allí había sucedido.
El hombre quedó incrustado en el suelo de su casa adosada de una planta. Exactamente, en la esquina izquierda del salón, justo al lado del teléfono…y con el cielo encima. Es una pena que no pudiera ver ese precioso manto oscuro que lo recubría. Enjambres de cuadrántidas, púppidas y líridas se paseaban por su espalda . No había un espectáculo más bello que esas chispeantes estrellas fugaces pero… lo que más llamaba la atención era la luna, redonda y brillante, que se mantenía en equilibrio sobre su cabeza como si fuera un pedestal.
Ya no queda nada del hombre al que se le cayó el cielo encima.
El único rastro es esa luna encerrada en la casa adosada de una planta…