Se necesita espacio para el amor
Publicado el 01 abril 2013 por Ana Maria Constain Rueda @amconstainGracias Loretta Por Susana Albornoz
Algo está sucediendo en mi interior. A veces hay movimientos tan sutiles y silenciosos que apenas nos percatamos de ello. Esa ha sido la enseñanza de mi hija Paloma de 8 meses. Paloma es una bebé tranquila, callada, risueña y hasta hace 3 meses crecía y engordaba rapidísimo y todo en su desarrollo estaba perfectamente bien. Desde enero no ha subido de peso, no ha crecido centímetros. Y parece tener una displasia muy leve de cadera. A todo al que le cuento me dice “pero si se ve lo más de bien”. “Pero si se ve lo más de bien”, ese ha sido mi esfuerzo toda la vida. Verme bien, alegre, fuerte, tranquila, optimista, llena de abundancia. Un papel muy difícil de mantener, pues es un personaje que no necesita nada nunca. Mis tías me cuentan que cuando era niña me parecía mucho a la Palomita, y siempre me dicen: “donde te pusiéramos, ahí te quedabas juiciosa, eras muy fácil de llevar”. Y mi memoria emocional me dice otra cosa tan diferente: sí, quieta pero no siempre bien, con ganas de que alguien me alcanzara y me sacara de allí, a veces no solo quieta sino petrificada, con tanto movimiento en lo silencioso. Paloma y sus procesos silenciosos. Es sorprendente como podemos ser tantos diferentes, moviéndonos de un lugar a otro. Tantos personajes. También soy ese volcán desbordado de emociones, dramática, bullosa, expresiva. Como Amaranta, mi hija mayor. Con gran facilidad para llorar y llamar la atención. Es tan fácil siempre verla, sus movimientos son tan explícitos que ocupa mucho espacio, es imposible no saber en qué anda. Mi hermano mayor me dice que Amaranta es igualita a mi… cada vez que llora! Y así se han establecido las relaciones con mis hijas: una proyección inconsciente de mis personajes, de mis polaridades. Últimamente cuando las veo, veo una proyección de mi espacio interior, proyecto en ellas mis personajes, en Paloma todo lo pasivo y sutil, y en Amaranta lo activo y bulloso. A veces pareciera que Paloma fuera mi luz y Amaranta mi sombra. ¿Pero cómo va a ser Palomita mi luz, si es justamente en el silencio donde se quedan las cosas, bajitas en la sombra, en la represión y en el olvido? Paloma no está bien, aunque tampoco es que esté mal, pero desde mi niña “que siempre está bien” me doy cuenta que necesita ser vista, alcanzada, respetada y protegida, incluida en mi espacio, en el espacio común de la familia. Y ahora que veo en su silencio mi silencio, mi polaridad, mis movimientos más profundos y que a veces no alcanzo a nombrar, quiero poderla ver a ella, en sus propios movimientos, quiero conocerla y darle espacio, mucho espacio para ser y estar desde su tranquilidad genuina, su presencia mística y pacificadora y sus ritmos lentos, pero nunca silenciosos. Hay movimiento en mi interior, un movimiento difícil de nombrar, un movimiento sutil, como si algo estuviera ordenándose, hay espacio abriéndose. Hay amor renaciendo, dulzura buscando un lugar. Algo sucede desde este fin de semana que tuve un taller de Gestalt y aunque el trabajo no fue personal sino formativo, ahí está el regalo más preciado de la Gestalt: presencia, auténtica que transforma (gracias Loretta). Cuando lo único que se pueda decir de los hijos es que están siempre bien y que ese sea el único reflejo que dan los demás, busquémoslos, mirémoslos más, porque desde ese lugar el del silencio que no molesta, es muy fácil abandonar. Traigámoslos de nuevo a ese espacio donde hay vida, movimientos que incomodan, al lugar de la expresión. Abramos espacios interiores, limpiemos nuestras proyecciones y traigamos a nuestros hijos “más juiciosos” a este nuevo espacio, para que sea común y pueda nacer, brotar y crecer el amor. Paloma, y sus procesos silenciosos, no es Paloma. Soy yo, mi personaje que calla y reprime. Paloma y sus procesos lentos, es Paloma, tranquilamente genuina y sutilmente amorosa. Te amo hija, y que este amor meditativo al que me invitas, sea nuestro espacio común.