“Se vive para darse”: o el recuerdo de un libro inexistente.Ignacio Vidaurrazaga Manriquez

Publicado el 11 junio 2022 por Adriana Goni Godoy @antropomemoria

“Se vive para darse”: o el recuerdo de un libro inexistente

Ignacio Vidaurrázaga Manríquez *

Debe haber sido noviembre o diciembre de 1988, dictadura mediante y cuando aún estábamos en la vieja cárcel de Chacabuco 70, en Concepción, el momento en que hicimos ese particular lanzamiento en los patios de visita donde hubo alguna vez una araucaria. El nombre de la criatura fue: “Se vive para darse”, que según recuerdo era una frase robada a Eduardo Galeano de alguna parte.

Chacabuco 70. Foto https://www.marineros-constitucionalistas-chile.com/chacabuco-70-la-carcel-de-concepcion/

Con unas 145 páginas y un montaje sinérgico de dibujos y poesías que había ido reuniendo desde septiembre del 84 en adelante, la publicación de Ediciones Literatura Alternativa de Bruno Serrano hacía parte de varios sentidos. El más cercano era lo escrito sobre mis compañeros del 23-24 de agosto/84 ejecutados entre Concepción y Valdivia por los esbirros de la CNI junto al paso por la tortura en Concepción y en Santiago.

Luego, la relación cotidiana que uno establecía entre las vivencias de la cárcel y las noticias del afuera. Muchas demasiado tristes, que en algunos casos rebotaban directamente entre nosotros. Como por ejemplo sucedería con la noticia de la muerte de Tatiana Fariña, que escuchamos en la radio Cooperativa mientras estábamos junto al Rulo- su hermano- en nuestra pequeña cocina.

O en los momentos alegres la significación de volver a re-conocer a mis hijas aún pequeñas: Tamara y Katia, llenas de preguntas y contentas de tener padre y madre, aunque fuera encerrados y una vez al mes.

O como seguíamos la rebeldía de miles pese a la represión. También, los amores y desamores de la prisión, siempre intensos y cruentos. En fin, fueron esos los años en que la poesía se fue haciendo al calor del calendario porque escribir fue desahogo y bitácora más que maestría de taller.

De amores fugados escribí:

Esa mujer

Que mira a la distancia / no se ha dado cuenta / que en vez de pestañas

me molestan barrotes incrustados/ en mis pupilas.

Pero el proyecto de hacer un libro venía de antes, era una complicidad de hermanos. Con Gastón en algún momento de la cárcel retomamos comunicaciones. Él requería dinero, siempre les faltaba en la clandesta y nosotros teníamos formas de conseguirlo y hacérselo llegar. En el Chile clandestino conseguir cada peso era un riesgo significativo.

Lo del libro se originó simplemente en el compartido interés de hacer algo juntos. Él continuaba dibujando en medio de su extendida y dura clandestinidad y en mi caso había vuelto a escribir en los años de cárcel. No recuerdo desde donde del exterior me ofrecieron unos apoyos y ese fue el dinero para este proyecto de libro, donde yo asumiría el texto, mientras los dibujos serían de autoría anónima. Un libro que uniría cárcel y clandestinidad, que en suma eran concebidos como frentes desde donde se podía hacer resistencia.

Un proyecto que nos volvería a enlazar como hermanos de crianza y de opciones. Habernos quedado después del golpe. Más tarde separarnos por mi repliegue al exilio. Y el 80 volver a estar ambos activos en distintas zonas de Chile.

Los vientos habían cambiado, y poco a poco junto a dolorosos y frecuentes golpes represivos, estaban los avances de las protestas. Pese a lo alto y gruesos muros de Chacabuco 70, escuchábamos los gritos de las manifestaciones y en las visitas nos enterábamos de todo lo que estaba sucediendo. Recuerdo que los sindicatos de Gran Concepción nos hacían donaciones de comida como expresión concreta de solidaridad.

Adentro éramos los subversivos o los políticos según quien y cuando nos nombraran. Originarios de Tomé, Yumbel o la zona del carbón, Penco o Barrio Norte primaban los locales, mientras los presos afuerinos éramos una minoría. Hubo gendarmes cómplices y también los hubo perros y hostigadores. En general nos habíamos ganado miguitas de respeto y creo que casi siempre buscamos ser más allá de las orgánicas un solo frente de PP. Sabíamos de otras cárceles del sur e incluso de Santiago. Papelitos y calugas iban y venían mimetizados de mil maneras.

Retornando al proyecto libro con mi hermano acordamos que me enviaría una carpeta con dibujos sobre todos los temas posibles, luego en la cárcel yo haría un primer montaje. Eso debe haber sido el 85 y parte del 86. Antes no, por los traslados a Temuco y a Valdivia que ordenaban las Fiscalías Militares para adicionarme años. Lo cierto, es que ya devuelto en Concepción en la celda 14 y encaramado en un camarote cerca del cielo fui avanzando en este proyecto.

Creo, que no es este el texto para nombrar a cada uno de mis compañeros, que fueron varias decenas durante esos seis años y cuatro cárceles. Algunos están y nos comunicamos e incluso nos hemos visto. Mientras otros, muy pocos son ya memoria como el Charly y el Mota de Talcahuano.

En eso estaba afanado, cuando en septiembre del 86, después del atentado al dictador, un martes 10 de septiembre por un recorte de diario y la visita del cura Pedro Arregui de Penco me enteré que hacía dos días habían secuestrado y ejecutado a Gastón, al gordo, a “Picasso”, a mí hermano.

Lo que me sucedió a velocidad de abismo y control de prisionero puede ser otro texto, por lo tanto optamos retornar de inmediato. Ese día el proyecto libro cambió de sentido: ahora, había que reivindicar los dibujos, las líneas, la crónica de vida que subyacía en los significativos trazos de Gastón.

Y afiebrado escribí muchos textos al hermano que ya no estaría:

Indistancia del Guatón

“Realmente somos una familia muy aterrizada en este país de locos, una familia más separada que la cresta y todo gracias al loco superior” el guatón

Partamos de la base /que no podemos sacarnos el traje /que pese a todo

y aún en tu in-distancia / (como tú decías) / penas-faltas/ mucho desde allá

(que los dos sabemos es desde un terrenal aquí).

Todo eso querido guatón/ para decirte que reconstruimos tus pasos

enrollando tus clandestinas vidas/ de entre los pliegues

de tus nombres de guerra.

¿No has pensado que hasta tu muerte es clandestina?

Para muchos/ que aún no escuchan/ el sonar de los tambores de la aldea

llevando la mala nueva/ al último rincón de las localidades

/ de prófugos/ escuelas/ campañas / acciones/ reclutamientos

y carencias.

Desde el 86 al 87 estuve en eso. En silencio y destinando muchas horas al día. Incluso, recuerdo que me construí una mesita de trabajo con doble fondo. Hice copias de los dibujos en papel diamante en una mesa de luz y fui uno a uno montando dibujos y textos. Poco a poco fueron saliendo esos pliegos a la calle y con mucha seguridad también inventamos un barretín donde esos rollos pudieran viajar seguros. O quizás, todo sólo sucedió con el apoyo de mi vieja que sabía de qué se trataba cuando entraba y sacaba cosas protegidas por el fuero de magistrada.

Bruno Serrano en su editorial había publicado “Olla Común” de su autoría y “Poemas Insurrectos” de Heddy Navarro. También en la misma colección estarían “La Cola de la Lagartija” de Paulina y Gabriela Richards y “Mi Rebeldía es Vivir” de Arinda Ojeda. En las diversas formas de prisión de los años de dictadura se escribió, aunque las antologías de poesía existentes hasta el día de hoy prefieran majaderamente ignorar periodos, ciudades y circunstancias. Salvo la excepción del trabajo académico de la doctora en Literatura Olga Grandón, que hacia fines de los 90 publicó “Estrellando el muro: escritura de la prisión política en Chile” sintetizando especialmente el periodo de los 80 hasta el fin de la dictadura y poniendo fuertes acentos en la poesía carcelaria escrita por mujeres. Olga originaria de Concepción posiblemente había conocido esos textos desde los patios de visita en Chacabuco 70 y Coronel.

Hacer ese libro fue posible gracias a muchas complicidades de ex parejas y amigos, ayudistas y compañeros. Nada era o fue posible hacer solo. Un día cualquiera recibí en la prisión un paquete con diez libros. De inmediato partí con uno en la mano para hablar con el entonces alcaide. Había fracasado el intento de tiranicidio, pasado el plebiscito y fragmentado el MIR. Pronto nos cambiarían a una nueva cárcel llamada “El Manzano”, que decían que era un complejo. Los sueños de fuga, los chinches y las garrapatas quedaban atrás. La espera del cambio y el traslado también.

El alcaide me recibió entre incrédulo y sorprendido.

-¿Usted quiere lanzar un libro en está cárcel? –me dijo.

-Si, en el horario de visita de un fin de semana- le respondí.

Obviamente algo así no estaba en los reglamentos. Y lo único que se le ocurrió a ese coronel o mayor de lentes oscuros y porte macizo, el que hasta ahí había observado un comportamiento decente con nosotros, fue pedirme que le regalara y además le dedicara un libro.

-Usted sabe que todo va a cambiar- me comentó cuando se lo entregue.

Y así quedó sellado el lanzamiento en el patio de la cárcel de Concepción de Chacabuco 70. Él con su “salvoconducto” y yo con mi lanzamiento autorizado en homenaje a Gastón. Ese estreno de un libro en el patio de visitas de la cárcel de Concepción tuvo decenas de testigos, que seguramente recibieron ese libro. Todo aconteció único e irrepetible por forma y fondo. Cualquiera nueva edición tendrá posiblemente este recuento, pero ya nada podrá ser igual.

El otro lanzamiento fue en Pudahuel junto a una exposición de dibujos ampliados de Gastón. Esa fue la forma de recordarlo en uno de los territorios donde lo conocieron, en ese último tiempo de su extendida clandestinidad de 13 años. De eso otro, sólo vi fotos y años después en los 2000 un compañero me hizo llegar copia de los dibujos exhibidos en lo que parecía un galpón. Ahí también fueron distribuidos varios centenares de libros.

El libro “Se vive para darse” tuvo un tiraje de 1000 ejemplares y se regaló. Su producción era un dinero solidario y por lo tanto tenía que repartirse en Concepción y Santiago en los círculos más cercanos.

Y luego muy lentamente ese libro se fue extinguiendo y olvidando.

Durante años no tuve ningún libro. Hasta que hace un par de años lo busqué en Mercado Libre y lo encontré para al menos volver a tener uno. Luego, conocí al librero Juan Polizzi, quien me regaló otro: una Antología de poesía en prisión llamado “Girasoles en las Sombras, Antología de Poesía de Presos Políticos”, Editorial Urbe, 1988 recopilados por Dante Ruiz Molina y Demian Moreno. El texto reunía 25 autores y autoras de diversos momentos de prisión. De mi autoría aparecían publicadas tres poesías extraídas de ese libro.

Lo cierto, es que este año, cuando termine de escribir y comience a publicar los libros en que trabajo -El MIR de Miguel, Crónicas de Memoria, tomos I y II- ese creo será la hora de reeditar este libro inexistente, clandestino y desaparecido. Ya veremos con que editorial o como lo haremos. Publicar esa poesía y dibujos creo deberá ser un trabajo artesanal de cuidadoso y logrado montaje.

Hoy, en el día del libro, he considerado válido hablar de esta obra inexistente e inubicable. Recordarlo, creo es lo menos que un autor puede hacer por un libro inexistente.

Y para este final un aliento fraterno a la distancia a todos, todas y todes quienes conforman la prisión política la de antes y la del 18/0. A quienes borronean cuadernos sin atreverse a llamar poesía, cuento o crónica a las palabras que acumulan. La verdad, es que eso poco importa. Todos esos textos son valiosos, además de útiles. La prisión no es comparable a ninguna cuarentena exterior. Pero, permite actos propios y libres de vigilancias carcelarias y guardias internas. Y escribir y leer es uno de esos actos propios, además de posibles y dignos.

Ají Picante. 23 de abril de 2020.

*Ignacio Vidaurrázaga es periodista de la Universidad Arcis y magíster en Literatura mención Hispanoamericana de la Universidad de Chile. Ha escrito: “Se vive para darse” (1987, Editorial LAR), un poemario escrito en prisión con dibujos de su hermano Gastón, mirista que es secuestrado y ejecutado en 1986. Posteriormente, publicó “Martes once, la primera resistencia” (2013, Ediciones LOM).