Zapatillas cuelgande los cables,cruzan calles, me señalanno sé qué.En Pomar y Saenz, un cable viejosostiene dos zapatillitas de nene. Fumoy las miro. También acáhay cables que sostienenzapatillas colgadas. Me fuihace diez años, o más, y el azarde una fiesta una noche me traede nuevo a la Pompeya esquina con Boedo.Las calles empedradas no eran buenas, nostalgiaque deambula en los poemas. Ahoraveo pavimentaron la vieja cuadra en que viví. Caminode la esquina de la panadería que a esta hora luce opacahasta la puerta de casa. Era chico y las cosasahora parecen chicas ellas. Un pequeño,un personal lugar común. A la puerta del garage,la madera clara, avejentada,le pusieron un cartel de plástico“Garage. Prohibido estacionar”. Cruzo,el balcón tiene rejas que lo envuelven, podaron el árbolque se colaba en verano a mi cuarto. Nunca me escapéde mi casa. Era chico y el árbol tenía ramas gruesas,me golpeaba la ventana. No sé. ¿A dóndehubiera ido? Las ramas se escalonaban,a dónde. Las rejas, el cartelrojo y blanco en el garage, y dos motoresde aire acondicionadorompieron las paredes. Ya no es mi casa,cerró la tintorería de al lado, hay un locutoriodonde antes era la carnicería, y el mecánico de enfrentese mudó a la vuelta, a un lugar más grande. Las zapatillascuelgan de los cables que cruzan calles. Chiquitasde tela roja y goma blanca, tiemblancon el viento que se llevael humo que aspiro. No hay casi tránsitoa esta hora. En la esquina me esperan mis amigosy cerca hay una fiesta. El cigarrillono se acaba y lo tiroa una zanja aunque no escuchela brasa que se apaga.
Lectura
Para mañana despertar temprano, por eso de ir a trabajar,la noche ya nos tiene hace largo rato acostados.No dormimos, sin embargo, y le leo a mi chicaun poema. Sin importar de quién,elijo un libro de una fila que se extiendeal borde de la cama. Contra la pared,libros apoyados en el pisoque se hizo biblioteca al lado del colchón:no sé cuál leerle, alguno corto,alguno corto parece lo mejor. ¿Para quése le lee un poema a una chica,en la cama, siendo tarde y que mañana hay que ir a trabajar?Después de escucharlo, me abrazay no dice nada. Su piel desnudame da calor, así, acurrucada, y sé que cierra los ojos,quiere dormir. Sigo leyendolos poemas del libro cualquiera, pero pierden gracia ahoray los ojos empiezan a pesar, el velador encandila,las letras adquieren un volumen difuso. De prontocreo tener el tono de un poema; dejo el librotirado boca abajo, apago la luz y me duermo abrazado.
Un pino que en un bosque
El celular silenciadoen la mesa ratona del comedor.Vos me agarrás de la mano y me hacés caritacon los ojos y me dejo llevar al cuarto.Queda mi libro abierto sobre el sillón, un mate cebadocon la yerba flotando y la músicaencendida de fondo.Desde el cuarto ya no escuchonada más del mundo. El teléfono recibemensajitos y una llamada lo deslizavibrando sin ser oídohasta caer para temblar en el suelo.
Sebastián Hernaiz (Buenos Aires,1981), El prejuicio del sexo. Ediciones VOX. Bahía Blanca. 2014.