Por segunda vez en la historia de Esperando al tren vamos a dedicar un reportaje a un lugar que no está abandonado.
El primero contaba la historia del antiguo ferrocarril de Llangollen, en Gales, y podéis leerlo aquí.
En esta ocasión os presentaremos un lugar que lleva 20 años detenido en el tiempo y que gracias a la familia que lo regenta podemos disfrutarlo como si se hubiera abandonado ayer mismo.
El hoy irónicamente publicitado búnker nuclear de Kelvedon Hatch permaneció en el más absoluto de los secretos hasta que en 1994, una vez desclasificado, fuera abierto al público como recuerdo de una época afortunadamente pasada.
También nos hemos leído y releído las páginas de Subterranea Britannica para poder hacer la introducción histórica y obtener todos los datos del proyecto ROTOR.
Por último hemos utilizado los programas gubernamentales “Protect and Survive” y “Civil Defence, why we need it” lanzados por el Ministerio del Interior británico a finales de los setenta para conocer de primera mano la preocupación existente en los ciudadanos durante aquella difícil etapa.
Dividiremos el artículo en dos entradas, dedicando la primera a hacer un poco de historia y a conocer el nivel inferior del búnker y dejando para la segunda los niveles medio y superior así como los programas de protección del gobierno.
La Guerra Fría
Las dos bombas nucleares lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki propiciaron el final de la Segunda Guerra Mundial pero supusieron el inicio de un nuevo conflicto que mantuvo a la humanidad dividida y al borde de una guerra de impensables consecuencias durante casi 50 años.
Occidentales y Orientales, liderados respectivamente por Estados Unidos y la Unión Soviética, se distanciaban cada día más en sus posturas.
Los norteamericanos trataban de evitar la expansión del comunismo en Europa con su famoso Plan Marshall mientras que los soviéticos vieron en este gesto un intento de mermar su influencia sobre los países del Este.
Uno de los momentos de mayor tensión se produjo cuando Stalin ordenó en 1948 el bloqueo terrestre de Berlín Occidental en represalia por los intentos estadounidenses de reconstruir la economía alemana.
En el terreno militar, vista la siniestra eficacia demostrada en Japón, Stalin había ordenado a algunos de sus más prestigiosos científicos el desarrollo de su propia bomba atómica, iniciándose así una carrera que culminó en 1953 (sólo 4 años después del primer test) cuando el nuevo Primer Ministro soviético, Georgi Malenkov, anunció ante el Parlamento que la URSS ya era una potencia nuclear.
El miedo a una invasión comenzó a apoderarse de un Occidente que militarmente estaba en clara desventaja dada la lejanía de su principal aliado.
Berlín Oeste era una isla dentro de la República Democrática Alemana y las fuerzas soviéticas superaban en mucho a las occidentales.
Otro momento de gran tensión tuvo lugar en octubre de 1962, cuando un avión espía U2 estadounidense descubrió la construcción de una base de misiles de la Unión Soviética en territorio cubano.
La política armamentística del presidente Ronald Reagan en los años ochenta supuso el principio del fin de la Guerra Fría ante la imposibilidad de la Unión Soviética de hacer frente a los gastos de defensa necesarios para contrarrestar los logros norteamericanos.
Poco después cayó el Muro, se desmorono la URSS y, afortunadamente, el conflicto se saldó sin la tan temida guerra nuclear.
El miedo de los británicos
A pesar de estar separadas del continente y de no tener frontera directa con el Este, las Islas Británicas no estaban exentas de una posible agresión pues eran, después de los Estados Unidos, el país más odiado por parte de los dirigentes soviéticos.
A medida que las armas nucleares iban proliferando en ambos bandos, el Gobierno Británico supo que no sólo deberían equiparse para defenderse o atacar sino que además debían preparar a sus ciudadanos ante un posible ataque con armamento atómico.
Las 170 estaciones de radar que componían la red de defensa durante la Segunda Guerra Mundial habían quedado un tanto obsoletas por la falta de inversiones al no creerse ya necesarias, pero tras las primeras pruebas nucleares realizadas por los soviéticos en Siberia el gobierno comprendió que volverían a necesitarlas.
Reducir a 66 el número de estaciones fue un medio de racionalizar recursos y de hacer más eficiente el sistema.
En lo esencial las bases seguían manteniendo su estructura pero se las dotó con el equipamiento más moderno existente gracias a un contrato con la Marconi Wireless and Telegraph Company.
El proyecto, cuyo nombre en clave era ROTOR, fue (y sigue siendo) la contrata gubernamental más elevada ganada nunca por una empresa británica.
Para un país recién salido de una guerra el gran esfuerzo humano y económico que supuso el plan se vio ampliamente recompensado: al finalizar las actuaciones la potencia y el rango de detección de muchas instalaciones se habían incrementado más del doble.
La necesidad de los búnkeres
Además de las estaciones de radar, ROTOR se complementaba con una serie de búnkeres subterráneos que harían las veces de centros de control si llegaba el tan temido ataque.
Según su tamaño e importancia, los búnkeres recibían diferentes categorías.
Los del tipo R1 eran búnkeres subterráneos de un solo nivel que se situaban en unas estaciones denominadas Chain Home Extra Low Radar destinadas a detectar aeronaves que volaran a baja altitud.
En la base de Boulmer, aún operativa, había uno de ellos.
ROTOR siguió operativo y actualizándose hasta el final de la Guerra Fría aunque afortunadamente jamás llegó a emitir alerta alguna.
La construcción del búnker
La familia Parrish, unos modestos granjeros y mercaderes, era la propietaria de un terreno cerca de la pequeña localidad de Kelvedon Hatch.
Dedicados a los trabajos del campo, nunca sospecharon que la colina sobre la que se asentaba su granja, situada a pocos kilómetros al norte de Londres, resultaba ideal para esconder bajo ella un refugio capaz de resistir una explosión nuclear.
Los Parrish se vieron así obligados a vender parte de su finca al precio aproximado de 100 libras por acre (algo menos de 300 euros por hectárea).
Según un informe de la época se expropiaron 24 acres de los cuales 13 eran de pastos, 10 de bosques y el último para la carretera de acceso.
La colina fue literalmente vaciada mientras la espesa arboleda ofrecía una pantalla natural muy útil para mantener en secreto los trabajos de construcción.
Como curiosidad podemos añadir que estas pesadas barras de 2,5 centímetros de diámetro llegaron juntas por ferrocarril a la estación de Ongar, pero los numerosos camiones que tenían que trasladarlas al búnker lo hicieron cada uno por una ruta diferente con el fin de evitar sospechas.
Esta última capa cumplía una doble función, pues daba estanqueidad el búnker y a la vez lo protegía de los campos radioeléctricos como, por ejemplo, los pulsos electromagnéticos provocados por una explosión nuclear.
Una vez construida la estructura se fueron rellenaron los huecos con parte de la tierra extraída, aunque se añadieron una serie de placas de hormigón cada pocos metros para ofrecer una protección extra.
Cuando el imponente agujero se cubrió totalmente, la colina volvió a convertirse en un bucólico paisaje de la campiña inglesa en el que nadie podría sospechar que se ocultaba, cinco metros bajo tierra, un complejo de más de 2500 metros cuadrados.
Hole in the ground – Nivel inferior
Para comenzar la visita al refugio vamos a recorrer las salas del nivel inferior, dejando los dos pisos superiores para la próxima entrada
Además, este nivel es el más grande de los tres y el que más estancias tiene.
Como es habitual en Esperando al tren iremos habitación por habitación mezclando las fotografías con la explicación de su función.
1. La casa de la guardia
Un edificio construido con el mismo estilo y materiales que los demás de la zona no llamaría la atención y sería, simplemente, una residencia más.
Además, el frondoso bosque a su alrededor contribuiría a mantenerlo prácticamente oculto tanto desde el suelo como desde el aire.
Cuenta la guía del refugio con un cierto toque de humor que “La puerta y las ventanas están sólidamente fortificadas con hierro y por supuesto están diseñadas para mantener fuera al verdadero enemigo: tú y yo”
2. El túnel
3. Los generadores
Para garantizar el fluido eléctrico en la fortaleza se instalaron dos generadores fabricados por Rolls Royce capaces de producir 125 kVA cada uno.
Aunque en un principio los dos generadores estaban situados en un edificio que simulaba ser una iglesia a un kilómetro de distancia, cuando el refugio se convirtió en Cuartel Regional del Gobierno (RGHQ) se trasladaron al interior del búnker.
El sistema eléctrico del refugio estaba dividido en dos circuitos independientes catalogados como “esencial” y “no esencial”.
4. La sala de radio
Por eso la ley establecía que cada uno de los condados del Reino Unido tenía que tener su propio búnker.
5. Las puertas a prueba de explosiones
6. La sala de comunicaciones
7. Los teletipos
8. La sala de los científicos
10. Los filtros
11. El “suelo”
Contaba con un gran plano del país en el que entre 15 y 20 oficiales de la RAF irían marcando las posiciones de los aviones enemigos.
12. La sala de máquinas
Esta sala básicamente es el motor de un enorme frigorífico capaz de renovar todo el aire del refugio en menos de 3 minutos.
Termina aquí la primera parte de este reportaje.
Muy pronto estará lista la segunda con muchas más fotografías y curiosidades.
Hasta ese momento os recomendamos dar un paseo por la página web del búnker en la que disponéis de la localización, tarifas y todos los datos necesarios para visitarlo.
Texto: Tomás Ruiz
Fotografías: Daphneé García, Iván Jaspe y Tomás Ruiz