Uno y otro trabajo sugieren que estadounidenses y europeos estarían experimentando una desilusión similar a la que los argentinos sentimos una década atrás con nuestros dirigentes. De ahí la necesidad de señalar -y eventualmente discutir sobre- los límites éticos en la carrera por el poder según la mirada de Clooney y en plena gestión de la cosa pública según la perspectiva del menos conocido Pierre Schöller.
Es más, algunos parlamentos de Secretos de Estado bien podrían aplicarse a nuestra actualidad. Por ejemplo el comentario sobre la mayor predisposición de los republicanos a “ensuciarse”, en contraste con los inhibidos demócratas (los antiperonistas suelen observar esta diferencia entre el Partido Justicialista y el radicalismo o agrupaciones socialdemócratas).
Otros tienen más color local. Por ejemplo, aquél sobre el único pecado que no puede cometer un candidato a Presidente de los Estados Unidos.
En términos cinematográficos, The Ides of March (éste es el título original) despeja las dudas o reparos de quienes se resistieron a elogiar a Clooney cuando dirigió la igualmente interesante Buenas noches y buenas suerte. El también galán muestra condiciones poco valoradas por los jueces de Hollywood: sobre todo cierto ascetismo a la hora de contar y bajar línea.
Por su parte, Ryan Gosling se consolida como actor digno de papeles protagónicos (recordémoslo en Blue Valentine y en Lars y la chica real). Sin dudas, se destaca más allá del brillo que habitualmente emanan Philip Seymour Hoffman, Paul Giamatti, Marisa Tomei y el propio George.
Mañana conoceremos los candidatos definitivos al Oscar. A priori Secretos de Estado no figura entre las favoritas: he aquí otra razón para considerarla.