Fueron putas y santas. María Magdalena, Afra de Augsburgo y María Egipciaca, me refiero: las tres mujeres bajo cuya advocación nació, a un tiro de piedra de la hoy muy turística Plaza de la Ciudad Vieja praguense, un proyecto tan breve como revolucionario que vino en llamarse, grandilocuentemente, Jerusalén, y que no era otra cosa más que un enorme centro social -del siglo XIV, eso sí- destinado a la reconversión de las lumis de Praga.
Vayamos por orden. Nos encontramos en la Praga de Carlos IV, emperador tan mujeriego como amante de la cultura que le dio a la capital checa el aspecto de cuento que tiene hoy en día, con su puente de piedra mil veces fotografiado sobre el Vltava, y su Universidad, y su Ciudad Nueva. Porque Praga, de la que Carlos llegó al trono, era un inmenso burdel en el que la higiene y la seguridad brillaban por su ausencia. En términos metafóricos pero también literales. Cuando llegó a la capital, Jan Milíč, archidiácono natural de Kroměříž, se impresionó tanto por aquellas calles grises de la Ciudad Vieja, llenas de pobreza y de putas implorantes, que presentó al emperador su renuncia para vivir mano a mano con aquellas personas más desfavorecidas que nunca asistían a misa. Él decidió acercarles la religión, casi dos siglos antes que Lutero, traduciendo los sermones al idioma que se hablaba en aquellos barrios: el checo.
Y ellas lo aceptaron. No era cosa fácil ser puta en la Praga medieval. Perseguidas por las autoridades -solo en el caso del prostíbulo público, esto es: autorizado, que existía a las orillas del Vltava-, pronto muchas de las palomitas praguenses hallaron abrigo bajo el brazo protector de Milíč. La gran mayoría de ellas ejercían en la Pražské Benátky (Venecia praguense), una calle situada en la muy céntrica zona hoy limitada por las calles Konviktská y Bartolomějská y que, por aquel entonces, era sinónimo de placeres prohibidos pero también de criminalidad, excesos e ilegalidad. En 1372, por orden del emperador, la Benátky fue destruida en su totalidad, y las prostitutas hallaron cobijo bajo el manto protector de Milíč quien, en parte, las rehabilitó a la sociedad “decente” (el Papa, Inocencio III, había impulsado el matrimonio para la redención de aquellas mujeres perdidas).
Con todo, el proyecto de Milíč no estaba predestinado a durar mucho en el tiempo. Mirado con celo por gran parte de las autoridades eclesiásticas, la construcción de Jerusalén le puso en el punto de mira. Milíč, dijeron, se había excedido con el invento: se le acusó de haber pretendido crear una orden monástica propia, fuera de las establecidas por la Iglesia. Sus prostitutas vivían enclaustradas, le obedecían como a un líder y, además -y aunque Milíč lo negó siempre que se le preguntó por esta última cuestión- se les imponía un hábito monacal. Un escándalo. El propio Papa, Gregorio XI, impulsó la investigación sobre el tema en enero de 1374, y si esta no llegó a terminar fue porque Milíč murió en verano de ese mismo año.
Dónde: Calles Bartolomějská y Konvitská (Staré Město), Praga 1
Saber más: From Venice to Jerusalem and beyond: Milíč of Kroměříž and the Topography of Prostitution in Fourteenth-Century Prague (Menger, 2004)
Literaria: Hay alguna que otra reseña, novelizada, en la muy interesante El Molino de Momias (Petr Stančík, 2015) editada en España por Tropo Ediciones.