¿Quién no ha vivido secretamente alguna vez? ¿Quién no ha necesitado del secreto, o de una llave secreta con la que abrir la vida de los otros? ¿No topamos con el otro cada vez que queremos secretarnos? ¿No nacemos del secreto?
Este relato, que recrea Chantal Maillard, a propósito de la descripción que el autor guineano Camara Laye hace de algunos rituales de iniciación, muestra que no es tanto que el secreto dependa de nosotros como que nosotros dependamos del secreto:
"En la noche llamada de Kondén Diara, los hombres vienen a buscar a los niños a sus chozas y se los llevan, entre cantos y sonidos de tambores, a un claro del bosque. Los niños saben que ahí se encontrarán con Kondén Diara, un ser del que no tienen una idea clara salvo que es aterrador. Una vez llegados al claro, deben arrodillarse, agachar la cabeza en el suelo y taparse los ojos. Por nada del mundo los abrirían. En ese momento empiezan a escucharse rugidos terroríficos. Kondén Diara ha salido del bosque, anda entre ellos, les roza, planea, ruge. El miedo paraliza a los niños, pero saben que han de pasar la prueba, la del miedo, de eso se trata, lo saben, se trata de controlar el miedo, de estarse quieto con el miedo, de aguantar el miedo dentro del propio temblor. A Kondén Diara, bestia, león, hombre-león, le acompañan veinte o treinta leones más, pequeños y grandes, porque los rugidos son muchos y diversos. Los niños gimen en su interior: "Aléjate, Kónden Diara, vuelve a tu selva...". Por fin, de repente, los ruidos cesan: "Levantáos". Y entonces los chicos se sientan alrededor del fuego, donde se les enseñará los cantos de los no circuncisos. Han pasado la prueba. La que les prepara para la otra prueba, la circuncisión, en la que el miedo, esta vez, tendrá un objeto concreto: el dolor físico.
No sólo los niños, también las mujeres temen a Kondén Diara. Sólo los hombres saben de qué se trata, saben que ellos producen aquellos ruidos por medio de unos instrumentos de madera especialmente tallados en los que hacen girar una rueda que corta el viento produciendo un sonido parecido al rugir de un león. Un juego, tal vez, una farsa, pero no: el miedo es real, el aprendizaje también. Y el que esto sea una prueba y una iniciación depende de que lo que ocurre en esa noche sea mantenido en secreto, absolutamente, por todos. Por la misma regla de tres, todo aquello que pudiese dañar la dignidad del grupo se protege con el secreto. El secreto bien guardado resguarda a quienes lo guardan. De lo que se trata, obviamente, es de proteger no el secreto mismo, sino a quienes pertenece. El secreto es, a un tiempo, lo que, reforzando la unidad del grupo, les hace fuertes, y su talón de Aquiles." ("Secretos y misterios", Archipiélago, Nº 52)