Sectas literarias: aliocha coll, atila y lucrecio

Publicado el 11 mayo 2011 por Franciscogarciajurado

A mi colega Juan Luis Conde debo el conocimiento de este raro autor español llamado Aliocha Coll (en la imagen), cuyas proezas verbales y literarias van más allá de lo que un lector común es capaz de asimilar. Me pareció especialmente interesante la puntual lectura que este autor hace del título de la obra del poeta Lucrecio, que por su carácter epicúreo ha pasado a constituir uno de los más poderosos imaginarios de la literatura latina en la modernidad. Entremos en el territorio de las sectas epicúreas y literarias. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE

Aliocha Coll (1948-1990) nos ha dejado una rara novela titulada Atila (Barcelona, Destino, 1991), historia metaliteraria con ecos, entre otros, de La tentación de San Antonio, de Gustave Flaubert (novela a la que volveremos, por cierto, más adelante), donde Atila y los hunos se encuentran a las puertas de Roma permitiendo, de forma paradójica, que sus hijos, entre ellos el suyo propio, llamado Quijote (nótese qué nombre tan metaliterario), sean tomados como rehenes por la ciudad: de esta forma adquirirán la cultura clásica. Insertos ya en la lectura de la extraña novela observamos esta curiosa alusión al De rerum natura:
“Luego vio a Quijote, debajo de la luna, que parecía andar sobre un rodillo, entre las adelfas, no entre los algarrobos, y notó por primera vez que el compás de sus piernas, ¡y el de sus brazos también!, no era otro sino el ritmo del agua, y asimismo su cabeceo ligero, el ritmo vegetal por excelencia... ¿cómo era eso?, y como evocado sin cita se representó Lucrecio... «¿Por qué está escrito al revés De rerum natura, ... por qué empieza con el principio del final para continuar en seguida, y sin que nada pueda cambiar su sentido, con el final del principio..., como si la naturaleza de las cosas andase (sic) de espaldas en las cosas, repitiendo la muerte y no el nacimiento aunque lo crea y quiera, contrariando... la fortaleza de las cosas, desdoblándolas en el pretérito, disociándolas en la estela, rebajándolas en el espejismo dorado de la edad, dividiéndolas en la causa y en la extensiva nostalgia?... pobres cosas, cada vez más y más causadas..., pobre causa, cada cosa más y más vicaria... y menos y menos vicisitudinaria, ... pobre vez, cada causa pluralmente fantástica, y su cosa singularmente inmaterial.»“ (p.89)
Al margen del tono críptico del texto, llama, en primer lugar, la atención la manera de aludir a Lucrecio (“y como evocado sin cita se representó Lucrecio...”). La pregunta clave en torno a la cual gira el texto es: “¿Por qué está escrito al revés De rerum natura?”, a lo que tenemos que añadir el comentario que sigue: “como si la naturaleza de las cosas andase (sic) de espaldas en las cosas, repitiendo la muerte y no el nacimiento”. Podemos pensar que Coll alude a uno de los más complejos problemas que atañen a la estructura de la obra, el hecho de que el poema culmine hablando de la muerte . Pero cabe otra posibilidad más sencilla, como es que, dadas las características del texto, se esté refiriendo más bien al título de la obra, que podemos ver en el verso 25 del libro I: (uersibus) quos ego De rerum natura pangere conor. No es extraño que un texto articulado en torno a la forma de las palabras aproveche el título latino para jugar con él. En efecto, de acuerdo con el orden de palabras del latín clásico, natura va de espaldas a rerum. De esta manera y, si, como vemos en el mismo texto traducimos res por “cosa” y natura por “causa”, entramos en un juego etimológico entre ambos términos: “...pobres cosas, cada vez más y más causadas..., pobre causa, cada cosa más y más vicaria... y menos y menos vicisitudinaria, ...pobre vez, cada causa pluralmente fantástica, y su cosa singularmente inmaterial”. Nos encontramos, en definitiva, ante el siguiente juego de palabras basado en la traducción res = “cosa”; natura = “causa” y en la relación etimológica de los términos castellanos “cosa” y “causa”:
DE RERVM NATVRA : DE LAS COSAS CAUSADAS
o bien:
DE LA NATURALEZA-CAUSA DE LAS COSAS
Estamos ante un ejemplo de literatura de creación verbal, tan cultivada en especial por autores anglosajones como Joyce, o Pound, y también de habla hispana, como Julián Ríos o Julio Cortázar, a los que después volveremos en el capítulo dedicado a Aulo Gelio. Esta forma de creación literaria se sustenta precisamente en la sustancia fónica de las palabras, creando asociaciones de ideas merced a los parecidos fonéticos y los cambios de letras. Esta concepción lúdica (o lúdicra, pues el término viene del latín ludicer, y así sigue estando recogido en el diccionario de la Real Academia) del lenguaje tiene su principio general en las antiguas creencias mágicas en torno a él y, más concretamente, en la concepción atomística, según los principios epicúreos que tan bien quedan expresados en la obra de Lucrecio (1,897-914). En traducción de Eduardo Valentí:
“«Pero», dirás, «en los altos montes sucede a menudo que las copas vecinas de árboles corpulentos chocan unas con otras, forzadas por los impetuosos astros, hasta que se inflaman al abrirse la flor de la llama». Sí, pero ello no significa que dentro de la madera haya fuego; lo que hay son muchos átomos ígneos que, al juntarse por efecto del frote, producen incendios en las selvas. Que si dentro de los árboles latieran llamas ya hechas, el fuego no podría estar oculto un solo instante, destruiría los bosques por doquier, abrasaría los árboles. ¿Comprendes ahora, como poco antes te he dicho, cuánto importa, para unos mismos elementos, con qué otros combinen y en qué orden, qué movimientos provocan y reciben, y que unos mismos producen, con sólo ligeros cambios, troncos y llamas? Lo mismo ocurre con las palabras, que sólo se distinguen por un ligero trueque de letras, y con voces diferentes designamos lo «ígneo» y lo «lígneo»”.
Así como la diferencia entre una sustancia y otra depende, según la física epicúrea, de una disposición diferente de los átomos, entre lo “lígneo” y lo “ígneo” la diferencia es también de la disposición de las letras. FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE