Sedient@s de vida

Por Iñaki Iñaki Alegria @InyakiAlegria

Ermelinda es una pequeña niña de 2 meses de vida que llega al hospital en brazos de la madre, sin fuerzas para sostenerse en pie. Nos mira un segundo para luego volver a perder la mirada, es como si estuviese cansada de fijar la mirada, como si a su corta edad ya hubiese visto y vivido demasiado sufrimiento. Su mirada está hundida en sus ojos hundidos como si no quisiesen volver a salir, escondiéndose dentro de ella misma del sufrimiento.

Son signos de deshidratación grave, la madre nos lo corrobora al decirnos que desde hace unas semanas más o menos no para de vomitar y de hacer las heces líquidas como el agua. Está gravemente enferma… Le acecha la muerte… Pero su corazón late, sigue latiendo, quiere vivir.

Intentamos canalizar una vena para poder administrarle el líquido que precisa, pero no hay manera, las venas están casi vacías, poca sangre le corre ya por las venas. Pero no nos podemos demorar. La mirada se va apagando, ya no nos mira, ni a nosotros ni a nadie, ya no puede ni parpadear. Tiene la mirada entreabierta sin mirar… El brillo de la pupila se va apagando y volviéndose más translúcido… Su respiración se vuelve más débil y superficial… Ausculto con el fonendoscopio su corazón… Late… pero late despacio… demasiado despacio… se está apagando… Precisa recibir líquidos ya… Por la boca no es posible pues está ya inconsciente…  No conseguimos acceso a las venas. Nos queda la última opción, acceder directamente al hueso, pinchar en la medula ósea, es la única posibilidad para administrar el líquido que precisa.

No disponemos de agujas especiales para realizar esta punción intraósea de las que existen en España, pero se puede hacer con las agujas que se utilizan para la punción lumbar y de éstas si que disponemos. Cogemos una. Palpamos el punto de inserción, la pierna, por debajo de la rodilla, la cara interna de la parte superior de la meseta tibial. Sujetamos la aguja con fuerza y la introducimos, notamos la superficie ósea pero resbala sin poder perforarla… Opción fallida. Ermelinda ni se ha movido, de su boca inmóvil no ha salido ni un llanto de dolor, ni una mueca… Y sin duda esta técnica es dolorosa…

Nos queda la última opción. La otra pierna. Buscamos la misma zona, la meseta tibial, la cara interna. Sujetamos la aguja con fuerza y la introducimos, notamos una resistencia, apretamos,  giramos la aguja sobre el mismo eje a modo de tornillo y finalmente conseguimos vencer la resistencia: estamos dentro del hueso. Para comprobarlo conectamos una jeringa y aspiramos. Sale sangre. Conseguido. Empezamos a introducir líquidos y líquidos a base de suero rezando para que recupere…

La frecuencia del corazón poco a poco empieza a aumentar a medida que vamos inyectando líquidos por la vía intraósea. La respiración se va volviendo más vigorosa. Poco a poco, Ermelinda está volviendo a la vida.

Al cabo de una hora fija la mirada, en nosotros, nos está mirando. Sin duda está mejorando. Empieza a realizar algún ligero movimiento con brazos y piernas. Mira a su entorno, encuentra a su madre. Está reviviendo.

Ahora que tiene más líquido en las venas volvemos a intentar canalizar una vena y lo conseguimos.

Ermelinda, por unos instantes pensamos que se nos moría delante nuestro sin poder hacer nada… Gracias a Dios, revivió y ahora está en brazos de su madre, mirando a su madre y sonriendo…

Ermelinda ha vuelto a nacer.

- Has resucitado a Ermelinda – me dice la madre – estaba muerta y ha vuelto a nacer.

- Yo no he hecho nada especial ni diferente a lo que hubiese hecho cualquier otra persona. Yo no la he resucitado. Es su corazón que quería vivir. Todavía no había llegado su hora. Solo Dios lo sabía.